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En las Bahamas, aún hay cierta compasión por Sam Bankman-Fried

Sam Bankman-Fried, fundador y director ejecutivo de FTX, llega al tribunal de primera instancia en Nasáu, Bahamas, el 21 de diciembre de 2022.
Sam Bankman-Fried, fundador y director ejecutivo de FTX, llega al tribunal de primera instancia en Nasáu, Bahamas, el 21 de diciembre de 2022.

Hay una frase popular en las canciones de reguetón que dice: “Money can’t done”, que significa que la riqueza fabulosa crea sus propias reglas. En los últimos meses, en las Bahamas, esta se ha convertido en una referencia alegre al residente otrora exitoso del archipiélago, Sam Bankman-Fried.

Desde Washington hasta Wall Street, Bankman-Fried ahora es persona non grata. Políticos, inversionistas y operadores de criptomonedas casi compiten para ver quién declara con más vigor sus bajas opiniones sobre Bankman-Fried, el fundador caído en desgracia de la casa de cambio de criptomonedas FTX.

Este no es el caso en las Bahamas, donde Bankman-Fried vivió este último año en una comunidad lujosa de acceso privado en la costa oeste de la isla Nueva Providencia, cerca de la capital de la nación, Nasáu. Pocos habitantes de la región predijeron que el empresario pasaría su semana final en la isla más hacia el este, en un barrio donde hay mucha delincuencia y chozas, dentro de la que es quizá la prisión más infame del Caribe.

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“Yo creo que tenía un buen corazón”, comentó Shemeca Moss, administradora de una escuela en Nasáu. Moss estaba de compras una tarde reciente en una tienda de cosméticos a unas cuadras del centro penitenciario Fox Hill, donde Bankman-Fried estuvo detenido durante una semana antes de ser extraditado a Estados Unidos el 21 de diciembre para enfrentar múltiples cargos de fraude.

“Es bahameño”, agregó para explicar parte de su compasión hacia él.

La conexión entre los bahameños y Bankman-Fried, quien nació y pasó la mayor parte de su vida en California, refleja un conjunto complicado de circunstancias. Aunque hizo mucho en Estados Unidos, Bankman-Fried donó millones de dólares a una colección inmensa de organizaciones benéficas, iglesias y entidades gubernamentales bahameñas, entre ellas la policía local. En marzo, FTX cubrió el costo de un elegante salón de baile en un centro turístico que se usó para un evento del Estado para recibir al príncipe Guillermo y Catalina Middleton, entonces el duque y la duquesa de Cambridge, quienes fueron de visita a la isla.

Antes el chico de oro del criptomundo, Bankman-Fried, de 30 años, fue arrestado este mes, acusado de cargos penales que incluyen fraude por medios electrónicos, fraude bursátil, lavado de dinero y contravención de leyes de financiación de campañas. Se le acusa de desviar miles de millones de dólares en fondos de clientes a beneficio de una plataforma de operaciones bursátiles que él controlaba. La semana pasada, dos de sus antiguos altos ejecutivos se declararon culpables y están cooperando con los fiscales federales para preparar el caso contra Bankman-Fried. Una de ellos, Caroline Ellison, admitió haber participado en la desviación de fondos de clientes y declaró ante una jueza federal: “Sabía que estaba mal”.

Sin embargo, en entrevistas realizadas en toda la isla que Bankman-Fried llamó su hogar durante más de un año, los residentes opinaron casi de manera unánime que, si bien la índole de cuello blanco de sus delitos era problemática, no era nada comparada con la violencia de las pandillas que plaga algunos de los rincones de la isla. Expresaron temores de que hubiera repercusiones económicas para la isla si no regresaban él y los otros camaradas de las criptomonedas que atrajo.

Tal vez les resulta más fácil a los habitantes de la región compadecer a Bankman-Fried porque es poco probable que haya muchos lugareños entre las víctimas de FTX, quienes según los fiscales perdieron hasta 8000 millones de dólares por el fraude. Los residentes de las Bahamas deben solicitar permisos especiales del banco central del país para invertir en criptomonedas y el gobierno cobra un porcentaje de comisión por este privilegio.

Sentado en un bloque de hormigón a la sombra de la prisión de Nasáu donde estaba detenido el otrora niño prodigio, Patrick Ferguson, un pintor de 61 años y residente desde hace tiempo de la isla, dijo que los presuntos delitos de Bankman-Fried palidecían en comparación con los que él asociaba con largas sentencias en la cárcel. “No tiene ningún sentido”, afirmó Ferguson.

Como el abanderado autodesignado de toda la industria de las criptomonedas, Bankman-Fried trabajó para diversificar la economía de una isla que desde hace mucho buscaba ir más allá del turismo y que se vio afectada por la disminución de visitantes durante la pandemia de COVID-19. Ayudó a organizar una conferencia de criptomonedas en la primavera que atrajo a cientos de visitantes adinerados. En Albany, el recinto frente al mar donde habitaban él y sus socios, se les conocía como patrones generosos; un chofer repartidor relató que le dieron una propina de más de 100 dólares por traer una orden modesta de Burger King a un inversionista de criptomonedas ahí.

En algunos casos, las actitudes de los residentes reflejaban una simple compasión. “Me siento mal por él”, comentó Philip Butler, presbítero de la Iglesia Vida Cristiana en Nasáu.

Este mes, en su testimonio ante el Congreso, el nuevo director ejecutivo de FTX, John Ray, acusó a las autoridades bahameñas de retirar de manera ilícita 100 millones de dólares de la casa de cambio de criptomonedas en las horas previas a su colapso. Ray se refirió al proceso como “irregular” y aseveró que las autoridades habían bloqueado sus esfuerzos para obtener respuestas. El organismo regulador de valores en las Bahamas negó esto en un comunicado.

En las Bahamas, la tasa de delincuencia en general es baja, pero quienes son declarados culpables suelen recibir sentencias largas. Fox Hill, donde estuvo detenido Bankman-Fried, es conocido en la región como “Fox Hell”, con la palabra en inglés para “infierno”. Está abarrotado con 1400 presos —un 40 por ciento más de su capacidad— y tiene un suministro limitado de agua corriente, la cual suele tener un color café, según exreclusos y sus familiares.

Un prisionero que fue puesto en libertad este año, Sean Hall, narró que un desayuno típico consistía en sémola de maíz con sardinas, servido en una taza mohosa. En el almuerzo, lo más común era carne molida con arroz sin condimentar. Por lo general, la cena ni siquiera se servía. La violencia era habitual, a manos tanto de los guardias como de otros presos.

Para los estándares de Fox Hill, Bankman-Fried reibió un trato digno de la realeza. Estuvo en el área de cuidado médicos de la prisión con unos cinco reos en una habitación estilo dormitorio que estaba bajo vigilancia constante, según el administrador. Como Bankman-Fried es vegano, se le dio pan tostado con mermelada para desayunar; en las comidas y cenas, recibió guisados de hortalizas y otras verduras.

Aun así, las condiciones del centro penitenciario influyeron en la decisión de Bankman-Fried de llegar a un arreglo con los fiscales estadounidenses para ser extraditado a Estados Unidos, según una persona informada de las conversaciones.

El director de la prisión, Doan Cleare, comentó que el exrecluso “estuvo bien atendido”. Cleare no aclaró por qué Bankman-Fried estuvo en el ala médica, pero sí dijo que no recibió ningún trato preferencial.

© 2022 The New York Times Company