Rómulo Hernández: el hombre que ayudó a crear un imperio en México

Para Rómulo Hernández, estar al borde del abismo era su vida. Como torrero, sabía que tenía prohibido temer a las alturas y a caer; la señal de televisión de ciudades y pueblos de Estados Unidos, México, Nicaragua y El Salvador dependía de él.

Nacido en el barrio de Tacuba en 1921, Rómulo siempre se caracterizó por ser una persona honrada y trabajadora. “A los seis años hizo la primera comunión a escondidas, ya que era el tiempo de la Guerra Cristera”, cuenta su hija Isolda Hernández.

Desde muy joven, trabajó como técnico en la estación de radio XEW y, al llegar la televisión a México, laboró en el Canal Once del Instituto Politécnico Nacional.

El mundo visto desde las torres

“Cuando Emilio Azcárraga Vidaurreta invirtió todo su capital para traer a México la televisión, mi papá fue contratado como torrero. Viajó por toda la República Mexicana, a Estados Unidos en ciudades como Seattle y Atlanta y a El Salvador y Nicaragua”, explica Isolda.

El trabajo de Rómulo era tan bueno que un día Azcárraga Vidaurreta le cuestionó el por qué jamás le había pedido algo, ya fuese un aumento o un nuevo televisor de bulbos como el que tenía en casa, en el que sus siete hijos, su esposa Margarita Anaya y él veían “Cachirulo”. Él sólo le contestó que estaba bien, que no necesitaba nada.

Ante esta respuesta, el director de Telesistema Mexicano exigió a sus predecesores que él y sus compañeros jamás fueran despedidos de la empresa y que se mantuviera su sueldo. Así lo cumplieron Emilio Azcárraga Milmo y el actual presidente de Grupo Televisa, Emilio Azcárraga Jean.

Al recorrer todo México, Estados Unidos y Centroamérica, Rómulo conoció todo tipo de lugares y personajes. Por ejemplo, durante la instalación de una antena repetidora en un pueblo de Oaxaca, todo el equipo de trabajo durmió en una escuela “donde ni siquiera tenían lápices ni cuadernos para apuntar lo que les enseñaban. Al otro día, mi papá se fue a comprar muchos (útiles escolares) para dárselos a los niños”, cuenta orgullosa Isolda.

Había ocasiones en las que, por su trabajo, el torrero no veía a sus seres queridos en fechas especiales o durante largos periodos de tiempo, como aquélla ocasión en la que vivió tres meses en la estación de la antena repetidora de Televisa en Altzomoni, Estado de México.

Al regresar, según cuenta Rosario Gómez, su hijastra, tenía una barba larga y el overol cosido con alambre, por lo que su esposa Margarita no lo reconoció hasta que él le dijo “Mi vida, ¡pero si soy yo!”.

“Cuando cumplí quince años, me envió un arreglo de rosas de mi tamaño, de 1.57 (metros) y, una Navidad, me envió una tarjeta de felicitación. Él fue muy humilde pero tenía detalles tan finos que te impresionaba”, rememora Iso, como le dice su familia.

Cuando podía, su familia lo acompañaba de viaje. En la década de 1970, fue contratado para instalar el sistema de circuito cerrado en la casa de Miguel Alemán y fue ahí donde a Isolda, una de sus siete hijos, “le cayó el veinte” sobre la labor de su padre.

“Tenía entre 12 y 13 años cuando fuimos a Acapulco a la casa de Miguel Alemán. Nosotros andábamos en su casa y en la playa mientras mi papá trabajaba. Un día mi mamá, señalando hacia las torres me dijo ‘ahí debe estar trabajando tu papá’. Me cayó el veinte. Yo sabía que él viajaba mucho pero no imaginé lo peligroso que fuera su labor”.

La gente lo recuerda por su “amor a la camiseta”, a Televisa, la empresa en la que laboró por 54 años; aún dormido, veían que se movía como si estuviera arriba de las torres, verificando que la señal llegara a la comunidad.

“Toto”, como lo llamaban sus hijos, nietos y bisnietos, se jubiló en 2001 y en las instalaciones de compañía en San Ángel, en el sur del Distrito Federal hay una sala con su nombre. Falleció a los 94 años en agosto de 2015