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Ira por desigualdad impulsa lucha en Perú y asusta a las élites

(Bloomberg) -- En un reciente acto de campaña en Lima, cientos de personas se empujaban para lograr darle un vistazo a Pedro Castillo, el maestro de escuela y líder sindical que logró llegar de forma inesperada a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Perú.

Los simpatizantes coreaban “no más pobres en un país rico”, mientras ondeaban una imagen de Túpac Amaru II, el líder indígena que luchó contra la dominación española hace casi 250 años y que ha inspirado movimientos revolucionarios en toda la región desde entonces.

Los jubilosos partidarios de Castillo apenas pueden creer que un hijo de campesinos andinos iletrados haya llegado a la segunda vuelta del 6 de junio en una plataforma que equivale a retomar la lucha histórica por la liberación de los oprimidos. Los inversionistas están conmocionados por diferentes razones, retrocediendo ante la perspectiva de que Castillo y su partido Perú Libre, fundado por un marxista, parezcan dispuestos a romper décadas de consenso favorable al mercado.

“Vino de la nada y ahora está a punto de ser presidente”, dijo Miguel del Castillo, un amigo y asesor que no es pariente del candidato. “El milagro peruano existe”.

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En realidad, el éxito de Castillo es una consecuencia de la agitación política que azota a América Latina, golpeada por una de las olas más letales de covid-19 y una crisis económica que ha expuesto y exacerbado desigualdades de larga data.

La revuelta de Perú se ha venido gestando por 20 años consecutivos de crecimiento económico que sacó a millones de personas de la pobreza y estableció al país como un refugio relativamente seguro en una región turbulenta, al menos hasta que golpeó la pandemia. Una recesión económica de 11% el año pasado centró la atención en el hecho de que esas ganancias no se han distribuido de manera uniforme. Por el contrario, algunas de las provincias más ricas en minerales del país, abundantes en cobre, oro, plata y zinc, son también las más pobres.

El resultado ha sido acentuar la brecha entre una capital más rica que habla español y zonas rurales empobrecidas, donde gran parte de la población habla el idioma indígena quechua. Por ejemplo, cuando las clases pasaron de presenciales a manera remota, muchos estudiantes en áreas rurales no tenían acceso a internet. Esta es la población electoral sobre la que Castillo ha construido su base. Con un sombrero de paja y un lápiz de gran tamaño para enfatizar su enfoque en la educación, Castillo, de 51 años, promete forjar un país que funcione para todos, no solo para la élite capitalina.

“La gente ve que todos los recursos naturales están en el campo, pero todos los beneficios se concentran en Lima”, dijo Maritza Paredes, profesora de sociología de la Pontificia Universidad Católica del Perú. “Castillo ha podido sacar provecho de ello”.

El programa de Castillo es tan ambicioso como abrumadora su falta de experiencia en el Gobierno. En el centro de su estrategia están los planes para obligar a las corporaciones multinacionales, en particular a las mineras, que son la columna vertebral de la economía, a dejar una mayor parte de sus ganancias en Perú. Quiere promover el desarrollo rural, invertir 20% de la producción económica en educación y atención médica y cerrar los fondos de pensiones privados. Su propuesta emblemática es reescribir la Constitución elaborada bajo la presidencia de Alberto Fujimori, un documento que, según él, prioriza los intereses comerciales sobre los “derechos humanos” como la vivienda pública y el sindicalismo.

La rival de Castillo en la segunda vuelta, Keiko Fujimori, está en el otro extremo del espectro político. Hija del expresidente, es una de las políticas más conocidas de Perú y una de las más controvertidas: su padre está en la cárcel y ella hace campaña mientras está en libertad bajo fianza y enfrenta cargos de lavado de dinero.

Las encuestas finales publicadas durante el fin de semana sugieren que la carrera presidencial está demasiado estrecha para declarar un ganador, una señal de cuán polarizado se ha vuelto el país. Perú se ha enfrentado a tres presidentes en los últimos siete meses y la corrupción desenfrenada ha minado la fe en una clase política contaminada por décadas de juicios políticos, encarcelamiento e investigación criminal a sus presidentes.

