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Las etapas del populismo y sus consecuencias sociales, políticas y económicas

Desde finales del siglo pasado han proliferado a nivel mundial una serie de gobiernos denominados “populistas”. Muchos analistas han estudiado el fenómeno con disímiles opiniones respecto de las bondades de esta visión de la política, la economía y la sociedad. Entre ellos, Ernesto Laclau, quien, desde una posición de izquierda, se convirtió en adalid de esta forma de gobierno influenciando a líderes como Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Rafael Correa, Fernando Lugo y Evo Morales.

En esta nota se analizará el concepto de “populismo de izquierda”, las causas de su acceso al poder, sus etapas y sus consecuencias sociales, políticas y económicas. Claramente, todos los movimientos de este tipo tienen una característica básica que, incluso, es la que le ha dado el nombre de populismo.

A juicio de los populistas que detentan el poder, ellos son los únicos y verdaderos representantes y defensores del “pueblo”. Entonces, cualquier oposición política se convierte en “enemigo” del pueblo y debe ser combatida e ignorada en sus propuestas. En su concepción, “pueblo” solo es el conjunto de miembros de la sociedad que participan del movimiento; el resto no pertenece. Se abre una profunda brecha: los que defienden los intereses del pueblo versus los que solo buscan mantener sus privilegios. Así, el enemigo debe identificarse: en el populismo de izquierda será la oligarquía económica, que busca mantener sus prerrogativas dejando de lado la inclusión social que pueda mitigar la pobreza y la desigualdad.

Definidas las características básicas de esta forma de gobierno, la pregunta es cuáles son los factores comunes que, en general, han permitido este sistema de poder. Esos factores son: malestar social por inequidad y existencia de severos y crecientes niveles de pobreza e indigencia; grave crisis del sistema republicano provocada por el fracaso y la corrupción de la clase política “tradicional”; decadencia económica que impacta más en los “pobres” que en los “ricos”, y, finalmente, aparición de un líder carismático que, con rasgos de autoritarismo, arbitrariedad y poco respeto por la libertad de prensa y la división de poderes, exacerba el descontento de las clases “oprimidas y marginadas”.

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Todo ello, la mayoría de las veces, acompañado de disturbios orquestados por movimientos que apoyan la llegada al poder del líder.

Definidos estos conceptos, ¿qué enseñan la teoría política y la experiencia histórica respecto de las distintas etapas del proceso populista? En la primera, la de “acceso al poder”, el partido “nacional y popular”, a través de elecciones –fraudulentas o no– se encarama en el gobierno, tomando a su cargo el poder político del Ejecutivo. En esta etapa, en general el gobierno dispone de importantes flujos de caja generados por ingresos derivados de precios mundiales de exportación extraordinarios; por ejemplo, commodities en valores históricos altos (como la soja a US$650 la tonelada o el cobre a más de US$10.000 la tonelada). Todo ello, sumado a facilidades en el acceso al crédito por exceso de liquidez global. Con el superávit fiscal que se genera, el gobierno populista comienza a implementar políticas económicas que dilapidan los recursos fiscales con un “asistencialismo” cada vez mayor, que subsidia a mansalva los consumos populares con el verdadero objetivo del clientelismo, dado por una cada vez mayor cantidad de pobres que dependen de la “voluntad política” del Estado.

Más aún, como el movimiento populista considera que es el único y verdadero defensor del pueblo, el Estado –cuanto más grande mejor– debe proteger, intervenir y regular las actividades económicas con todo tipo de controles. Por ejemplo, controles sobre los precios, las tarifas, el tipo de cambio, el comercio exterior, el sistema financiero y los subsidios. Y con intervención de empresas consideradas estratégicas.

Esta política “nacional y popular”, entre otros males, ahoga la iniciativa privada, limita las libertades individuales, coarta la independencia de los medios y cierra la economía. Esta dinámica conduce a un creciente gasto público que genera déficits fiscales cada vez mayores, los cuales terminan arrastrando a la economía hacia severas crisis: procesos inflacionarios, pérdida de valor de la moneda, caída de los niveles de actividad, graves problemas de desempleo, elevados niveles de pobreza e indigencia, fuga de capitales y ausencia de inversiones.

La dinámica inevitable del populismo, que en un momento se exacerba por insuficiencia de caja para seguir financiando la “fiesta” (debido, por lo general, a caídas de los precios internacionales y/o a estrechez de la liquidez global), termina en una fuerte crisis económica, política y social, que puede poner en peligro el sistema institucional,

A esta altura, y ya en presencia de un escenario de crisis, se ingresa en una segunda etapa y se dan dos posibilidades: o el gobierno gira 180% en sus políticas dando lugar a una salida ordenada de la crisis, o se radicaliza aún más. Si pasa lo segundo, el gobierno profundiza su autoritarismo y arbitrariedad, limita en forma creciente las libertades individuales y no respeta un ordenado marco monetario /fiscal. Más aún, desprecia el sistema republicano de contrapesos copando los poderes Judicial y Legislativo, los cuales deberán alinearse con la voluntad política del gobierno.

Así, se pasa a una “dictadura disfrazada de democracia” (Turquía, Hungría, entre otros países), en la que no hay contrapesos republicanos; se profundiza la crisis económica con un mayor déficit para seguir subsidiando, incremento de la inflación, controles y regulaciones, suba de los niveles de pobreza e indigencia, y cada vez más limitaciones a las libertades individuales.

El ciclo no termina allí. A medida que transcurre el proceso, el escenario social, político y económico de esta pseudo democracia se tensa hasta que llega una tercera etapa. Y nuevamente hay dos alternativas: caída del gobierno por elecciones, o una mayor radicalización, pasando directamente a una clara “dictadura plena” (Venezuela).

La teoría política, junto a la historia económica y social, enseñan que el esquema de tres etapas del populismo (acceso al poder, dictadura disfrazada de democracia y dictadura plena) se ha ido dando en la mayoría de los ciclos populistas observados y que en cada uno de esos períodos se ha ido agravando la crisis autogenerada.

En síntesis, el populismo en términos económicos es inviable; en términos políticos es autodestructivo, y en términos sociales es absolutamente regresivo. Si todo esto es tan claro, ¿por qué en la Argentina insistimos con estos calamitosos procesos “nacionales y populares” que por más de 70 años nos han llevado a crisis recurrentes y a un grave estancamiento económico y social? La respuesta es clara: la causa principal reside en que, sistemáticamente, la gran mayoría de la corporación política no solo no ha abandonado su equivocada ideología populista sino que la ha exacerbado, aumentado incluso su poco respeto por los principios republicanos de división de poderes.

La sociedad argentina debería comprender que, de continuar con las actuales políticas “nacionales y populares”, nuestro país tiene vedado el camino para lograr un crecimiento sustentable.