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100 años de la jornada de ocho horas en España, ¿y ahora qué?

El pasado 1 de octubre se cumplió un siglo desde que en España se implantara la jornada laboral de ocho horas al día. Fue un acontecimiento muy importante en la política laboral del país y le situó a la cabeza de los países europeos, ya que ninguno había aprobado algo parecido. La jornada de ocho horas supone un hito histórico, ya que ese reglamento establece que el trabajador tiene unos derechos y por tanto debe acogerse a ellos. Esta jornada se pensó para que la productividad no se viera mermada y a la vez los derechos sociales fueran avanzando poco a poco.

En el último siglo, hemos asistido a la incorporación de la mujer al mercado laboral y esta regulación se ha hecho cada vez más necesaria. Se necesita conciliar porque las madres no pueden dedicarse solo a las tereas domésticas y a sus hijos, como antes. A pesar de ello, varios estudios sociolaborales señalan que el hombre continúa sin asumir de igual manera que la mujer las labores domésticas y familiares, por lo que la incorporación de la mujer no se ha hecho de igual a igual, y el trabajo de ellas dentro de casa es muy superior.

También de interés: El mercado laboral se llena de yayos ¿qué puede suponer a largo plazo?

Fábrica de conservas en Pontevedra. (Photo by JMN/Cover/Getty Images)
Fábrica de conservas en Pontevedra. (Photo by JMN/Cover/Getty Images)

Pero un siglo después, ¿qué está pasando con esta regulación? ¿Por qué continúa inmóvil? ¿No debería evolucionar dados los grandes avances científicos y la incorporación de las nuevas tecnologías? Keynes, uno de economistas más relevantes de la historia, predijo que, dada la incursión de las máquinas y robots en el sistema industrial, el hombre tendería a trabajar cada vez menos. Lejos de llegar a ese axioma, ahora se siguen trabajando las mismas horas, estamos permanentemente conectados y las soluciones que se han incorporado como el teletrabajo son un arma de doble filo. A todo esto, hay que sumar la precariedad laboral y ese nuevo término que se ha acuñado: los trabajadores pobres. Hombres y mujeres que, teniendo trabajo, no llegan a fin de mes, porque sus sueldos son tan bajos que no pueden hacer frente a todos los gastos básicos como son la vivienda, la comida o el transporte.

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El pasado mes de abril entró en vigor el decreto de medidas urgentes de protección social y de lucha contra la precariedad laboral en la jornada de trabajo, aprobado por el gobierno socialista de Pedro Sánchez. Esta normativa obliga a las empresas a llevar un registro diario de las horas que cada trabajador emplea a diario para controlar las horas extraordinarias, no contabilizadas y no pagadas. A pesar de que todas las empresas están obligadas a ello, ya se han producido las primeras manifestaciones del uso fraudulento de la misma. El sector de la hostelería, uno de los más castigados, ha denunciado que su situación continúa siendo igual, y que, estos registros siguen tapando la verdadera realidad: jornadas laborales interminables y mal pagadas.

A pesar de ser los primeros en introducir la norma en el siglo pasado, ahora son muchos los países que nos han tomado la delantera. Alemania es el país donde menos horas se trabaja a la semana -y no hay que olvidar que es el motor económico de Europa-, seguido de Países Bajos, Noruega o Dinamarca. En Francia la jornada es de 35 horas semanales desde hace más de 30 años y solo hubo un intento de cambiarlo, que fue reprobado por todo el país.

Puede ser que la ley se haya quedado obsoleta, sobre todo teniendo en cuenta el ritmo al que avanza el mundo. Las jornadas interminables pegados al teléfono, o los viajes de trabajo son algunos de los flecos sueltos en una normativa que no se ajusta a realidad social, porque a veces no avanzar es lo mismo que ir hacia atrás.

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