Caminan horas para llegar a un hospital al que pagan con naranjas y maíz

En el estado mexicano que reporta un mayor índice de pobreza, Chiapas, hay un hospital que funciona como casi ninguno en el mundo.

Sin ayuda del gobierno central, el Hospital San Carlos, ubicado en la localidad de Altamirano, se financia gracias a la colaboración de la sociedad civil y la Fundación de Obras Sociales San Vicente.

A pesar de que no pocos de quienes acuden a sus servicios, todos ellos habitantes de los pueblos Tzeltal, Tzotzil y Ch’ol, recorren hasta 12 horas entre montañas y zonas selváticas para llegar, el centro posee sus 70 camillas, un médico cirujano, un anestesista, y registra unas 100 consultas al día.

De acuerdo con un reciente reportaje de Forbes México, al Hospital San Carlos llegan con frecuencia personas aquejadas de algún cáncer o de diabetes. Por culpa de la desnutrición, también suelen verse varios tipos de enfermedades epidemiológicas.

Como agravante, el centro recibió en 2017 a 78 casos de enfermos por tuberculosis. La nota preocupante es que tan solo en la primera mitad de 2018 la cifra ascendió a 36 casos, en su mayoría menores de edad.

“Sólo pedimos nombre, edad y región donde viven -explica Sor Adela Orea, médico general por La Salle-. El servicio es gratuito, pero los medicamentos no. Algunos tzeltales pagan con cosas simbólicas: naranjas, café y maíz, pero aquí no podemos hacernos de medicamentos con naranjas”.

De cualquier manera, prosigue Forbes, esta es la única alternativa de atención médica para las comunidades indígenas más pobres del sureste de Chiapas.

Este centro que está en pie desde 1976 es sostenido económicamente por organizaciones filantrópicas como la Fundación Merced para el fortalecimiento institucional, Direct Relief para médicos e insumos, la fundación holandesa Schumacher Kramer en la construcción de infraestructura, y Nacional Monte de Piedad.

De acuerdo con Gustavo Correa Cano, director general de la Fundación de Obras Sociales San Vicente, entre 2005 y 2018 la casa de empeño mexicana aportó 13,8 millones de pesos en instalaciones y equipo, apenas el 13% del total de los fondos del hospital.

Hasta el momento, sin acceso a la fibra óptica y ni siquiera una computadora con la que trabajar, el Hospital San Carlos mantiene su servicio las veinticuatro horas al día, aunque toda la documentación y los diagnósticos tienen que ser establecidos mediante máquinas de escribir, como en ninguna otra parte del país.

“Una de las deficiencias más fuertes del hospital son los insumos”, detalla Marissabel Casas Marroquín, coordinadora médica.

En este rincón del continente, las carencias son notables. Faltan desde las gasas, las mallas quirúrgicas, las sondas orogástricas para intubación, hasta un desfibrilador para la reanimación en paros cardíacos, los monitores cardíacos para medición de signos vitales y otros equipamientos.

Según Casas Marroquín, el centro lleva a cabo un promedio 70 cirugías al mes, y ello con tan sólo un médico cirujano y un anestesiólogo.

“Cuando llegan pacientes que necesitan cirugía en urgencias y el médico no está aquí porque ya terminó su jornada, lo contactamos y llega”, aclara Marissabel Casas Marroquín. “Siempre está disponible, pero necesitamos más especialistas”.

Jesús, un músico indígena de origen tzeltal, comenta que “en la comunidad Tzeltal podemos sentirnos bienvenidos en el Hospital San Carlos”. “Los doctores nos traducen del español al tzeltal, eso nos ayuda a sentirnos en confianza y respeto. Yo digo que desde los tiempos de mi abuelo este es nuestro hospital, en otros lugares no nos hacen sentir tan bien”, añade.

Con un índice de pobreza del 28.1%, Chiapas ocupa el primer lugar del país en pobreza extrema, por delante de Oaxaca y de Guerrero. Aun así, que en este lugar recóndito haya un hospital gratuito al que sus pacientes agradecen con frutas y otros víveres es un signo de que siempre se puede hacer más.

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