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Quién fue el argentino que ideó y concretó el robo de La Gioconda, la emblemática obra de Da Vinci

Fue uno de los robos a un museo más increíbles de la historia, pero a diferencia de otros de gran magnitud no estuvo planeado por una banda de ladrones que utilizaron sofisticados métodos para llevarlo a cabo. Todo lo contrario: un estafador argentino logró robar, de una manera sencilla, La Gioconda, la obra de Leonardo Da Vinci.

Todo sucedió el lunes 21 de agosto de 1911, cuando un carpintero italiano entró en el Museo del Louvre a eso de las 7 de la mañana. Luego de atravesar varias salas y subir algunas escaleras ingresó al Salón Carré, en el que se exhibían algunos verdaderos tesoros de la pintura universal.

En cuestión de segundos, el ladrón descolgó un pequeño cuadro, de 77 por 55 centímetros que estaba datado entre 1503 y 1506: La Gioconda, el retrato realizado por Lenardo Da Vinci.

Una vez descolgado el cuadro, Vincenzo Peruggia se escondió bajo una oscura escalera y en apenas cinco minutos separó el cuadro del marco y le quitó el vidrio que lo protegía, para salir con él debajo del brazo por la escalinata de mármol de la Victoria de Samotracia, sin que nadie percibiera su presencia.

Vincenzo Peruggia, el autor del robo de una de las obras más famosas

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El ladrón tomó un taxi y se dirigió a su departamento en el barrio del hospital Saint Louis, en el corazón de París, para dejar esta joya del patrimonio artístico mundial sobre la mesita donde solía comer y la cubrió con un trozo de terciopelo rojo.

Algunos minutos después de salir del museo, algunos guardias advirtieron que el espacio estaba vacío, pero pensaron que podría deberse a que como era habitual la habían llevado al estudio fotográfico del museo.

Recién al día siguiente se comprobó que la obra no estaba en donde debía estar y el primero en sorprenderse por la ausencia del cuadro fue el pintor Louis Béroud, que tenía -como muchos otros copistas- una autorización especial para reproducir las obras del Louvre.

La policía recién fue prevenida a mediodía, según el Louvre, aunque las autoridades dijeron que habían sido informadas a las dos y media de la tarde. A comienzos de la tarde, el prefecto Louis Lepine y sesenta de sus mejores inspectores se desplegaron dentro del museo y algunos minutos más tarde, la noticia ganó la calle y la consternación comenzó a crecer como un tsunami en el gobierno.

Al día siguiente, 24 de agosto, los titulares de la prensa francesa y del mundo entero informaban con más o menos ironía de la desaparición del cuadro más célebre del mundo.

En los días posteriores al robo la búsqueda no daba resultado alguno, por lo que se realizó una colecta que permitió reunir unos 500.000 francos de la época para pagar un eventual rescate, pero también con resultado negativo.

En medio de la investigación policial, fue detenido el poeta Guillaume Apollinaire y se interrogó a Pablo Picasso, pero los investigadores quedaron en ridículo cuando ambos debieron ser liberados por falta de pruebas.

La cuestión es que La Gioconda reposaba tranquilamente en un barrio parisino, junto a su nuevo dueño. "No sólo no embarcó en un transatlántico en dirección a América, sino que ni siquiera atravesó el Sena", ironizó el pintor Jacques Coignard.

¿Quién era el ladrón?

Vincenzo Peruggia era un italiano que ya había sido detenido y condenado por delitos menores por lo que la policía tenía sus huellas digitales, pero nunca fueron capaces de entrecruzar esa descripción con los numerosos indicios en su poder.

Entre 1902 y 1908 viajó dos veces a París, donde terminó empleado por la empresa Gobier, especializada en pintura, espejos y vidrios. Entre los encargos que recibió, hizo la caja de vidrio que debía proteger a la pintura y fue entonces cuando Peruggia conoció el interior del museo y la rutina de los guardias.

Una vez que se apropió de La Gioconda, Mona Lisa pasaba sus días sobre la mesa del departamento, pero la guardaba en un placard a la hora de comer.

Según algunos historiadores Peruggia no pensaba robar el cuadro hasta que se cruzó en su camino un argentino, Eduardo de Valfierno, un falso marqués que ya había estafado a varios coleccionistas con obras de arte que eran copias perfectas realizadas por un falsificador marsellés: Yves Chaudron.

Su idea era robar el cuadro y luego vender algunas copias a ingenuos millonarios, dispuestos a pagar una fortuna para comprar el supuesto original. El encargado de las falsificaciones fue Chaudron, que demoró 14 meses en llevar a cabo el trabajo.

Con las copias en su poder, solo faltaba encontrar un hombre capaz de ejecutar el robo y ese fue precisamente el carpintero Vincenzo Peruggia, a quien le prometió una fortuna a cambio de su trabajo, pero además lo encandiló diciendo que un magnate italiano quería devolver la Gioconda a su tierra natal.

Esta fue, se cree, la principal motivación que tuvo Peruggia para llevar a cabo el robo pero algo salió mal pues Valfierno nunca le pagó su parte, pese a que pudo vender el supuesto original a cinco millonarios, entre ellos un brasileño, lo cual le proporcionó una ganancia sideral.

"Ninguna de las víctimas pudo ser posteriormente identificada. La primera razón es que no podían denunciar la estafa, pues corrían el riesgo de ser acusados de complicidad por haber intentado adquirir una obra de arte robada. En segundo lugar, todos prefirieron mantener el anonimato para no quedar públicamente en ridículo", escribió el historiador R. Shepard.

Apenas consumado el golpe, Valfierno se radicó en Estados Unidos, donde murió en 1931.

En soledad, Peruggia mantuvo el cuadro oculto en su habitación hasta que un día de 1913 leyó un anuncio de un anticuario de Florencia que ofrecía pagar buen precio por "objetos de arte de cualquier tipo".

De inmediato, Peruggiase presentó como un patriota italiano que estaba dispuesto a restituir La Gioconda a Italia a cambio de una recompensa de medio millón liras. "Sólo exijo la promesa de que nunca regresará al Louvre", le dijo.

El encuentro decisivo se hizo en un hotel donde residía Peruggia, en el que exhibió el original de La Gioconda con el sello oficial del Louvre al dorso de la tabla. Una vez que los expertos de la Galleria degli Uffizi confirmaron que era auténtico, alertaron a la policía, que finalmente detuvo a Peruggia.

Sometido a juicio, sus abogados probaron que había actuado por motivos patrióticos y obtuvieron una sentencia simbólica de un año y medio de prisión. Salió de la cárcel a los siete meses, y murió en 1925.

Finalmente, La Gioconda volvió al Museo del Louvre el domingo 4 de enero de 1914, en medio de una verdadera fiesta popular, luego de 2 años y 111 días durante los cuales consiguió estremecer los cimientos del mundo del arte internacional.