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Hay que arreglar el techo cuando no llueve

Arreglar el techo cuando ya llueve es muy de Argentina.
Arreglar el techo cuando ya llueve es muy de Argentina.

Darse cuenta o acordarse de reparar el techo de su casa cuando llueve es muy peligroso. Siempre es mejor hacer los cambios cuando uno está en mejores condiciones y no cuando hay que hacerlos por obligación. En finanzas eso se llama “ahorro, previsión, anticipación, planificación”. Arreglar el techo cuando ya llueve es muy de la Argentina.

Cuando la energía es escasa por falta de infraestructura y sus precios de importación son insostenibles, recién ahí nos apuramos en construir los gasoductos y, seguramente, cuando los terminemos de hacer ya habrán bajado los precios.

Qué placer recibirlos en este espacio para incentivarlos esta semana, amigos lectores, a tomar conciencia de que, mientras no nos hagamos cargo de nuestras acciones y decisiones, será muy difícil progresar como individuos y como sociedad.

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Imagínense que les ofrecen participar en un concurso para patear penales al mejor arquero de todos los tiempos. Supongamos que… a Mariano Andújar. El desafío consiste en patearle diez penales y les pagan 5000 dólares por cada gol que le hagan. ¿Les interesaría participar? Por supuesto que el 99% de los encuestados respondería que sí.

Supongamos que les ofrecen lo mismo, les pagan 5000 dólares por cada gol que hacen, pero ahora en la letra chica del concurso dice que hay que pagar 5000 dólares por cada penal que les atajen o erren, ¿aceptarían ahora? La mayoría de los encuestados no aceptaría el desafío en esas condiciones.

Este ejemplo describe una situación en la que un individuo aislado de las consecuencias de sus acciones podría cambiar su comportamiento si las conociese de antemano y supiera a qué debería atenerse (Moral Hazard).

Es lógico que cuanto más se aleje una persona de los resultados de sus actos, más dispuesta estará a arriesgarse. Y si su beneficio personal es muy alto, menos incentivo tendrá en medir sus consecuencias.

Esto es lo que sucede con la burocracia. Dirigentes dispuestos a sacrificar vidas en guerras en las que ellos no irán al frente. Funcionarios dispuestos a licuar jubilaciones, porque ellos ya tienen garantizada la suya de privilegio. Funcionarios dispuestos a conducir a generaciones a vivir de asignaciones o subsidios, porque saben que sus hijos heredarán mucho dinero o algún puesto en el sector público.

Y en las megacorporaciones pasa algo similar. Por lo general, el gerente o CEO de una empresa no paga de su bolsillo sus errores. Arriesga. Si sale bien, cobra un gran bonus, y si sale mal, el riesgo será perder su puesto, no su capital. El que pierde es el accionista y, por lo general, esos accionistas están dispersos en fondos de inversión o son inversores minoristas. En cambio, el dueño de una pequeña o mediana empresa o un particular paga sus errores con su capital, e incluso puede fundirse por un juicio laboral, por ventas no cobradas, o por un simple error.

Cada día, muchos de nosotros nos enfrentamos a tener que hacernos cargo de las decisiones: disfrutar de los aciertos o pagar por los desaciertos. Esto nos pone en desigualdad de condiciones con respecto a un funcionario público, del Fondo Monetario Internacional (FMI), o a un dirigente sindical.

Los que pagamos por las consecuencias de nuestros actos prestamos atención a lo que podemos perder y no solo a lo que podemos ganar. Y suponemos que los demás verán la situación desde la misma perspectiva que nosotros, pero no todos actúan así.

Para no quedar simplemente en una queja descriptiva, propongo arreglar el techo a tiempo y que cada funcionario con poder de decisión tenga todos sus ahorros en títulos públicos del país con vencimiento a diez años, cosa que, si sube el riesgo país por mala gestión, se vean afectados como cualquier ciudadano de a pie. Es un incentivo para pensar en la próxima generación, cuanto mejor sea la gestión, más valdrán esos bonos o títulos públicos.

La experiencia me dice que los alumnos de economía del primer año de la carrera están llenos de ideales y con ganas de cambiar el mundo, debaten sobre la pobreza, sobre la distribución del ingreso, etcétera. Y en el último año debaten sobre las condiciones de trabajo, dónde se gana más dinero y cómo progresar socialmente.

Este comportamiento es muy humano, pero si a los 40 años siguen siendo activos militantes universitarios de algún partido político, queriendo decidir cómo se debe comportar un emprendedor o un trabajador sin nunca haberlo sido uno de ellos, eso más que de humano es de ventajero.

Por todo esto es imprescindible arreglar el techo a tiempo, es decir, antes de que llueva. Es necesario cambiar los incentivos entre premios y castigos, premiar el mérito, el esfuerzo y la capacitación, y, a la vez, penalizar el abuso, la corrupción y el saltearse lugares en una fila.

Así como se define el valor de los bienes y servicios por su nivel de escasez, quizás sean las carencias sufridas las que expliquen el accionar de los individuos.

Según explican los manuales académicos, “la economía es la ciencia que se ocupa del estudio sistemático de las actitudes humanas orientadas a administrar los recursos, que son escasos, con el objetivo de producir bienes y servicios y distribuirlos de forma tal que se satisfagan las necesidades de los individuos, las cuales son ilimitadas”.

Además, con mucha razón esos manuales nos dicen que todo individuo desarrolla una serie de actividades a lo largo de su vida, como, por ejemplo alimentarse, vestirse, educarse, divertirse, etcétera, para lo cual dispone de recursos que resultan limitados. Por lo tanto, su preocupación será encontrar la mejor manera de utilizar esos recursos escasos, de forma tal de satisfacer sus necesidades o renunciar a ciertos consumos por falta de recursos. Dicha renuncia se refleja en el concepto de costo de oportunidad.

Por ello, la economía es una ciencia social y no una ciencia exacta. Está basada en valores y, sin dudas, el valor moral es el más relevante y más escaso en sociedades que no progresan.

Las carencias sufridas a lo largo de la vida quizás expliquen nuestras acciones presentes para evitarlas.

Amigos lectores, recuerden por un segundo su infancia y piensen si algunas de estas carencias, tanto económicas, como de afecto, de reconocimiento o de exceso de poder marcaron sus vidas y condicionaron sus acciones.

Hay individuos a los que solo los incentiva el dinero, y son capaces de hacer cualquier cosa por obtenerlo, aunque después no les alcance el tiempo para gastarlo (tarea de la que se ocuparán sus herederos, peleándose generalmente a causa de ello).

Hay individuos a los que los incentiva el reconocimiento, la palmada en la espalda, el sentirse queridos y valorados, aunque les cueste mucho dinero.

Pero también hay individuos que se desviven por el poder, su incentivo superior es decidir sobre vidas ajenas, sentirse seres supremos. La diferencia es que cobran por sus aciertos, pero ¿pagan por sus desaciertos?

A los médicos, contadores, arquitectos los juzgan por mala praxis. Una pequeña o una mediana empresa pierde su actividad y su capital si hace las cosas mal.

Ahora: ¿un burócrata? La regla debería ser que tengan el incentivo de cobrar por los goles que hacen, pero pagar también por los penales que erran, como motivación extra para no robar o no excederse en sus funciones.

¿No será hora de arreglar el techo?