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¿Cómo puede alguien querer ser presidente o ministro en la Argentina?

El presidente de la Nación, Alberto Fernández, y el ministro de Economía, Sergio Massa
El presidente de la Nación, Alberto Fernández, y el ministro de Economía, Sergio Massa

PBI real en declinación, inflación anual de tres dígitos, 40% de la población debajo de la línea de la pobreza, Banco Central prácticamente sin reservas de libre disponibilidad, tarifas eléctricas y de transporte fuertemente distorsionadas, alta probabilidad de resistencia de sindicatos y organizaciones sociales a las medidas de ajuste, etcétera. En estas condiciones, ¿quién en su sano juicio querría ser presidente de la Nación a partir del 10 de diciembre próximo u ocupar la cartera económica?

Le trasladé el interrogante al griego Andreas Georgios Papandreu (1919-1996), quien luego de pasar un corto tiempo en prisión migró a Estados Unidos. En 1943 se doctoró en Economía en Harvard, y enseñó luego en varias universidades de Estados Unidos y Canadá. Dirigió el Departamento de Economía de la Universidad de California en Berkeley.

Regresó a Grecia en 1962, cuando el primer ministro Constantinos Caramanlis le encargó que organizara un instituto de economía. Algunos meses después, su padre reemplazó a Caramanlis. Su carrera política comenzó en la cárcel, cuando la junta militar que tomó el poder en Grecia en 1967 lo encarceló durante 8 meses, en parte en un confinamiento solitario.

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–Temiendo, no solo por su situación, sino por su vida, algunos notables economistas hicieron gestiones en su favor.

–Efectivamente. Entre los cuales cabe destacar a John Kenneth Galbraith, Paul Anthony Samuelson, Walter Wolfgang Heller, Leonid Hurwicz y Robert Eisner. También lo hizo, luego de algunas vacilaciones, Milton Friedman, pero porque lo presionaron en su carácter de presidente de la Asociación Americana de Economía. Wassily Wassilyovich Leontief, de quien yo había sido asistente, voló a Atenas para interceder personalmente por mí.

–Pero no abandonó la actividad política.

–En 1974, cuando terminó el gobierno militar, organicé el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok). Durante 8 años, a partir de 1985, fui el primer ministro de mi país. Según los analistas, fui el más exitoso líder griego del siglo XX, pero también el más discutido. Porque, según ellos, mis habilidades políticas eran enormes, pero también lo eran mis desatinos.

–A la luz de las enormes dificultades que tendrán que enfrentar quienes en la Argentina tengan la “mala suerte” de ganar las próximas elecciones, ¿cómo puede haber tantos seres humanos deseosos de ocupar los principales cargos ejecutivos del gobierno?

–No me meto con las particularidades, pero permítame hacer un punto general. Los dirigentes políticos no son ningunos angelitos, porque los angelitos no existen. Pero tampoco es cierta esa imagen popular según la cual lo único que quieren es enriquecerse para el resto de sus vidas.

–Explíquese, por favor.

–En el mundo actual es difícil “esconderse”. La vida de los presidentes es cualquier cosa menos placentera o tranquila, y la de los expresidentes es peor todavía. Hay formas más fáciles y menos riesgosas de generar alguna fortuna que se pueda disfrutar antes de fallecer.

–Lo cual no quiere decir que no haya políticos que se encandilan con el poder.

–Lo cual prueba que algunos de ellos son miopes y confunden alfombra roja y auto con chofer con bienestar personal.

–Tomo el punto, ¿qué lleva, entonces, a algunos seres humanos a complicarse la vida presidiendo un país u ocupando su cartera económica?

–El poder es una pasión, como la fama, la riqueza, etcétera. Y en la pasión uno pone, no saca. Es más, sacrifica el resto al servicio de la pasión. Yo les recomendaría a los argentinos que, en vez de cavilar sobre los inconfesables motivos que pueda tener el próximo presidente, se concentren en su capacidad de liderazgo, colaboradores con los cuales enfrentará los enormes desafíos, credibilidad en sus anuncios, etcétera.

–Para lo cual, el dirigente tendría que hablar…

–Lo menos posible. Claro que el discurso inaugural será importante, pero luego tiene que concentrarse en la gestión concreta, interactuando de manera intensa con sus ministros, con los legisladores, etcétera. En política económica, lo que en definitiva importa son los proyectos de ley, los decretos, las resoluciones, etcétera. Hay que evitar engancharse en debates principistas o totalizadores.

–Henry Kissinger, quien el mes próximo cumplirá 100 años, enfatiza la importancia del liderazgo en la acción gubernamental.

–Tiene razón. Ningún líder le presta atención a cada aspecto de cada cuestión, porque esto paraliza y conspira con la velocidad con la cual tiene que actuar. No estoy haciendo la apología de la ignorancia, sino señalando que tiene que elegir algunas cuestiones, fijar prioridades y prestarles atención a los conflictos que existen entre ellas; todo esto en un contexto de fuerte incertidumbre. No se pueden discutir, de manera independiente, las políticas cambiarias, arancelarias, fiscales y laborales. Las planillas Excel son una útil herramienta de trabajo, pero no confundamos la prolijidad de los cuadros con la fragilidad de las estimaciones, dada la incertidumbre.

–Al respecto, resulta importante tener en cuenta los colaboradores con los cuales cuenta.

–Y cómo los trata. ¿Sabés para qué está el director de una obra de teatro?, dijo alguien que se gana la vida haciendo eso. “Para decirles a los actores que están haciendo macanas antes de que se los diga el público”. Brillante. Pero, en el caso del gobierno, está en manos del presidente aceptar las advertencias y las críticas que en privado les hacen sus ministros. Porque, de lo contrario, se lo va a decir el público, que en este caso quiere decir... ¡los votantes!

–El listado planteado en el párrafo inicial puede paralizar a las próximas autoridades.

–No, si son verdaderos líderes. ¿Con qué contaba Winston Churchill, cuando volvió al gobierno británico, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial? Más importante todavía, ¿con qué contaba Charles de Gaulle cuando, desde Londres y por radio, hablaba en el nombre de la Francia libre?

–Pero en la Argentina de 2023 no hay ni un Churchill ni un De Gaulle.

–En el mundo, tampoco, De Pablo. No pongamos prerrequisitos que impidan o dificulten la acción. Lo que hay que hacer es, por una parte, ni comprar ni vender buzones, pero, por la otra, colaborar para que las cosas resulten de la mejor manera posible. Metiéndose en política, proveyendo información relevante a las autoridades, etcétera.

–Los medios de comunicación trasmiten la política económica minuto a minuto, como si fuera un partido de fútbol.

–Inevitable, dado como funcionan. Lo que tienen que hacer las futuras autoridades es evitar la tentación de participar en cada debate que se desarrolla en las radios, la TV, las redes sociales, etcétera; olvidando que su responsabilidad primaria consiste en generar resultados, no en triunfar en las discusiones.

–Don Andreas, muchas gracias.