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La gran grieta en la Argentina es entre habladores y hacedores

Las personas o empresas que generaron valor real para la sociedad con invenciones y emprendimientos que mejoraron la salud, la producción y el bienestar de sus conciudadanos se iniciaron en lugares humildes y el esfuerzo, el estudio y el mérito les permitieron trascender más allá de sus vidas:
Las personas o empresas que generaron valor real para la sociedad con invenciones y emprendimientos que mejoraron la salud, la producción y el bienestar de sus conciudadanos se iniciaron en lugares humildes y el esfuerzo, el estudio y el mérito les permitieron trascender más allá de sus vidas:

Un matemático, un estadístico y un demagogo se presentan al mismo puesto de trabajo. El entrevistador pregunta al matemático: «¿Cuánto es dos más dos?». Y el matemático contesta: «Cuatro». Después, el entrevistador hace pasar al estadístico y le hace la misma pregunta. «Cuatro, de media –dice el estadístico–, con un diez por ciento de variación». Luego, el entrevistador hace pasar al demagogo y le pregunta: «¿Cuánto da dos más dos?». Este personaje cierra la puerta con llave, se acerca al entrevistador y le susurra: «¿Usted cuánto quiere o necesita que dé?».

Es un placer recibirlos en este espacio para preguntarles por qué las personas que más critican el mérito como fuente de progreso lo hacen desde el pedestal que consiguieron por ser hijos, parientes, amigos o funcionales de aquellos que sí obtuvieron, por mérito, un lugar de privilegio.

Sin embargo, las personas o empresas que generaron valor real para la sociedad con invenciones y emprendimientos que mejoraron la salud, la producción y el bienestar de sus conciudadanos se iniciaron en lugares humildes y el esfuerzo, el estudio y el mérito les permitieron trascender más allá de sus vidas: son los casos de Henry Ford, Steve Jobs, Louis Pasteur, Thomas Edison, Soichiro Honda, Bill Gates y Lionel Messi, por nombrar algunos. La existencia de estas personas aportó a mi bienestar y al de mis hijos.

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Ensayo una respuesta con reflexiones de Thomas Sowell: “Cuando quieres ayudar a la gente, les dices la verdad. Cuando quieres ayudarte a ti mismo, les dices lo que quieren oír”.

Es que, finalmente, la gran grieta en nuestro país no es entre políticos o clases sociales, sino entre habladores y hacedores. Es difícil entender por qué es codicia querer quedarse con el dinero que uno ha ganado, pero no es codicia querer quedarse con el dinero que otro logró con su mérito y esfuerzo.

¡Qué distinto sería nuestro presente si los habladores tomaran conciencia y valoraran el esfuerzo que hace un ingeniero, un emprendedor o un pyme para crear un producto o servicio!

Lamentablemente, el exceso de demagogia necesita de ciudadanos que prefieren a veces ser llevados de las narices antes que valerse por sí mismos. Es difícil imaginar algo más peligroso que dejar las decisiones relevantes de nuestras vidas en manos de personas que no pagan ningún precio por equivocarse o se lo hacen pagar a sus seguidores.

El abuso de obtener poder a cambio de dádivas llevó a actualizar el viejo adagio sobre dar a un hombre un pez en vez de enseñarle a pescar. Ahora es: ¡Dale a un hombre un pescado y te pedirá salsa de tomate y papas fritas! Además, el demagogo proclamará que todas estas cosas están entre sus “derechos básicos”.

Mi experiencia me dice que la competencia es mucho más eficaz que el Estado a la hora de proteger a los consumidores. Cuando un gobierno o un organismo multinacional interviene, no necesariamente logra su propósito.

A modo de ejemplo, en 1982, el Banco Mundial prestó a Tanzania más de 10 millones de dólares para el procesamiento de castañas de cajú. Como resultado, ese país terminó teniendo 11 fábricas capaces de procesar tres veces más de lo que, de todas maneras, se producía cada año. Encima, en poco tiempo, seis de las fábricas quedaron ociosas y necesitaban piezas de repuesto, y las otras cinco funcionaban a menos del 20% de su capacidad instalada. Era más barato para Tanzania enviar sus castañas crudas a la India para su procesamiento. Moraleja, son muchas las veces que las buenas intenciones terminan provocando resultados adversos. La historia nos demuestra que es un error globalizar soluciones en sociedades que tienen diferentes culturas y tradiciones.

