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Sí: Las fake news existen y generan más de 200 millones de euros anuales

El término ‘fake news (‘noticias falsas’) tiene una definición tan amplia que ciertos gobiernos se niegan a usarlo, ya que puede abarcar desde noticias con errores involuntarios a artículos difamatorios redactados con la intención de engañar a los lectores. El uso del término se disparó a partir del 2016, después de que Donald Trump acusara a ciertos medios de ser fake news durante su campaña electoral. Las acusaciones y el apoyo de los votantes de Trump han afectado severamente la relación de confianza entre gran parte de los ciudadanos estadounidenses y la prensa.

Paralelamente, se sospecha que los resultados de las elecciones de EEUU en 2016 fueron extremadamente influenciados por otros medios online, creados específicamente para propagar noticias falsas. Con cierta coordinación, este tipo de iniciativas puede llegar a desestabilizar gobiernos o servir de catalizador para campañas anti-ciencia, como es el caso del movimiento anti-vacuna o la negación del cambio climático antropogénico.

Fake news. Foto: Getty
Fake news. Foto: Getty

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Sin embargo, estos sitios probablemente no existirían si no hubiese un incentivo económico. Los sitios de fake news se financian de la misma manera que incontables sitios legítimos: a través de la publicidad. Los anunciantes crean banners, esas pancartas digitales que puedes encontrar en cualquier rincón del internet, y pagan para que aparezcan como anuncios en cualquier sitio. Esta también es la razón detrás de la transición que se puede observar en el formato de titulares; hoy en día, hasta los medios online más prestigiosos tienden al clickbait (anzuelo de clics) para atraer suficientes visualizaciones en la página e incentivar a los anunciantes a publicitarse. Los sitios de fake news van aún más allá de la prensa amarillista, atrayendo mucha gente que ya tiene sus prejuicios y sesgos.

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Desgraciadamente, los anunciantes no pueden tomar el tiempo de revisar y vetar todos y cada uno de los sitios donde aparecerían los anuncios, por lo que, en algunos casos, terminan pagando para involuntariamente publicitarse en las fábricas de fake news. A su vez, los dueños de estos sitios publicitan sus artículos engañosos por las redes sociales con cuentas falsas, generando cámaras de eco donde las noticias se esparcen sin mucha crítica. Por ejemplo, en India, más de mitad de la población usa Facebook y grupos de WhatsApp como principal fuente de noticias, lo cual causa que las fake news se vean tan confiables como los medios legítimos. Así también las noticias falsas se propagan sin ser confrontadas por la verificación de datos y hechos.

En consecuencia, las fake news no son sólo una tendencia, sino que forman un sector económico, uno que, según el Global Disinformation Index, mueve 212 millones de euros anuales. Teniendo en cuenta que los ingresos publicitarios mensuales pueden superar el sueldo mínimo de varios países, no es sorprendente que existan ‘nidos’ de fake news. Un caso famoso es Veles, una ciudad en Macedonia del Norte donde al menos siete organizaciones clandestinas contratan a cientos de jóvenes para redactar y publicar fake news en masa. Son organizaciones que, al mismo tiempo, pueden estar recibiendo incentivos adicionales a través de financiación por parte de intereses que buscan crear desequilibrios políticos.

Es un fenómeno muy difícil de combatir, ya que el volumen de sitios que se financian a través de la publicidad online es inmenso. Google, Facebook, y otras plataformas que facilitan este sistema publicitario se han mostrado reacios a implementar medidas severas, ya que, además de impactar en sus ganancias, bordearía en la censura. Aun cuando logran contratar servicios de verificación de noticias, éstos a menudo no son lo suficientemente veloces como para evitar que las fake news se difundan. Organizaciones independientes, tales como Snopes o PolitiFact, han desarrollado iniciativas para corregir noticias falsas tendenciosas y para elaborar listas negras de sitios poco-confiables. Pero, al final, la responsabilidad parece seguir cayendo en manos del lector, quien se ve obligado a verificar toda noticia que lee para evitar ser engañado.