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El escape a la libertad de una ‘sobreviviente’ cubana del Holocausto

Suly Chenkin tenía tres años cuando conoció el miedo. Su diminuta figura se paró en la ventana para mirar a varios hombres con abrigos largos, rifles y perros pastor alemán que caminaban por una plaza. Más rápido que volando un familiar la haló por un tirante del vestido y la salvó de morir ametrallada.

“Si alguno de esos nazis hubiera mirado y no le hubiera gustado la cara de la niña judía, yo hubiera muerto ametrallada”, cuenta Chenkin, que estuvo entre los 32,000 judíos que fueron confinados en el gueto de Kovno, en Lituania, desde 1941.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, solo quedaron 6,000 judíos del gueto de Kovno. El resto fueron enviados a los campos de concentración, o murieron de hambre, frío y enfermedades en un lugar donde cada persona tenía que sobrevivir en un espacio de 10 pies cuadrados.

El 27 de enero se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto porque en esa fecha de 1945 ocurrió la liberación de los prisioneros que quedaban en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia.

Una sobreviviente ‘cubana’ del Holocausto

Chenkin es una de las pocas sobrevivientes del Holocausto que puede contar su testimonio en español, porque sus padres, después de salir de los campos de concentración, la llevaron a Cuba.

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La pequeña Suly llegó a la isla –que ella llama el paraíso– a los 6 años, y entonces solo hablaba yiddish y hebreo. Hoy, a los 82 años, cuando cuenta su milagroso escape del gueto de Kovno, lo hace en perfecto acento cubano. En la isla estudió, fue feliz, vivió en el Vedado, y fue testigo del éxito de sus padres, que levantaron un negocio de ropa interior, las camisetas Perro, hasta que llegó el castrismo y emigraron a Estados Unidos.

El testimonio de Chenkin, que suele dar conferencias sobre el Holocausto y su experiencia de vida, estuvo presente en el encuentro de la Alianza Hispano Judía de la Industria del Entretenimiento, celebrado en Miami la semana pasada.

La organización, que aglutina a artistas, influencers y ejecutivos de medios, hispanos y judíos, tiene como objetivo aunar esfuerzos para poner fin al aumento de ataques e incidentes de odio antisemitas. Está presidida por el ejecutivo de medios Joshua Mintz.

Suly Chenkin (centro) con Joshua Mintz, presidente de la Alianza Hispano Judía del Entretenimiento, y Leah Soibel, directora ejecutiva de Fuente Latina.
Suly Chenkin (centro) con Joshua Mintz, presidente de la Alianza Hispano Judía del Entretenimiento, y Leah Soibel, directora ejecutiva de Fuente Latina.

“El 2022 fue el año que más ataques de odio se dirigieron a la comunidad judía, ataques verbales y en las redes sociales”, dijo Leah Soibel, directora ejecutiva de Fuente Latina, una organización sin fines de lucro con sede en Miami, que trabaja para garantizar una cobertura precisa sobre Israel y el mundo judío en los medios hispanos.

Soibel, cuyos ancestros murieron en los campos de exterminio, señala que los hispanos consumen mucha información a través de las redes, “más que otro grupo racial”, apuntó, por lo que son blanco de la desinformación, que en muchos casos viene en forma de imágenes y comentarios antisemitas que difunden estereotipos sobre la comunidad judía.

‘Nunca más’

Chenkin sabe lo que es verse obligada a olvidar su nombre, a no repetirlo en público, porque en ello le iba la vida. Esa fue la recomendación que le dio su padre cuando la estaban sacando a escondidas del gueto, y ella nunca la traicionó. Lloró pero no dijo su nombre.

La necesidad de escapar empezó con una advertencia. Una cristiana que había sido la nana de Chenkin antes de la guerra arriesgó su vida y fue hasta la puerta del gueto para decirle a su padre que tenía que sacarla de allí. “Los nazis estaban llevándose a los niños menores de 13 años”, le dijo.