Hasta hace apenas una semana, parecía que Castillo obtendría la victoria, cuando las encuestas mostraron una disminución de su apoyo a raíz del asesinato de 16 personas en una región rural productora de cocaína. Lo que sucedió sigue sin estar claro, pero los militares culparon de la masacre a la organización terrorista Sendero Luminoso. Si bien ambos candidatos condenaron el ataque, la contienda puede estar influenciada por la dura postura de Fujimori sobre la seguridad y el hecho de que el partido de Castillo ha sido acusado repetidamente de tener vínculos con los remanentes del grupo guerrillero maoísta.

Durante la campaña, Fujimori utilizó esa línea de ataque, denominando a Castillo “un coche bomba” que “estallaría en mil pedazos los últimos 30 años de desarrollo”. Castillo niega cualquier vínculo con el grupo y dijo que su Gobierno invertirá más dinero en el departamento de policía “para determinar las causas reales de estos ataques”.

El incidente fue otra sacudida para una carrera tumultuosa. La victoria de Castillo en la primera ronda el 11 de abril causó que las acciones y los bonos se desplomaran.

Una semana antes de las elecciones, las encuestas lo colocaban en sexto lugar. La noche de las elecciones, CNN no tenía una foto de archivo de él para transmitir. Hablando con los reporteros la mañana después de su victoria, incluso Castillo no parecía estar preparado: “Acabo de dar su maíz a las gallinas, quiero ver el ganado y voy a ver mis papas”, dijo sobre su calendario postelectoral.

Castillo, el tercero de nueve hijos, comenzó a enseñar en Anguía, uno de los pueblos más pobres de Perú.

Nilver Herrera fue alumno de Castillo y luego lo siguió a una fuerza de autodefensa rural conocida como “Rondas Campesinas”. Creada para capturar a los ladrones de ganado y gallinas, el grupo luchó contra las organizaciones guerrilleras en la década de 1980 y es conocido por construir escuelas y pozos en áreas desatendidas por el Gobierno central.

“Siempre estaba tratando de ayudar a la gente”, dijo Herrera por teléfono. “Si teníamos que construir una carretera, él estaba allí, si teníamos que hacer alguna tarea o recado, él estaba allí, y si teníamos que ayudar a un enfermo que no tenía dinero, él estaba allí”.

Después de obtener una maestría en educación, Castillo se convirtió en miembro activo del sindicato de maestros. En 2017, encabezó una huelga por salarios más altos y la derogación de leyes que habrían descertificado a muchos maestros rurales mal capacitados, lo que llamó la atención nacional.

Sin embargo, las verdaderas inclinaciones políticas de Castillo parecen estar en desarrollo. Al principio de la campaña repitió los puntos ideológicos del fundador marxista de su partido, Vladimir Cerrón. Más recientemente, ha tratado de distanciarse de las ideas más radicales del partido.

Kurt Burneo, un ex viceministro de Hacienda mencionado como un posible asesor económico presidencial, dijo que Castillo le recuerda a Ollanta Humala, quien ganó la presidencia en 2011 haciendo campaña como un “socialista del siglo XXI”, solo para volverse moderado en el cargo.

“Cuando miras la historia peruana, no es inusual que alguien haga campaña desde la izquierda y gobierne desde la derecha”, dijo Burneo.

Si es así, eso será difícil de equilibrar con las expectativas de los partidarios de Castillo, personas como Elías Quispe, de 49 años, un trabajador de la construcción que dijo que respalda a Castillo porque la clase política vendió el país a extranjeros y grandes corporaciones.

“Se llevan las riquezas de nuestro país y ni siquiera pagan impuestos”, dijo. “Nosotros, la gente común, nunca nos hemos beneficiado”.

Nota Original:Inequality Fuels a Rural Teacher’s Unlikely Bid to Upend Peru

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