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La economía en el gobierno de los oligarcas

Sergio Massa durante su asunción como ministro de Economía, el 3 de agosto último
Sergio Massa durante su asunción como ministro de Economía, el 3 de agosto último - Créditos: @Santiago Filipuzzi

Según Laura Di Marco, la periodista de LA NACION que escribió una biografía de Cristina Kirchner, la vicepresidenta admira al presidente ruso Vladimir Putin. La asunción de Sergio Massa como ministro de Economía con la presencia de, entre muchos otros, José Luis Manzano, Jorge Brito, Marcelo Mindlin, José Ignacio de Mendiguren y Daniel Vila, la acercó bastante al mundo del líder ruso.

La escena, que pareció sacada de un acto en el Kremlin, la completaban sindicalistas multimillonarios, gobernadores que se mueven en jets y hacen negocios en sus provincias como si fuesen sus fundos, y políticos que solo rinden pleitesía. Muchos de los presentes, que son la nueva base de sustentación del Gobierno, hicieron sus fortunas al calor de su cercanía al Estado, al igual que los oligarcas rusos. Y, al igual que en Rusia, varios de nuestros oligarcas controlan bancos y medios de comunicación. Si se decía que el gobierno de Mauricio Macri fue el gobierno de los CEO, podríamos decir que el cuarto gobierno kirchnerista se estaría transformando en el gobierno de los o para los oligarcas.

Esta disquisición es importante, a los efectos de tratar de predecir que puede esperarse en materia de política económica. Una cosa es lo que creemos que el Gobierno debe hacer para estabilizar la economía, y otra es lo que el Gobierno hará, basado en restricciones políticas y en su visión de cómo funciona la economía. Sobre lo que se debe hacer, escribí en mi columna anterior, dos semanas atrás. La fase inicial de un programa de estabilización requiere una devaluación del peso (aunque primero haga subir los precios), un ajuste fiscal y una suba de las tasas de interés. Otras combinaciones, sobre todo las carentes de un importante ajuste fiscal, serían efímeras.

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La llegada de Massa al Gobierno implica un cambio de modelo, un cambio en la visión del funcionamiento de la economía. En el modelo anterior, el venezolano o kirchnerista puro, el Estado es visto como la única fuente de crecimiento. Entonces, el objetivo de la política económica es impulsar el gasto público, en parte financiado con más impuestos a los sectores que ven como “rentísticos” y, el resto, financiado con emisión monetaria, la que, en su (extraña) visión de la economía, no genera inflación. Para controlar la inflación y el impacto que el exceso de pesos causa en las reservas internacionales, se ponen controles de precios y control de cambios. Este modelo está muerto, y por eso los oligarcas festejan.

El nuevo modelo se asemeja más al corporativista o peronista tradicional. Los acuerdos de cúpula son cruciales en esta forma de ver la economía. Para incrementar las reservas internacionales, hablo con las cerealeras y con los bancos internacionales; para bajar la inflación, siento a las empresas para generar “acuerdos de precios”, y negocio paritarias con los capos sindicales. Estos acuerdos quedan plasmados en “pactos sociales” que, por una razón mística, también suelen incluir a la Iglesia Católica. No es que no haya ningún cambio a los incentivos económicos, ya que los hay, especialmente los dirigidos a beneficiar a los oligarcas firmantes de los pactos, pero los cambios de los incentivos distan de ser los que se necesitan para enderezar la economía.

Intentar descifrar el modelo económico que tienen nuestros gobernantes en la cabeza, para predecir qué harán, no quita que no podamos analizar sus acciones en base a nuestra visión de la economía. Y, bajo esta luz, se ven claroscuros, aunque más oscuros que claros.

La pata fundamental de cualquier proceso de estabilización, que es la fiscal, deja mucho que desear por el momento. En realidad, la medida más importante que anunció Massa no fue una medida, sino un descubrimiento. Reveló que más personas de las que se esperaba no pidieron mantener los subsidios a las tarifas. Mientras se manejaba que este grupo sería del 10% de los usuarios, Massa habló de números más cercanos –por ahora– al 30%. El ahorro de subsidios podría ser de 0,1% del PBI en 2022 y de 0,6% del PBI en 2023. La quita de subsidios a quienes consumen más de 400kWh por mes no es tan relevante a los efectos prácticos, ya que solo el 10% de la población de mayores ingresos consume en promedio más de esa cantidad, y ese grupo, de todas formas, perderá el subsidio.

La promesa de Massa de poner límites estrictos al gasto en cada ministerio puede terminar siendo muy importante, mientras sea real. ¿A qué me refiero? Tiene que implicar una rebaja del gasto ejecutado y no solo del gasto pagado, porque de otra manera solo aumenta la deuda con proveedores del Gobierno. El programa con el FMI, además, les pone límites muy estrictos a estas triquiñuelas.