El oficial nazi que era jefe del padre de Chenkin en el también le dijo que tenía que sacar a la niña de allí. Como en una película, el hombre que estaba para vigilarlo, era el mismo que le daba noticias de la guerra: estaban perdiendo los alemanes. A la niña había que sacarla, y para eso el nazi le dio un salvoconducto al padre de Chenkin, para que fuera a la ciudad y encontrara alguien que quisiera hacerse cargo de una niña judía. ¿Pero quién iba a tomar esa responsabilidad?

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Al final apareció una valiente de 18 años, de una familia prominente y muy religiosa, que había logrado salvar a varios niños.

“Me pusieron dormida en un saco de papa, y me llevaron en una carreta hasta el final del gueto, con la justificación que allí estaba el molino. Al otro lado estaba la señora que iba a rescatarme, la genio de todo, que me llevó en un cochecito”, cuenta Chenkin.

Un mes después, en julio del 1944, se llevaron a los judíos para los campos de concentración, y dinamitaron el gueto. Quince días más tarde llegaron los rusos. Entonces comenzó una odisea para los sobrevivientes que no tenían documentos, a los que mandaban para el sector soviético, donde no querían ir.

Diez meses le tomó a Chenkin y a su salvadora, Miriam Shulman, recorrer varios países de Europa para llegar a Rumanía y desde allí embarcar a Palestina, porque aun no existía el estado de Israel. Para entonces ya Miriam la había adoptado porque sus padres habían ido a parar a los campos de concentración. Por suerte, ambos sobrevivieron, y no descansaron hasta reencontrarse con Chenkin.

Después viene la parte milagrosa de cómo el padre de Chenkin pudo localizar a sus hermanos que habían emigrado a Cuba en los años 1920. Uno de ellos había muerto, y la viuda se había mudado, pero un cartero cubano “buena gente”, como lo llama Chenkin, fue a ver a un comerciante “polaco” –así llaman a los judíos en Cuba– para ver cómo podían hacer llegar la carta al destinatario. Y el otro hermano recibió la carta y le consiguió documentos y pasajes a la familia.

El 6 de febrero del 1947 Sully llegó a Cuba, y fue tan bien acogida que pasó tiempo para que se diera cuenta de que era diferente.

“A mí besaban, me abrazaban, me daban caramelos. Yo estaba convencida de que toda Cuba era judía, hasta que llegaron las Navidades, y yo no podía poner el arbolito y vi la distinción”, cuenta.

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“Mi papá, que era muy sabio, me enseñó que nunca tomara el antisemitismo y el ser judía como una manta para tapar las fallas y el fracaso”, dice Chenkin, explicando que cuando los judíos dicen “Never again”, no quieren expresar que las situaciones discriminatorias y las tragedias no van a volver a ocurrir, sino que ellos no van a dejar que ocurran, que no se quedarán de brazo cruzados, “porque eso le puede pasar al judío, al afroamericano y al que tiene la nariz virada”.

Fue también su padre el que puso la nota optimista cuando tuvieron que dejar Cuba y empezar de nuevo. “No se quejen, no lloren, que tienen la vida y la libertad”.

Los padres se establecieron en Charlotte, North Carolina, y Chenkin estuvo primero en Miami hasta que un día decidió mudarse a Nueva York, tomó un trabajo que estaba en una compañía que tenía oficinas en el Empire State Building.

“Un día mi mamá vino a visitarme, y mirando las luces de la ciudad, desde mi oficina, al atardecer, me dijo: ‘Mira, Hitler está con el diablo, y tú estás en la cima del mundo’ ”, concluyé Chenkin, que trabajó allí 20 años y después se mudó a Charlotte, desde donde viaja por todo el país a dar las conferencias sobre el Holocausto.

Ya lo ha alertado otra sobreviviente del Holocausto, la senadora italiana Liliana Segre, si no se cuenta, si no se habla, el Holocausto un día solo ocupará unas líneas en los libros de texto.