Es curioso el consenso de que “si uno no puede, el Estado lo hace por usted”, total el lema es “gastemos, vivamos mejor hoy y paguemos mañana”, o, mejor dicho, “mañana vemos cómo nos arreglamos”.

Tengo el convencimiento de que se busca más influenciar que informar, educar, o convencer.

Siento, humildemente, que estamos paralizados como sociedad esperando a que algo ocurra. Pero, para alentarnos a aguantar, nos llenan de anuncios rimbombantes que no logran cambiar la dirección mediocre de nuestra economía.

Esto genera un problema adicional, que es la pérdida de credibilidad de los interlocutores, tanto de los que hacen los anuncios como de los miles de obsecuentes que los aplauden.

Parto del principio de que los mercados no se mueven por lo que pasa, sino por las expectativas previas que los inversores tenían respecto de lo que podía suceder. Si se desilusiona con un anuncio sobre un número de empleo, fiscal o de inflación, se acelera una reacción que agudiza más un círculo vicioso.

Anunciaron arreglos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), swap con China y moneda común con Brasil. Resultado: por algún motivo, no generaron confianza y tenemos menos reservas en el Banco Central y mayor valor del dólar desde esas promesas.

Anunciaron dólar soja uno, dólar soja dos, dólar tecno, dólar turismo, dólar malbec. Resultado: por algún motivo, no generaron confianza y los distintos sectores liquidan cada vez menos divisas y demandan más.

Anunciaron la recompra de deuda pública para desendeudarnos por mil millones de dólares. Resultado: subió el riesgo país. Por algún motivo, no generaron confianza y, una semana después, bajaron los bonos y algunos organismos públicos terminaron vendiendo por debajo del valor de compra.

Anunciaron un megarrelanzamiento de YPF en Wall Street y luego de ese acontecimiento, por algún motivo, no generaron confianza, y el precio de la acción se desplomó 12% en dos días.

Si al ciudadano argentino, vía depreciación del peso, le hacemos pagar siempre los platos rotos (por aquellos que debían cuidarlos), no entiendo por qué nos quejamos de no tener ahorro interno y por qué se busca otra moneda para ahorrar. Incluso los habladores crónicos tienen sus ahorros en dólares.

En su libro Por qué fracasan las naciones, Daron Acemoglu y James A. Robinson sostienen: “Las sociedades con instituciones políticas que concentran el poder en pocas manos rara vez sobresalen en innovación y crecimiento, debido a que los innovadores no tienen ninguna garantía de poder quedarse con el fruto de sus esfuerzos. Y, en la medida en que los excluidos no pueden generar riqueza, tienen pocos recursos para desafiar el poder de los grupos dominantes; en consecuencia, estos se perpetúan en la dominancia”.

Pero también es malo cuando grupos empresariales amigos del poder, que logran sus avances por ser habladores y no por hacedores, vetan iniciativas destinadas a mejorar o fortalecer la competencia. Se generan monopolios y el consumidor queda obligado a pagar el precio que garantice la rentabilidad del supuesto empresario.

Amigos, ante todo, perdón por la catarsis de la nota de hoy. Y perdón si no fue estrictamente económica, pero, gracias al esfuerzo de nuestros hacedores abuelos, nuestros padres tuvieron una mejor calidad de vida. Gracias a los hacedores de nuestros padres, nuestra calidad de vida fue mejor que la de ellos. Pero se nos va a hacer difícil seguir con esta hermosa tradición si los habladores siguen castigando con más impuestos y cargas burocráticas a los hacedores (empresarios y empresas que crean puestos de trabajo y recursos para el país), y continúan derritiendo los salarios de los ciudadanos.

Los que trascienden más allá de sus vidas, los que transforman una generación, los que posibilitan que sus hijos tengan una mejor calidad de vida son los hacedores. A ellos hay que incentivar y alentar. Los habladores sólo se ocupan de allanar y facilitar el camino para seguir en el poder. Cada día que pasa valoro cada vez más la generación de mis padres y abuelos. Por un país de hacedores.