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Frugalidad, el “regalo” inesperado de la pandemia

La pandemia y el confinamiento nos han hecho redescubrir el valor de la frugalidad. [Foto: Getty Creative]
La pandemia y el confinamiento nos han hecho redescubrir el valor de la frugalidad. [Foto: Getty Creative]

En la era del consumismo, la palabra frugalidad cayó en el olvido. Esta crisis, sin embargo, la ha desempolvado. La pandemia y, sobre todo, el confinamiento, han hecho que muchas personas redescubran el valor de la frugalidad.

Hay quienes han dejado de tirar las tapas del pan de molde para convertirlas en picatostes crujientes. Otros están haciendo chips con la piel de patata. Incluso hay quienes están cultivando en los alféizares sus propios puerros y cebolletas con las raíces sobrantes. También hay quienes están reutilizando las bolsas de plástico y los envases de cristal que antes terminaban inevitablemente - y sin pensarlo dos veces - en el cubo de la basura. Y ahora, antes de salir a hacer una compra, nos preguntamos si realmente es necesaria.

¿Cómo pasamos de ser homo sapiens a convertirnos en homo consumus?

El homo consumus vale lo que su poder adquisitivo y solo se siente satisfecho si compra. [Foto: Getty Creative]
El homo consumus vale lo que su poder adquisitivo y solo se siente satisfecho si compra. [Foto: Getty Creative]

La frugalidad es un valor muy antiguo que las generaciones que han pasado por guerras y crisis conocen muy bien. Sin embargo, comenzamos a olvidarnos rápida y gustosamente de ella en las décadas de 1950 y 1960, cuando dejamos atrás los estragos de la Segunda Guerra Mundial y avanzamos con paso firme hacia una cultura del consumismo en la que lo desechable se convirtió rápidamente en símbolo de modernidad y prosperidad.

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Así inventamos la obsolescencia de estilo, que consiste en modificar únicamente características superficiales pero visibles de los productos para que sea fácil distinguir los nuevos de los viejos y hacer que las personas sientan que son anticuadas si usan los modelos anteriores.

Imbuidos en ese desenfreno consumista, no nos preguntamos si tenía sentido abrazar la cultura del usar y tirar, de lo desechable. Así ha sido como en los últimos diez años hemos producido más plástico que en toda la historia de la humanidad, según Greenpeace. Así ha sido como hemos terminado tirando productos por los que hemos pagado y que serían perfectamente reutilizables. Y así ha sido como cada español ha terminado generando 462 kilos de residuos al año, alimentando un flujo de consumo que no nos hace más felices y en realidad nos empobrece.

Quizá nos apresuramos demasiado en mirar hacia adelante. No pensamos que dejar atrás valores como la prudencia, el ahorro y la sobriedad nos condenaba a convertirnos en un homo consumus que solo vale en la medida de su poder adquisitivo y solo se siente satisfecho si compra.

Cometimos el error de “tratar las tiendas como si fueran farmacias repletas de remedios que curan, o cuando menos, alivian todos los males y aflicciones de nuestras vidas particulares y en común […] Los supermercados son nuestros templos mientras los paseos por los centros comerciales se convierten en nuestros peregrinajes […] La plenitud del placer del consumidor es sinónimo de la plenitud de la vida”, como escribiera el sociólogo Zygmunt Bauman.

Pero algo está cambiando.

La frugalidad en los tiempos del coronavirus

El confinamiento ha motivado a muchas personas a crear pequeños "huertos" en sus alféizares. [Foto: Getty Creative]
El confinamiento ha motivado a muchas personas a crear pequeños "huertos" en sus alféizares. [Foto: Getty Creative]

Esta nueva tendencia a cultivar cebolletas en los alféizares dista bastante de los jardines que nuestros abuelos o bisabuelos reconvirtieron en huertos en medio de la Gran Depresión. Si bien es cierto que existe una presión económica debido a la incertidumbre que ha generado el coronavirus, la preocupación por el dinero es tan solo una variable de una ecuación mucho más compleja.

El coronavirus nos ha puesto frente a frente con una nueva realidad: hemos visto estantes vacíos en los supermercados, algunos productos básicos como la harina y los huevos no siempre han estado disponibles y algunas cadenas de tiendas han limitado el número de productos que se pueden comprar.

Esas imágenes inusuales han dejado una huella en nuestro inconsciente, desatando una señal de alarma que nos impulsa a buscar la seguridad. El miedo a no encontrar lo que necesitamos o simplemente el deseo de evitar una salida innecesaria que aumente el riesgo de contagio nos han llevado a ser más cuidadosos, ahorrativos y responsables con la comida que tenemos en casa. Ahora planificamos mejor el menú y nos lo pensamos dos veces antes de tirar algo.

Por otra parte, el cierre de los comercios no esenciales también nos ha demostrado que podemos llevar un estilo de vida infinitamente más frugal. Nos ha demostrado que podemos prescindir de muchas cosas y aprovechar otras que tenemos en casa. Nos ha demostrado que podemos vivir consumiendo lo justo. Y que incluso podemos disfrutarlo encontrando pequeñas satisfacciones y alegrías en esos actos de frugalidad.

¿El secreto? Pasar de la frugalidad extrínseca a la intrínseca

La frugalidad no nos limita, nos permite ser más independientes. [Foto: Getty Creative]
La frugalidad no nos limita, nos permite ser más independientes. [Foto: Getty Creative]

Existen dos tipos de frugalidad, según Ronald E. Goldsmith, psicólogo de la Universidad Estatal de Florida. La frugalidad extrínseca es impuesta por las condiciones externas, por la escasez y la falta de recursos, pero la frugalidad intrínseca es fruto de una elección, del deseo de mantener una vida frugal.

En un estudio de 2015, Goldsmith comprobó que las personas intrínsecamente frugales son menos materialistas, muestran una mayor independencia y son más autodisciplinadas. Esos beneficios, sin embargo, se esfuman cuando se trata de una frugalidad obligatoria.

Por otra parte, psicólogos de la Universidad de Gante descubrieron que las personas con una orientación más materialista reportan niveles mayores de angustia psicológica y un bienestar menor. El consumo irreflexivo nos sume en un círculo vicioso de insatisfacción.

Como escribiera Alan Watts, “todo está manufacturado de modo similar para atraer sin procurar satisfacción, para sustituir toda gratificación parcial por un nuevo deseo […] Todo conspira para persuadirnos de que la felicidad está a la vuelta de la esquina con tal de que compremos un artículo más”, como dijera Alan Watts.

La frugalidad nos permite salir de ese círculo vicioso y liberarnos de las cadenas que puede suponer el consumismo. La clave radica en elegir la frugalidad como un estilo de vida consciente. Comprender que, en vez de limitarnos, la frugalidad nos permite ser más independientes.

Por supuesto, es probable que cuando todo pase, muchas personas retomen el estilo de vida que llevaban antes de la pandemia porque sus comportamientos no eran intrínsecamente frugales, sino que provenían del miedo. Pero también es posible que otros no quieran volver a la normalidad que implica comprar y tirar para volver a consumir. Habrá personas que abracen un estilo de vida más minimalista.

En cualquier caso, esta experiencia de frugalidad quedará en nuestra memoria. Para enseñarnos que no debemos dar nada por sentado. Y para demostrarnos que otro estilo de vida es posible. Y esas son lecciones muy valiosas de cara a un futuro que se proyecta incierto.

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