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Los jóvenes de China no encuentran trabajo y Xi Jinping les dice ‘coman amargura’

Gloria Li está desesperada por encontrar empleo. Se graduó en junio de una maestría en Diseño Gráfico, ella empezó a buscar trabajo con la esperanza de encontrar un puesto inicial que paga unos 1000 dólares al mes en una ciudad grande en el centro de China. Las pocas ofertas que ha recibido son de becaria que pagan entre 200 y 300 dólares al mes, sin prestaciones.

Los jóvenes chinos se enfrentan a una tasa de desempleo récord mientras la recuperación del país tras la pandemia vacila. (Xinmei Liu/The New York Times)
Los jóvenes chinos se enfrentan a una tasa de desempleo récord mientras la recuperación del país tras la pandemia vacila. (Xinmei Liu/The New York Times)

En mayo, durante dos días, envió mensajes a más de 200 reclutadores y su currículo a 32 empresas y obtuvo dos entrevistas. Dijo que aceptaría cualquier oferta, incluidas las de ventas, que antes era reacia a considerar.

“Hace más o menos una década, China estaba en apogeo y llena de oportunidades”, comentó en una entrevista telefónica. “Ahora, aunque quiera esforzarme por buscar oportunidades, no sé en qué dirección dirigirme”.

Récord en desempleo

Los jóvenes chinos se enfrentan a una tasa de desempleo récord mientras el país se recupera de la pandemia. Tienen dificultades profesionales y emocionales. Pero el Partido Comunista y el máximo dirigente del país, Xi Jinping, les dicen que dejen de pensar que están por encima de hacer trabajos manuales o de irse al campo. Deben aprender a “comer amargura”, les dijo Xi, utilizando una expresión coloquial que significa soportar las penurias.

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Muchos jóvenes chinos no la quieren tragar. Argumentan que estudiaron mucho para obtener un título universitario o de posgrado, solo para encontrarse con un mercado laboral cada vez más reducido, una escala salarial a la baja y más horas de trabajo. Ahora, el gobierno les dice que soporten las dificultades. ¿Pero para qué?

“Pedirnos que comamos amargura es como una decepción, una manera de esperar que nos esforzaremos de manera incondicional y emprendermos tareas que ellos no están dispuestos a hacer”, dijo Li.

A la gente como Li la sermoneaba sus padres y profesores sobre las virtudes de soportar penurias. Ahora, lo escuchan del jefe de Estado.

“Las innumerables instancias del éxito en la vida demuestran que en la juventud de uno, elegir comer amargura también es elegir cosechar recompensas”, se citaba a Xi en un artículo de portada del rotativo oficial Diario del Pueblo, con motivo del Día de la Juventud en mayo.

El artículo, sobre las expectativas de Xi respecto a la generación joven, mencionaba cinco veces la frase “comer amargura”. También instó repetidamente a los jóvenes a “buscar penurias impuestas por ellos mismos” y usó como ejemplo su propia experiencia de trabajo en el campo durante la Revolución Cultural.

Nueva realidad

Una cifra récord de 11,6 millones de graduados universitarios se incorporan este año a la población activa y 1 de cada 5 jóvenes está desempleado. Los dirigentes chinos esperan persuadir a una generación que creció en medio de una prosperidad en auge de que acepte una realidad distinta.

La tasa de desempleo juvenil es una estadística que el Partido Comunista de China se toma en serio porque cree que los jóvenes ociosos podrían amenazar su poder. Mao Zedong envió a más de 16 millones de jóvenes urbanos, incluido Xi, a trabajar a los campos durante la Revolución Cultural. El regreso de estos jóvenes desocupados a las ciudades tras la Revolución Cultural, en parte, obligó al partido a abrazar el trabajo autónomo, es decir, los empleos fuera de la economía planificada por el Estado.

