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Cuando estamos presionados, tomamos decisiones subjetivas

Somos mucho más subjetivos de lo que pensamos tomando decisiones, especialmente cuando estamos bajo presión. Foto: Getty Image.
Somos mucho más subjetivos de lo que pensamos tomando decisiones, especialmente cuando estamos bajo presión. Foto: Getty Image.

Quienes hayan estudiado una carrera universitaria conocerán la Ley de Parkinson, aquella que reza que la duración de una tarea la marca su plazo de entrega. Esto es, si el examen tiene lugar dentro de un par de días, la intensidad del estudio será muy superior en ese plazo que si conocemos dicha fecha con semanas de antelación. ¿Por qué es el cerebro más eficiente en determinadas circunstancias? Uno estaría tentado en pensar que es debido a que elimina ineficiencias como la procrastinación o las visitas al frigorífico, pero hay una razón más poderosa: hacemos ‘trampas’ adoptando decisiones parciales para terminar antes.

Pamela Fuller explica esta peculiaridad de nuestro cerebro en el ensayo ‘Unconscious Bias’ (parcialidad inconsciente) y en el que se detallan las limitaciones de este complejo y poderoso órgano, que de los 11.000 millones de bits de información que se pueden recibir en un momento, solo es capaz de gestionar 40 bits. Esta restricción física provocaría una saturación lógica en el caso de que el cerebro quisiera atender de forma equilibrada todo este torrente de información, pero es tan listo que hace una pequeña trampa para evitar el bloqueo.

Decisiones parciales en momentos determinados

Esta ‘trampa’ consiste en descartar información de forma deliberada y forzarle a adoptar una decisión, o dicho de otra forma, pierde su imparcialidad para precipitar una decisión. ¿Cuáles son los momentos en los que la conocida masa gris se vuelve parcial? Esta experta apunta con el dedo a tres situaciones en las que el cerebro se ve obligado a crear un atajo y tomarlo para evitar el colapso: la sobrecarga de información, la urgencia y los sentimientos.

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Empezando por el primero, y por explicarlo con un ejemplo gráfico, si nos encontramos con que tenemos que hacer un resumen de un libro en menos de media hora, nuestro cerebro hará que leamos partes determinadas del mismo y completemos el resumen con invenciones. En este caso, como puede suponer, cumpliremos los plazos pero también queda patente que este órgano se verá obligado a descartar información del mismo que puede resultar muy valiosa.

No es mucho mejor el escenario en el que nos vemos influenciados por los sentimientos. En este caso, acortamos drásticamente los plazos en la toma de decisiones basándonos en creencias, que no son otra cosa que posiciones que damos como absolutas y que, a su vez, vienen condicionadas por nuestro entorno. En este sentido, nos encontramos ante dos tipos de condicionantes que determinan nuestras decisiones cuando nos vemos afectados por los sentimientos: los de grupo y los determinados por condicionantes negativos.

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Perdemos la objetividad cuando tenemos prisa y estamos muy presionados. Foto: Getty Images.
Perdemos la objetividad cuando tenemos prisa y estamos muy presionados. Foto: Getty Images.

No somos tan imparciales como creemos

Los de grupo son un atajo que emplea el cerebro mediante el cual nos alineamos con la posición adoptada por un grupo afín. Así, si en nuestro barrio existe una tendencia política mayoritaria o bien una afección a un determinado equipo de fútbol, ante una falta de tiempo, nuestra decisión presionada se alineará con el grupo. Y lo peor de esta decisión es que el cerebro la adoptará como argumentada y basada en hechos factuales.

La determinada por condicionantes negativos es la que nos arrastra cuando hemos vivido una experiencia negativa en el pasado que condiciona nuestra decisión bajo la presión. Estos recuerdos determinan nuestras decisiones cuando se agota el tiempo sin que seamos realmente conscientes de ello, pero más clara todavía es la afección en nuestras decisiones si lo que queremos es adoptarlas contra reloj y sin tiempo para análisis.

En estos casos, el cerebro se encarga de llenar los huecos existentes (al no haber podido completarlos mediante un análisis concienzudo por falta de tiempo) con decisiones rápidas y llevados por las prisas. Un ejemplo de ello puede ser contratar a un familiar para desempeñar un trabajo de confianza; una decisión que nos ahorra mucho tiempo y con la que se puede obtener un rendimiento tan elevado como si el proceso de contratación hubiera sido concienzudo.

Otro condicionamiento determinado por la falta de tiempo es el derivado de la tendencia a mantener ciertas acciones por el simple hecho de haberlas realizado así durante mucho tiempo. Es como si llegáramos a un punto de no retorno y en momentos de presión, lo normal para nosotros es seguir la trayectoria mantenida hasta ese momento.

En definitiva, nuestro cerebro dista mucho de ser imparcial y “justo” a la hora de tomar decisiones cuando los plazos se agotan, y bien visto, esto es una buena noticia porque denota una brillante capacidad de este órgano para salir adelante ante situaciones que, de otra manera, lo podrían desbordar.

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