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Deserción escolar y desarrollo: la herencia que cuenta

Una de las mayores preocupaciones del ámbito educativo, luego que la irrupción de la pandemia por Covid-19 trastocara la escolaridad de millones de estudiantes, es cuánto se puede agravar el fenómeno de la deserción escolar, especialmente en el nivel medio, que ya es un problema de larga data. Preocupación que se ve validada por dos datos alarmantes: solo el 29% de los jóvenes que ingresan al primer año del secundario egresan sin problemas en sus trayectorias educativas en el tiempo pautado, cinco (o seis) años después, y un millón de estudiantes tuvieron contacto nulo o escaso con sus escuelas en el año 2020.

La profundización de la crisis ya imperante en el país obliga a revisar también el impacto de los vaivenes del ciclo económico en la decisión de desertar. En una crisis, por un lado, ante la caída de ingresos, recrudecen las restricciones presupuestarias y crediticias, por lo que la necesidad de sumar para el sustento familiar, puede forzar la discontinuidad de los estudios de los integrantes más jóvenes; por otro lado, la crisis afecta los niveles de empleo, bajando simultáneamente las posibilidades de conseguir trabajo y el costo de oportunidad de estudiar, lo que promueve la continuidad escolar, sustituyendo trabajo por educación. Estos efectos ingreso y sustitución aparecen simultáneamente en este contexto, y tienen signos contrarios.

En un trabajo de próxima publicación (https://bit.ly/2Z3Zmq9) se analiza este fenómeno utilizando dos fuentes de información independientes. Se exploran por un lado las tasas de abandono para el período 2003 a 2019, examinando las estadísticas del Ministerio de Educación de la Nación, y por otro, se analiza la base de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec.

Del análisis de la primera base surge que, ante una baja del nivel del ingreso per cápita familiar, la tasa de deserción aumenta y que, paralelamente, subas en la tasa de actividad laboral (empleo + desempleo) se asocian a aumentos en la deserción. En promedio, caídas del 10% del ingreso, se asocian a incrementos de la deserción total de 0,7 punto, mientras que un punto de aumento de la tasa de actividad laboral, se asocia a aumentos de la deserción total de 0,5 punto porcentual. El impacto es todavía mayor para los jóvenes de los últimos tres años del secundario, más cercanos a la edad legal para trabajar.

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Con los datos de la EPH es posible hacer el seguimiento de los jóvenes en edad de asistir a la escuela secundaria, controlando por un gran número de condicionantes individuales y familiares, lo que permite aislar mejor el efecto del ciclo económico. Se observa que la edad es crítica en la decisión del estudiante. A medida que pasa el tiempo, se hacen más costosas las horas dedicadas al estudio comparadas con otras posibilidades fuera de la escuela. Este costo de sostener los estudios termina pesando más en la decisión de abandono, que los años ya invertidos en la escuela.

En cuanto a las variables que acompañan el ciclo, la evidencia indica que en los momentos de retracción económica importan sobre todo las características individuales, estructurales, no atadas (o menos atadas) al ciclo económico, como el género, la educación de los padres, la estructura del hogar, la vivienda y el barrio. Y que, en cambio, en los momentos de expansión es cuando el ingreso familiar y el costo de oportunidad se vuelven relevantes y pesan en la decisión de los jóvenes, y cuando la edad de los estudiantes inclina la balanza. Es importante destacar que la educación del jefe de hogar protege siempre contra la deserción. En ambas fases del ciclo, cuanto mayor educación tenga el jefe de familia, menor es la probabilidad de abandono escolar. Siendo la variable que expone el mayor diferencial en las probabilidades de deserción entre sus categorías.

Si bien la información analizada no permite incluir todas las cuestiones motivacionales, ni de calidad o de estructura educativa que la bibliografía ha destacado como muy importantes en el fenómeno del abandono del nivel medio, los resultados del informe permiten concluir que, por un lado, las características de vulnerabilidad socioeconómicas empujan a discontinuar los estudios aun cuando no se vislumbren oportunidades de trabajo propia, y sin que las condiciones de ingresos o laborales de los padres influyan en la decisión. Y, por otro lado, que cuando las condiciones económicas son favorables, si bien el crecimiento de los ingresos familiares empujan la decisión a mantener la escolaridad, al aumentar el costo de sostener los estudios, en vista de las nuevas oportunidades afuera de la escuela, los niveles de deserción aumentan.

La caída generalizada de ingresos reales durante el aislamiento obligatorio, que justificó la asistencia estatal tanto a personas como empresas, mitigó inicialmente la incidencia de la crisis, pero no pudo evitar el crecimiento de los niveles de pobreza y marginalidad, afectando desproporcionadamente a niños y adolescentes. Todas las problemáticas estructurales asociadas a la deserción en épocas de recesión se han visto especialmente intensificadas, haciendo prever una aceleración de la tasa de abandono que, como los resultados indican, no se detendrá cuando la crisis se revierta y aumente el costo de oportunidad de estudiar.

Los datos revelan que la transferencia intergeneracional de la educación es crucial para reducir al mínimo la tasa de abandono, haciendo imprescindible una apuesta al largo plazo, de políticas educativas consensuadas y sostenibles más allá de colores partidarios, que apunten a la retención de los jóvenes en el nivel secundario y que alienten la prosecución de niveles de educación superiores. Solo poniendo a andar la rueda del círculo virtuoso de la educación se podrá acotar al mínimo el fenómeno de la deserción y se podrá revertir el efecto de los años de desinversión en capital humano que retrasan cada vez más el desarrollo del país, que no es más que suma del desarrollo individual y donde la educación se convierte en la herencia que cuenta.