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A la hora de los bites. Intel y el peligro oculto de los subsidios

Pat Gelsinger, director ejecutivo de VMware, opina sobre la nube, la movilidad, la internet de las cosas y la Argentina
GENTILEZA

Los datos podrán ser el nuevo petróleo, pero son los semiconductores -los cerebros de la economía de la información- los que en estos tiempos disputan con los hidrocarburos el lugar de mayor punto de tensión económica del mundo empresario.

Al igual que el crudo, la industria de chips de computación, que vale US$500.000 millones, es esencial para las economías industriales. Regularmente su negocio se ve golpeado, tal como sucede con los petroleros, por exceso de oferta y demanda. Y están en el vórtice de intensas rivalidades geopolíticas. Pero su fuente mayor no está en el Golfo Pérsico, sino en una isla separada por alrededor de 175 km de agua de China continental. Lo que es más: el Partido Comunista en Pekín reclama la isla en cuestión, Taiwán, como parte de su territorio. Eso pone a la industria de los semiconductores en el centro de la disputa de poder sino-estadounidense, lo que es un lugar particularmente incómodo.

Intel. El gigante de los microchips suma empleados y expande su filial en el país

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Inversiones millonarias

Es en este contexto que debe verse la reciente decisión de Intel, el principal fabricante de chips estadounidense, de revitalizar la producción de semiconductores en Estados Unidos con una inversión de US$20.000 millones.

Con algo de fanfarria, su nuevo CEO, Pat Gelsinger, está colocando una bandera en su tierra natal, con la expectativa de recuperar el dinamismo que tenía el país que inventó los semiconductores, lugar del que ha sido desplazado por fábricas de chips en Taiwán y Corea del Sur.

Esto se da en medio de un auge del “nacionalismo de los chips”, en el que los gobiernos de Oriente y Occidente están ofreciendo generosos subsidios a tales “fábricas”.

Este hecho coincide con una severa escasez de chips -aunque afecta mayormente a los microprocesadores usados en los autos, que Intel no vende- y que ha dejado en claro el peligro que representan las conmociones en la cadena de producción. Y se produce después del ataque de Estados Unidos a Huawei, un fabricante chino de equipos para redes, restringiendo su acceso a la tecnología estadounidense, incluyendo los semiconductores.

Viento de cola

Nadie podría acusar a Intel de que está desaprovechando el viento de cola geopolítico. Pero el plan de Gelsinger de construir dos nuevas fábricas en Arizona también es una apuesta. Extiende el negocio tradicional de Intel de fabricar sus propios chips a producir otros diseñados por otras compañías estadounidenses, incluyendo Amazon, que diseña los procesadores usados en los centros de datos de su computación en la nube, y Qualcomm, que se especializa en semiconductores para la telefonía móvil.

La decisión de convertirse parcialmente en fabricante por contrato en vez de diseñar los chips y tercerizar la producción, cosa que rivales tales como AMD han hecho exitosamente, requiere sumas inmensas que les pueden resultar difíciles de digerir a los inversores. Intel ya gasta alrededor de US$28.000 millones al año en inversiones de capital, investigación y desarrollo.

La jugada de Intel también señala el comienzo de una nueva era de financiamiento público para la producción de chips en Estados Unidos, lo que podría distorsionar peligrosamente el mercado.

La industria está haciendo lobby por subsidios del Estado Federal por US$50.000 millones en la próxima década, que afirma que es necesario para dar impulso a la construcción de 19 fábricas nuevas, que requerirán inversiones privadas por US$280.000 millones. La apuesta de Gelsinger pone a Intel a la vanguardia de la misión estadounidense de fortalecer su posición como superpotencia de los semiconductores. Pero si no juega juiciosamente sus cartas, podría ser la primera firma de Silicon Valley en sufrir la maldición de ser un campeón nacional.

La soberanía del silicio

Subsidios cruzados

Ya es una de las primeras compañías en la fila en busca de la generosidad del gobierno. Los políticos estadounidenses se quejan ruidosamente acerca de lo dependiente que se ha vuelto el país de dos firmas en el patio trasero de China, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) y Samsung, un conglomerado surcoreano.

Aunque firmas estadounidenses están a la vanguardia del mundo en el desarrollo y el diseño de chips, fabrican tan solo un 12% de ellos en el país, comparado con 37% que tenían en 1990.

Las compañías norteamericanas les echan la culpa a los subsidios de los países asiáticos, que ayudan a aliviar el inmenso costo de las fábricas, que en estos tiempos puede superar los US$10.000 millones cada fábrica. Eso puede ser así, pero TSMC y Samsung han superado también a Intel en los últimos años en su capacidad para producir chips de tecnología de punta.

Gelsinger ahora habla de “co-competencia” en vez de competencia y promete mantener la manufactura por contrato a distancia de la fabricación propia de chips de Intel. Los clientes de todos modos bien podrían preferir TSMC, que no carga con estos conflictos de intereses.

Atendiendo al llamado, Gelsinger ha jurado que volverá a meter a la firma en el juego, desplegando una fuerza que no se veía desde que su mentor, Andy Grove, dejó el cargo de CEO, en 1998. El gobierno de Estados Unidos lo apoya fuertemente. Es probable que Intel sea uno de los primeros receptores de una parte de los US$37.000 millones que el sucesor de Trump, Joe Biden, ha comprometido para dar apoyo a los fabricantes de chips estadounidense. También planea expandirse en Europa, donde los países esperan poder atraer inversiones en semiconductores por hasta 50.000 millones de libras (US$59.000 millones), en parte con apoyo estatal.

Ese chip puede ser programado para realizar tareas sencillas
iStock


Ese chip puede ser programado para realizar tareas sencillas (iStock/)

En términos económicos esto es algo contradictorio. Siempre es lindo recibir plata gratis. Si el gobierno de Estados Unidos insiste en que las compañías estadounidenses compren más chips fabricados en Estados Unidos, Intel se beneficiará. Pero el respaldo estatal puede alentar la excesiva expansión; construir una fábrica lleva años, mientras que la demanda de chips cambia rápidamente, alimentando ciclos de auge y caída a intervalos regulares. Además el apoyo también puede retirarse de modo inesperado.

Los inversores, que ya están nerviosos por la baja en la rentabilidad del negocio central de Intel, pueden sentirse preocupados por el impacto de la sobreinversión en la tasa de ganancia. Y no hay garantía de que los clientes vayan en bandada a la compañía como fabricante por contrato.

La cortina de silicio

La tarea más difícil para Intel será equilibrar una expansión con respaldo estatal en Estados Unidos y Europa con sus relaciones cordiales con China, su mayor mercado, que representa el 26% de las ventas del año pasado.

Por ahora China probablemente necesita a Intel tanto como Intel necesita a China. Pero si Biden continúa la política de su predecesor de restringir las exportaciones de chips a firmas chinas, el peligro no es solo de menos ventas, sino de retaliación.

Al crecer las tensiones geopolíticas, lo mismo sucede con la presión por renacionalizar las cadenas de producción o convertirlas en redes de aliados chinos y estadounidenses que compitan entre sí. Intel debiera desalentar esto a toda costa. Sería desastroso para una de las industrias más globalmente integradas del mundo. Y para Intel tampoco sería divertido.