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La antropología forense tiene un problema racial

Shanna Williams, antropóloga forense y profesora en Carolina del Sur, posa para un retrato en Greenville, Carolina del Sur, el 14 de octubre de 2021. (Juan Diego Reyes/The New York Times)
Shanna Williams, antropóloga forense y profesora en Carolina del Sur, posa para un retrato en Greenville, Carolina del Sur, el 14 de octubre de 2021. (Juan Diego Reyes/The New York Times)

En el verano de 2020, tras la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis, los ajustes de cuenta raciales proliferaban en todos lados. Dos antropólogos forenses concluyeron que el momento parecía ser adecuado para reavivar un debate sobre el papel de la raza dentro de su propio campo, donde los especialistas ayudan a resolver crímenes mediante el análisis de esqueletos humanos para determinar quiénes eran y cómo murieron.

Elizabeth DiGangi de la Universidad de Binghamton y Jonathan Bethard de la Universidad del Sur de Florida publicaron una carta en The Journal of Forensic Science que cuestionaba la tradicional práctica de estimar la ascendencia o el origen geográfico de una persona como un indicador para estimar la raza. La ascendencia, junto con la altura, la edad y el sexo asignado, es uno de los detalles clave que muchos antropólogos forenses intentan determinar.

Ese otoño, publicaron un artículo más extenso con una petición más ambiciosa: “Instamos a todos los antropólogos forenses a abolir la práctica de la estimación de la ascendencia”.

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En los últimos años, un número creciente de antropólogos forenses han comenzado a criticar la estimación de la ascendencia y quieren remplazarla con algo más matizado.

Los casos criminales en los que se desconoce por completo la identidad de la víctima no son nada comunes. Pero en estos casos, según algunos antropólogos forenses, una herramienta como la estimación de la ascendencia puede ser crucial.

La determinación de la raza ha sido parte de la antropología forense desde los inicios de esta rama hace un siglo. Los primeros académicos fueron hombres blancos que estudiaron cráneos humanos para argumentar convicciones racistas. Ales Hrdlicka, un antropólogo físico que se unió al Instituto Smithsoniano en 1903, fue un creyente de la eugenesia que robaba restos humanos para sus colecciones y buscaba clasificar a los humanos en diferentes razas basándose en ciertas apariencias y rasgos.

Como experto en esqueletos, Hrdlicka ayudó a las fuerzas del orden público a identificar restos humanos, lo que sentó las bases para este campo profesional. A partir de entonces, se esperaba que los antropólogos forenses generaran un perfil con los “Cuatro Grandes”: edad de fallecimiento, sexo, altura y raza.

En la década de 1990, a medida que más científicos desacreditaban el mito de la raza biológica —la noción de que la especie humana se divide en razas distintas— los antropólogos se dividieron mucho sobre el tema. Una encuesta reveló que el 50 por ciento de los antropólogos físicos aceptaba la idea de un concepto biológico de raza, mientras que el 42 por ciento la rechazaba. En aquel entonces, algunos investigadores todavía utilizaban términos como “caucasoide”, “mongoloide” y “negroide” para describir esqueletos y aún faltaban muchos años para que el ADN fuera una herramienta forense. Hoy en día, en Estados Unidos, un 87 por ciento del campo de la antropología forense está compuesto por personas blancas.

En 1992, Norman Sauer, un antropólogo de la Universidad Estatal de Míchigan, sugirió eliminar el término “raza”, el cual consideraba tendencioso, y remplazarlo por “ascendencia”. El término se volvió universal. Sin embargo, algunos investigadores sostienen que poco cambió en la práctica.

Cuando Shanna Williams, antropóloga forense de la Facultad de Medicina Greenville de la Universidad de Carolina del Sur, estaba en la escuela de posgrado hace aproximadamente una década, todavía era costumbre clasificar a los esqueletos en una de las “tres grandes” poblaciones posibles: africana, asiática o europea.

Pero Williams comenzó a sospechar de la manera en que a menudo se asignaba la ascendencia. Vio cráneos designados como “hispanos”, un término que se refiere a un grupo lingüístico y que no tiene significado biológico. Consideró la manera en que el campo intentaría clasificar su propio cráneo y seguramente fracasaría. “Mi madre es blanca y mi padre es negro”, dijo. “¿Encajo en ese molde? ¿Soy perfectamente una cosa o la otra?”.

El cuerpo de un esqueleto puede proporcionar la edad o la estatura de una persona. Pero la pregunta de la ascendencia está reservada para el cráneo, en específico, las características de los huesos de la cara y el cráneo, conocidas como rasgos morfoscópicos, que varían entre los diferentes grupos de humanos y pueden ocurrir con mayor frecuencia en ciertas poblaciones.

Una de las características, llamada depresión posbregmática, es una pequeña hendidura ubicada en la parte superior de la cabeza de algunas personas. Por mucho tiempo, los antropólogos forenses asumieron que, si el cráneo tenía una hendidura, la persona podría ser negra.

Pero los antropólogos forenses no saben mucho más sobre la depresión posbregmática. “No hay ningún entendimiento de por qué existe esa característica, qué la causa, y qué significa”, dijo Bethard.

En los últimos dos años, Ann Ross, antropóloga forense de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, ha presionado a la Junta de Estándares de la Academia Estadounidense de Ciencias Forenses para que remplace la estimación de ascendencia con algo nuevo: la afinidad poblacional.

Mientras que la ascendencia busca rastrear un continente de origen, la afinidad poblacional pretende alinear a alguien con una población, por ejemplo, “panameña”. Este marco más matizado analiza cómo la historia más amplia de un lugar o una comunidad puede generar diferencias significativas entre poblaciones que tienen similitudes geográficas.

Un artículo reciente de Ross y Williams, que son amigas cercanas, examina a Panamá y Colombia como un caso de prueba. Una estimación de ascendencia podría sugerir que las personas de ambos países tendrían cráneos con formas similares. Pero la afinidad poblacional reconoce que la trata transatlántica de esclavos y la colonización por parte de España derivó en la conformación de nuevas comunidades en Panamá que cambiaron la composición de la población del país. “Debido a esos eventos históricos, las personas de Panamá son muy muy diferentes a las de Colombia”, dijo Ross, quien es panameña.

Ross incluso diseñó su propio software, 3D-ID, para remplazar a Fordisc, el software forense más comúnmente utilizado que clasifica los cráneos en términos inconsistentes como “blanco”, “negro”, “hispano”, “guatemalteco” o “japonés”.

DiGangi dijo que cambiar a la afinidad poblacional quizá no resuelva los prejuicios raciales presentes en la aplicación de la ley. Hasta no ver evidencia de que el prejuicio no obstaculiza la identificación de personas, DiGangi dijo que no quiere una “casilla de verificación” que indique ascendencia o afinidad poblacional.

Para mediados de octubre, Ross seguía esperando que la Junta de Estándares de la Academia Estadounidense de Ciencias Forenses estableciera una votación para determinar si la estimación de la ascendencia debe remplazarse por la afinidad poblacional. Pero el debate más amplio —sobre cómo cerrar la brecha entre los huesos de una persona y su identidad en la vida real— está lejos de resolverse.

“En 10 o 20 años, tal vez encontremos una mejor manera de hacerlo”, dijo Williams. “Espero que así sea”.

© 2021 The New York Times Company