Hoy, la maquinaria propagandística del partido cuenta historias sobre jóvenes que se ganan la vida decentemente repartiendo comidas, reciclando basura, montando puestos de comida, pescando y cultivando la tierra. Es una forma oficial de hacer luz de gas, a fin de desviar la responsabilidad del gobierno por sus políticas que estrangulan la economía, como reprimir al sector privado, imponer restricciones por COVID demasiado duras y aislar a los socios comerciales de China.

Muchas personas están sufriendo emocionalmente. Una joven de Shanghái llamada Zhang, que se graduó el año pasado de una maestría en Planificación Urbana, ha enviado 130 currículos y no ha obtenido ninguna oferta de trabajo y solo un puñado de entrevistas. Vive en una habitación de 9 metros cuadrados en un apartamento de tres habitaciones y apenas se las arregla con unos ingresos mensuales de menos de 700 dólares como tutora de medio tiempo.

“En mi punto bajo emocional, quise ser un robot”, confesó. “Pensé que si no tenía emociones no me sentiría inútil, impotente y decepcionada. Podría seguir enviando currículos”.

 Presidente Xi Jinping. (FLORENCE LO/POOL/AFP via Getty Images)
Presidente Xi Jinping. (FLORENCE LO/POOL/AFP via Getty Images) (FLORENCE LO via Getty Images)

Pero se dio cuenta de que no debía ser demasiado dura consigo misma. Los problemas van más allá de ella. Ella no se traga el discurso de que hay que comer amargura.

“Pedirnos que pasemos penurias es tratar de desviar la atención del crecimiento económico anémico y de la disminución de las oportunidades de empleo”, declaró Zhang, que, como la mayoría de las personas entrevistadas, quiso ser identificada solo con su apellido por motivos de seguridad. Algunos otros quieren ser identificados solo con sus nombres en inglés.

El mensaje del partido es eficaz con algunas personas. Guo, un analista de datos de Shanghái sin trabajo desde el verano pasado, dice que no quiere culpar de su desempleo a la pandemia ni al Partido Comunista. Culpa a su propia falta de suerte y capacidad.

Canceló sus juegos en línea y sus suscripciones a servicios musicales. Para llegar a fin de mes, el pasado diciembre repartió comidas, trabajando de 11 a 12 horas diarias. Al final, ganó poco más de 700 dólares al mes. Lo dejó porque el trabajo era demasiado agotador físicamente.

En otras palabras, fracasó en comer amargura.

La instrucción de Xi de trasladarse al campo está también fuera de contacto con los jóvenes, así como con la realidad de China. En diciembre, dijo a los funcionarios que “guiaran de manera sistemática a los graduados universitarios a las zonas rurales”. Hace unas semanas, en el Día de la Juventud, respondió a una carta de un grupo de estudiantes de agricultura que trabajan en zonas rurales, elogiándolos por “buscar penurias impuestas por ellos mismos”. La carta, publicada también en la primer página del Diario del Pueblo, desencadenó debates sobre si Xi iniciaría una campaña al estilo maoísta para enviar a los jóvenes urbanos al campo.

Adiós al sueño chino

Tal política devastaría el sueño chino de subir en la escala social que muchos jóvenes y sus padres tienen tan arraigado.

Wang, un exejecutivo publicitario de Kunming, en el suroeste de China, lleva desempleado desde diciembre de 2021, después de que la pandemia afectara duramente a su sector. Habló con sus padres, ambos agricultores, sobre la posibilidad de volver a su pueblo y montar una granja de cerdos. Dice que se opusieron con vehemencia a la idea. “Dijeron que habían gastado mucho dinero en mi educación para que no me convirtiera en granjero”, explica.

En la jerarquizada sociedad china, los trabajos manuales están mal vistos. La agricultura ocupa un lugar aún más bajo debido a la enorme diferencia de riqueza entre las ciudades y las zonas rurales. “Las mujeres no se plantearían ser mis novias si supieran que soy repartidor a domicilio”, dice Wang. Le iría aún peor en el mercado matrimonial si se hiciera agricultor.

c.2023 The New York Times Company

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