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El helado, una historia con más de 4.000 años: dónde nació, cuál fue la primera heladería y cuándo llegó a la Argentina

El helado es una de esas preparaciones, como los ravioles o las milanesas, que los argentinos adoptamos y reversionamos de la cocina italiana durante el siglo XX. Lo hicimos con tal potencia que en unas pocas décadas todas ellas se convirtieron en comidas más populares y cotidianas que en la propia Italia.

Su origen chino y su difusión por todo el mundo occidental

El primer helado de la humanidad se supone que nació en China, hace unos cuatro mil años, el que -por supuesto-, no se parecía al actual, sino más a un granizado o raspado, a un hielo saborizado sin una textura cremosa. Aquellos agraciados que podían, consumían unas masas congeladas en nieve hechas de leche, arroz y algunas especias, y quizás le agregaban algún jugo de fruta o miel para endulzar la preparación. Este debe hacer sido el primer helado de la historia y la preparación y su fama hizo un largo viaje hacia occidente y, a su paso, se fue asentando y reversionando en cada gran civilización.

Las rutas comerciales llevaron esta versión primitiva del helado hasta el gran Imperio Persa, donde fue acogido con éxito por las clases altas. Se cree que durante el verano los esclavos cargaban en sus espaldas nieve desde montañas y este era resguardado en las primeras cámaras frigoríficas de la historia: espacios subterráneos con receptores de viento. Las recetas de helado persa con néctar de frutas y miel o acaso azafrán, fueron copiadas, primero por los griegos y luego, por los romanos: el emperador Nerón también se hacía traer nieve de los Alpes para poder refrescarse en verano con esta helada preparación.

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Por aquellos tiempos, el helado todavía necesitaba de grandes civilizaciones que pudieran darse el lujo de afrontar la dura tarea de recoger y almacenar nieve; y durante la Edad Media los únicos capaces de hacerlo fueron los árabes. Cargaban a sus camellos con hielo desde las montañas para que sus califas y sultanes se deleitaran con un sharbat, el antecedente del sorbete. Fueron ellos mismos quienes lo reinsertaron en Europa a principios del segundo milenio a través de la actual Andalucía.

En Buenos Aires, el helado se empezó a servir en unos pocos cafés a mediados del siglo XIX

Su transformación en el cremoso y homogéneo helado moderno

Hubo un descubrimiento científico a mediados del siglo XVI que proporcionó las herramientas necesarias para el nacimiento del helado moderno: el descenso crioscópico o en otras palabras, que al añadir sales al hielo su temperatura de solidificación baja y vuelve posible el congelamiento de cremas y zumos batidos. Los hielos ya no debían estar dentro de la mezcla o preparación. Ahora, simplemente se puodían usar para enfriar la mezcla externamente, como un congelador.

A raíz de este nuevo hallazgo, un siglo más tarde –en 1686–, el siciliano Francesco Procopio dei Coltelli abrió en París la primera heladería de la historia: el Café Procope –bar que todavía perdura en el coqueto barrio de Saint-Germain-des-Prés–. Allí, se hicieron por primera vez los famosos helados de vainilla o chocolate. La heladería se transformó rápidamente en un éxito y hasta el rey Luis XIV felicitó al siciliano por sus sorprendentes y cremosos helados.

Durante los siguientes siglos, este nuevo y maravilloso helado cremoso y homogéneo se expandiría por el mundo y llegaría, justamente, a Estados Unidos. Donde a principios del siglo XX su historia volvería a dar un vuelco. En 1913 aparecería allí, la primera máquina con motor eléctrico y funcionamiento similar a las actuales: un batidor incansable dentro de un tacho de acero refrigerado desde el exterior.

Por esos años, también aparecerían en Norteamérica dos ideas fundamentales para nuestra concepción actual del helado: el cucurucho o el helado dentro de masas comestibles y el helado sujetado por un palito para facilitar su comercialización y traslado.

Antiguo carrito en el que se vendía helado

Historia del helado en Argentina: de Cuyo al Teatro Colón

Por su cercanía y accesibilidad a la nieve, la historia del helado en Argentina arrancó a principios del siglo XIX en la región de Cuyo. El mito nacional relata, que por aquellos tiempo, el método más simple para elaborar el helado era al galope del caballo. El movimiento imparable le proporcionaba el batido necesario, cosa que agotaría a cualquier humano con sus simples manos.

En Buenos Aires, el helado se empezó a servir en unos pocos cafés a mediados del siglo XIX como una verdadera fastuosidad. Para hacerlo, era necesario importar el hielo desde Estados Unidos, ya que la primera fábrica de hielo del país data recién de 1860. Aquél hielo que llegaba en barco desde el norte era resguardado debajo de las plateas del antiguo Teatro Colón de la Plaza de Mayo.

Ya a principios del siglo XX, el hielo se volvió un bien ordinario, las máquinas para fabricar helado se masificaron y su consumo se expandió notablemente. Surgieron los primeros heladeros ambulantes en sus característicos carritos y se fundaron las heladerías más antiguas que aún hoy perduran de Buenos Aires: El Vesubio en 1902 y Saverio en 1909.

Nuestro consumo de helado aumentó al doble en los últimos 20 años

El helado hoy, en Argentina y el mundo

Ni Italia, ni Argentina, ni siquiera Estados Unidos; sorpresivamente el principal consumidor de helado en el mundo es Nueva Zelanda. Y pese a que nuestro consumo aumentó al doble en los últimos 20 años, sigue siendo cuatro veces menor –6,9 Kg. al año por persona– al de los oceánicos.

Al igual que en gran parte del mundo, en la última década aparecieron en Buenos Aires muchas nuevas y buenas heladerías, la mayoría de ellas con intenciones de modernizar, tanto en gustos como en estética, el tradicional helado argentino. Dos grandes exponentes de esta nueva ola de heladerías artesanales con gustos basados en productos de temporada son: Obrador Florida y Pistacchio.