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Empiezan a morir bebés en una Somalia devastada por el hambre

Por Katharine Houreld

DOLLOW, Somalia (Reuters) - Unas ramas de espino cortadas rodean dos montículos de tierra sobre las tumbas de los pequeños cuerpos de las nietas gemelas de Halima Hassan Abdullahi. Los bebés Ebla y Abdia sólo vivieron un día.

Debilitada por el hambre, su madre dio a luz a las gemelas un mes antes de lo previsto, ocho semanas después de que su agotada familia entrara en un campamento para familias desplazadas en la ciudad somalí de Dollow.

"Está desnutrida y sus dos bebés murieron de hambre", dijo Abdullahi en el campamento de Kaxareey, que se erigió en enero y ahora alberga a 13.000 personas.

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Forman parte de los más de 6 millones de somalíes que necesitan ayuda para sobrevivir.

Tras cuatro estaciones consecutivas de falta de lluvias, la peor sequía de los últimos 40 años ha marchitado las plantaciones de judías y maíz de Somalia y llenado sus tierras de cadáveres de cabras y burros.

Con la atención mundial puesta en Ucrania, las agencias de ayuda y las Naciones Unidas están desesperadas por atraer la atención hacia una calamidad que, según dicen, se está convirtiendo en algo comparable a la hambruna de Somalia de 2011. Entonces murieron más de un cuarto de millón de personas, en su mayoría niños menores de cinco años.

En el campamento de Kaxareey sólo hay dinero suficiente para la mitad de las personas. La familia de Abdullahi no es una de las afortunadas.

El país africano no ha visto nada parecido desde principios de los años noventa, cuando una hambruna contribuyó a desencadenar una desastrosa intervención militar de Estados Unidos en Somalia que terminó de forma notoria con el derribo de un helicóptero Black Hawk. La familia de Abdullahi nunca había tenido que abandonar su tierra, dijo.

En los días buenos, Abdullahi puede mantener a los 13 miembros de su familia lavando ropa en la ciudad, por lo que gana unos 1,50 dólares. Eso permite que todos reciban tan solo un puñado de gachas de maíz.

Pero no es suficiente. Su nuera necesita medicamentos para la fiebre tifoidea que cuestan diez veces el salario diario de Abdullahi. La niña se tumba agotada sobre una manta, con un bebé flaco que se agita en su pecho. Un zapato rojo de tacón alto con un broche de brillantes yace en la tierra cerca, una de las pocas posesiones que se llevó de su hogar achicharrado por el sol. Ahora está demasiado débil para decir siquiera su nombre.

"Abdiya", dice Abdullahi en voz baja, tratando de despertarla.

La chica no levanta la vista.

"TANTO DOLOR"

La intervención temprana es crucial para evitar la hambruna que se cierne sobre seis zonas de Somalia. Repartir comida rápidamente hizo que una sequía en 2017 -peor que la que causó la hambruna de 2011- costara menos de 1.000 vidas.

Pero la rapidez requiere dinero en efectivo. Y éste escasea.

El plan de la ONU para proporcionar ayuda de emergencia solo tiene un 15% de financiación.

Hasta ahora, 2,8 millones de personas han recibido ayuda. Otros 3,1 millones podrían ser ayudados si llegara más dinero.

El resto está fuera de su alcance, ya que residen en zonas áridas del interior donde la insurgencia islamista tiene el control.

"Necesitamos el dinero para evitar el riesgo de hambruna", dijo Rukia Yacoub, subdirectora del Programa Mundial de Alimentos en África Oriental.

En el campamento, la gente construye sus casas con lonas anaranjadas y retazos de tela y plástico extendidos sobre cúpulas de palos.

Los martillazos resuenan mientras los trabajadores de las organizaciones de ayuda instalan letrinas de pozo con láminas de hierro corrugado. Los recién llegados se agrupan alrededor de las tiendas de campaña, donde el personal les dice que no hay ayuda por ahora.

En su lugar, muchas familias acaban mendigando una taza de comida o unos pocos céntimos a los que apenas están en mejor situación, pero que llegaron lo suficientemente pronto como para registrarse para recibir ayuda.

A menudo el hambre debilita a los niños antes de caer enfermos. Asha Ali Osman, de 25 años, perdió a sus hijos de tres y cuatro años por el sarampión hace un mes.

Ahora acuna a la más pequeña, un bebé, mientras espera que sea vacunada en Dollow.

"Siento tanto dolor porque ni siquiera puedo amamantarla", dice con suavidad. "Cuando mis hijos tienen hambre, puedo pedir un poco de agua con azúcar a un vecino. O a veces nos acostamos juntas y lloramos".

(Edición de Andrew Cawthorne; traducción de Darío Fernández)