Para llegar a un déficit primario (sin intereses) de 2,5% del PBI en 2022, se requiere al menos un ajuste de 0,7% del PBI, lo cual luce muy difícil. Mientras tanto, lo único que se le ocurre al Gobierno es sumar impuestos. Al adelanto de Ganancias de empresas para financiar el bono a jubilados se le sumó un vergonzoso acuerdo fiscal con las provincias votado en el Senado, que deshace el importante pacto firmado con mucho esfuerzo en 2017, que proyectaba reducciones importantes en el impuesto más distorsivo del país: Ingresos Brutos.

Sin un ajuste fiscal más fuerte, será muy difícil que Massa cumpla con su promesa de que el Banco Central dejará de financiar al Gobierno en lo que resta del año. Lo más probable es que venga más emisión, sobre todo para financiar el déficit de diciembre, lo que volverá a presionar a las reservas y a la brecha.

Si tuviera un secretario de Política Económica que le procese bien los números de la macro, quizás Massa no hubiera hecho esa apuesta. Tampoco hubiera cometido el error garrafal de la semana pasada en el secuenciamiento de sus políticas, cuando le ofreció un monumental seguro de cambio al mercado.

Canjeó 2 billones de pesos de deuda que vencía en agosto, septiembre y octubre, por unos bonos que se llaman duales, porque ofrecen al comprador el mejor rendimiento entre la inflación y la depreciación del peso en el mercado oficial. Estos nuevos bonos, que vencen entre junio y septiembre de 2023, se ajustarán por inflación si esta supera a la devaluación del peso, y viceversa. Los compradores, incluyendo probablemente a algunos de los oligarcas, siempre ganan; los contribuyentes siempre pierden. A menos que el Gobierno desdoble el mercado cambiario en vez de devaluar, y deje a estos bonos ajustar por el dólar “comercial”, el más barato.

Estas decisiones no serían tan relevantes si el nuevo equipo económico tuviera la certeza de que no necesitará devaluar el peso en los próximos meses. Pero la situación de las reservas sigue siendo dramática. Aunque el Banco Central logró comprar algunos dólares a mitad de semana, lleva perdidos más de US$1000 millones desde que se anunció el desembarco del nuevo equipo económico. En lo que va de 2022 perdió US$270 millones en el mercado y las reservas, si excluimos el desembolso extra del FMI, bajaron en US$7,083 millones. Esto se compara con compras en el mercado de US$7,272 millones en igual período de 2021.

Las reservas netas (excluyendo deudas en dólares y el oro) son negativas en más de US$4000 millones. Cuando la semana pasada Roberto Navarro le preguntó al presidente del Banco Central, Miguel Pesce, en una entrevista en El Destape Radio, si la entidad estaba usando los encajes de los depósitos en dólares para intervenir en el mercado, éste respondió que no, pero su voz denotó menos convicción que los ideales de Massa.

Con más ahínco que Álvaro Alsogaray en 1959, el Gobierno apuesta a que el fin del invierno alivie sus penas. Esa espera es en vano. Es cierto que, por una cuestión estacional, las importaciones de energía del cuarto trimestre caerán en más de US$1000 millones por mes, comparadas con las del pico de mayo-julio. Pero las exportaciones de cereales y oleaginosas también caen estacionalmente en los últimos meses del año. La espera de fondos frescos de bancos o fondos soberanos es más fútil aún. Con precios de los bonos argentinos tan bajos, que son los que se usan como garantía para un préstamo, es muy poco el dinero que se podría conseguir.

Mientras tanto, la inflación y las expectativas se disparan. El índice saltó al 71% interanual en julio y en agosto quizás supere el 75%. En el último mes, el consenso de economistas pasó de esperar 76% y 64,6% de inflación para 2022 y 2023, respectivamente, a 90,2% y 76,6%. Para tratar de aumentar la demanda de pesos, el Central elevó fuertemente las tasas de interés el jueves pasado, de, 79,6% al 95,5%. Subir la tasa antes de devaluar y de ajustar fiscalmente solo pone al balance del Banco Central en un sendero explosivo. Por el aumento de tasas, el Central deberá pagar más de $250.000 millones adicionales de intereses de las Leliq hasta fin de año, cerca de cuatro veces el ahorro esperado en subsidios energéticos.

El calor poco nos va a ayudar, y un mundo convulsionado y con precios de nuestras exportaciones a la baja tampoco nos va a dar mucho. Los acuerdos de cúpula no llevan a nada. Solo nos quedan los cambios en los incentivos económicos que pueda implementar el nuevo equipo económico. Debería aprender de Vladimir Vladimirovich, a quien no le tiembla el pulso cuando tiene que dejar que el rublo se deprecie, y quien, gracias a eso y a una política fiscal prudente, tiene un banco central con US$630.000 millones de reservas internacionales.