Cuidado con WhatsApp porque 'lo carga el diablo': respuestas que generan conflictos
Fuego amigo donde los haya. ¿Quién no ha contestado a un interminable audio de dos minutos de WhatsApp con un lacónico ‘ok’ alguna vez? No es por antipatía, sino que simplemente en ese momento podías estás ocupado o incluso conduciendo. Sin embargo, esta telegráfica respuesta tiene muchos boletos para ser malinterpretada por el receptor y entran en juego otros elementos de la comunicación no verbal.
En este ejemplo, el emisor del mensaje tiene todo el tiempo del mundo, mientras que el receptor puede estar en la cola del súper pagando o sujetando perro y paraguas. Esta información determinante no llega al emisor y de ahí pueden llegar los malentendidos.
Javier Lacort aborda este apasionante asunto en su boletín semanal 101 y lo hace de frente: “Tenemos un problema con el contexto de los mensajes de WhatsApp”, y añado que se trata de un problema que antes no existía.
Con anterioridad a la generalización del uso de esta plataforma de mensajería, nos comunicábamos mediante llamadas o de forma personal; en ambos casos los interlocutores contaban con algo determinante: el contexto. Esto es, uno podía ver con sus ojos la situación de su interlocutor o deducirla por el tono de su voz. Ahora un emoticono con el pulgar hacia arriba puede generar un conflicto de consecuencias incalculables.
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Palabras en una pantalla
“No soy experto en comunicación no verbal”, nos confiesa Lacort, “pero entiendo que cuando hablamos cara a cara o en una videollamada tenemos mucho más contexto respecto a la otra persona: sus gestos y expresiones faciales, la manera de mirar, la relajación o tensión que denote su rostro”, concluye. “En WhatsApp todo se reduce a palabras sobre una pantalla”.
Él mismo describe una situación extraña que todos hemos vivido con nuestros mayores en la app: escribir un larguísimo mensaje cargado de información y al que se ha dedicado no poco tiempo, y recibir como respuesta un escuetísimo “ok”. Es nuestra madre o abuela y lo comprendemos, pero… ¿Y si no conocemos a esa persona? ¿Qué conclusión sacaremos?
En este sentido, los emojis pueden servir para “rebajar la tensión” como indica Lacort, aunque también pueden ser armas de doble filo.
Te ponemos en contexto: envías un trabajado mensaje a tu jefe sobre las perspectivas de ventas y te responde con un lacónico emoji del pulgar hacia arriba. A priori parece que le encaja lo que le has comunicado o… ¿Tal vez no? Una vez más nos situamos en el dilema de la falta de contexto. Si no vemos el rostro de nuestro jefe, no tenemos claro del carácter de su reacción; este debate no lo tendríamos si estuviéramos frente a él.
La pesadilla de los audios
WhatsApp es como un coche de gama alta y elevadas prestaciones: si no hacemos buen uso de él, todo este derroche de caballos se puede venir en contra. Y este comentario se refiere a otra inesperada barrera de comunicación que ha surgido con la plataforma: los mensajes de audio.
Todo el mundo se ha visto, en un momento determinado, en la urgencia de tener que enviar un audio ante la imposibilidad de teclear. Momentos puntuales, la excepción a la regla. Sin embargo, todos conocemos a alguien que ha hecho de esta excepción una norma y envía mensajes de 2-3 minutos, con pausas para respirar incluidas, que nos obligan a pulsar el botón 2x.
Todo es un despropósito. Quien envía estos audios interminables es evidente que no tiene en cuenta la paciencia ni el tiempo del receptor; una falta de consideración, vamos.
Y como hay gente desconsiderada, la plataforma se ha visto obligada a dotar al usuario de un botón para pasar más rápido el penoso trance de escuchar los discursos de algunos.
¿La solución? Sé conciso, empático y capaz de adaptar el tono y contenido al contexto: no es lo mismo el tono del mensaje a un amigo que a un compañero de trabajo.
Vamos, como en la vida misma.