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Coronavirus. De México a la Polinesia Francesa, los argentinos varados en el paraíso

Una isla paradisíaca en el medio del océano puede ser el destino perfecto para descansar durante las vacaciones, pero también el peor escenario posible para asistir al desarrollo de una pandemia. Cuando la crisis por la expansión del covid-19 empuja a los gobiernos a cerrar las fronteras, miles de argentinos no encuentran la forma de regresar al país y pasan los días encerrados en habitaciones ubicadas a pocos metros de las postales que soñaron con conocer, pero de las que ahora quieren huir.

Paula Muñiz, de 26 años, emprendió un viaje al sudeste asiático el 4 de febrero pasado, cuando el coronavirus era todavía un eco lejano en la Argentina. Al tiempo que el virus se esparcía por el mundo, recorrió Tailandia y Vietnam. Cuando llegó el turno de Filipinas, tanto las autoridades argentinas como las de ese estado asiático habían empezado a tomar medidas.

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Un día, mientras tomaba algo en un bar de Port Barton -un pueblo de 5800 habitantes en una isla filipina sin registro en Wikipedia- se enteró de que el aeropuerto del país iba a cerrar. "De un momento a otro se anunció el toque de queda y no pudimos ir más a la playa ni salir para ir a comprar. Ya van 14 días que estamos en esta situación. Estamos encerrados en una casa junto a un grupo de extranjeros", cuenta, y agrega que el dinero que tenían destinado al viaje ya se les acabó. "Perdimos dos reservas de vuelos internacionales y ahora dependemos de la plata que nos envían nuestras familias", agregó.

El pueblo en el que están queda a cuatro horas de viaje del aeropuerto más cercano, que es el de Puerto Princesa. De ahí es necesario tomar un vuelo hasta Manila, la capital filipina, para recién entonces poder viajar a otro país. Pero hoy la mayoría de los aeropuertos del mundo están cerrados, incluyendo aquellos que son las escalas posibles hacia la Argentina.

"Por más que este lugar sea paradisíaco y tenga unas playas hermosas hoy no lo disfrutamos porque no podemos salir. Yo preferiría estar en mi casa, durmiendo en mi cama y comiendo mi comida. Además, estamos en un pueblo sin hospitales, sin farmacia, nada. Si bien no hay ningún caso de coronavirus, estamos vulnerables si llegara a pasar algo", dice Muñiz.

Al asesor financiero Francisco Reggiori, de 26 años, y su amigo Lisandro Florentin, el cierre de fronteras también los encontró en un paraíso asiático. Luego de recorrer las islas del sur de Tailandia les restringieron el ingreso a Indonesia, por lo que decidieron viajar a Bangkok para estar cerca del aeropuerto del que tenían pasaje de regreso al país.

Todavía están en esa ciudad y su vuelo de regreso fue cancelado, según dicen, luego del anuncio del presidente Alberto Fernández de suspender las repatriaciones. Quieren, al menos, poder llegar hasta Brasil, que es la opción que por el momento tienen sobre la mesa.

"Las últimas semanas ya no pudimos disfrutar nada porque nos pusimos voluntariamente en cuarentena para no sumar una dificultad más a la hora de volver", cuenta Reggiori.

A Pablo Rodríguez Denis y su novia nadie les desaconsejó viajar cuando llegó el día de iniciar sus vacaciones en México, el 7 de marzo pasado. "En ese momento la situación era otra y nos íbamos a un país que, en teoría, no era de riesgo. Viajamos demasiado tranquilos y nunca pensamos en cancelar el viaje", relata.

Recorrieron Cancún, la isla Holbox, Isla Mujeres y, cuando por los testimonios que empezaron a llegarles de otros argentinos por el mundo se asustaron y le solicitaron a la aerolínea Copa Airlines adelantar el pasaje, la empresa les sugirió no hacerlo. "Nos dijeron que estaba todo bien y que ellos seguían operando con normalidad", cuenta Rodríguez Denis, que es periodista.

"De un momento a otros nos enteramos que cerró el aeropuerto de Panamá, donde teníamos que hacer escala, y ahí nuestro viaje cambió totalmente", explica. A diferencia de muchos otros varados, que decidieron pasar las noches en el aeropuerto de Cancún, la pareja buscó un departamento de alquiler en Playa del Carmen, un lugar donde es fácil moverse a pie. Sin embargo, eso implica gastar "muchísima más plata" de la presupuestada para las vacaciones e incluso, comenzar a pedir dinero prestado.

"Estamos a 100 metros de una playa del Caribe, pero hace varios días ya que nos autoaislamos. Esto es una boca de lobo, una ciudad abandonada -cuenta-. Turistas ya no quedan: solo hay argentinos varados y gente local". Sus esperanzas están puestas en que mañana los traiga de regreso uno de los últimos vuelos especiales programados por Aerolíneas Argentinas.

La luna de miel de Agustina Santamarina y su flamante esposo comenzó en la Polinesia Francesa, pero terminó inesperadamente con dos noches en el aeropuerto de Santiago de Chile. Sin embargo, ambos preferían dormir en esos catres improvisados pero cercanos a la frontera con la Argentina antes que la exclusiva isla del Pacífico en la que se alojaban y de la que, por momentos, pensaron que no iban a poder salir.

De su luna de miel, que comenzó el 9 de marzo pasado, solo disfrutaron cinco días. Un llamado de su agente de viajes alertó al matrimonio, que comenzó rápidamente a buscar la forma de regresar. Después de decenas de idas y vueltas, llamados y decisiones gubernamentales cruzadas, los recién casados lograron subirse a un avión que los llevó primero a Nueva Zelanda y luego a Santiago de Chile. Ahí se se encontraron lo que les habían anticipado: un campamento de argentinos varados.

"Hay gente por todos lados, durmiendo en el piso, en las mesas. No tenemos barbijos ni alcohol en gel", relataba ayer Santamarina desde el aeropuerto. Agotada después de 60 horas de viaje, pero más tranquila que en una isla paradisíaca en el medio del mar.