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Mancha y Gato, los caballos criollos que pisaron las tierras de los mustangs

Monumento a Aimé Tschiffel, Gato y Mancha, en Ayacucho
Monumento a Aimé Tschiffel, Gato y Mancha, en Ayacucho

Mancha Cardal y Gato Cardal fueron dos caballos criollos argentinos que marcharon en 1925 desde Buenos Aires a Nueva York (21.000 kilómetros en tres años y medio de viaje), montados por el profesor suizo Aimé Félix Tschiffely. Recibieron sus nombres de los pelajes, ya que Mancha era de pelaje overo rosado manchado y Gato de pelaje gateado, tenían veteranos 15 y 16 años respectivamente.

El propietario de los animales era Emilio Solanet, un veterinario y dirigente radical, prestigioso académico y productor agropecuario, autor del libro Pelajes criollos, un verdadero clásico en la materia. Poseía una estancia de cría, “El Cardal” en Ayacucho, donde los caballos fueron domados. Allí se los regala a Tschiffely para su viaje como una forma de promover la raza criolla. Ambos estaban convencidos de la fortaleza de los dos fogueados y rústicos caballos criollos, de baja alzada y resistentes como pocos.

Solanet, unos años antes había sido miembro fundador de la Asociación Argentina de Criadores de Caballos Criollos y era un entusiasta criador y propulsor del reconocimiento de la raza. Gran genetista y zootecnista, intuyó que para comenzar los registros de la raza, debía encontrar ejemplares criollos puros. En los campos de la provincia de Buenos Aires existían criollos, pero muchos mestizados con razas europeas tan de moda en esos años.

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Le usurparon un campo y hoy vive con el temor a que todo se vuelva a repetir

En 1911 había viajado a Chubut donde suponía aún no había cruza y los ejemplares eran puros tras cuatrocientos años de selección natural. Convencido de que el equino criollo primitivo se había adaptado a las condiciones más severas en la aislada Patagonia, compró de las manadas de los indios Tehuelches (tribu del cacique Juan Schackmatr y su hermano Liempichun) del río Senguel, 84 yeguas y padrillos.

Solanet, siguiendo el criterio de seleccionar los más fuertes y rústicos y del tamaño por él establecido, formó sobre esas bases en su campo los primeros reproductores hasta que en 1922 logró que la Sociedad Rural aprobara el standard de la raza criolla por él concebido. Mancha y Gato eran dos de esos caballos indios chubutenses, llegados en arreo desde Colonia Sarmiento, descendientes de los traídos por don Pedro de Mendoza en 1535, caballos ibéricos de sangre árabe y berberisca producto de ocho siglos de dominación mora de España.

Vaqueros

En Estados Unidos existe una raza local descendiente de los caballos españoles, el Mustang, caballo de indios y vaqueros del siglo pasado. Como no se lo considera físicamente atractivo (petisón y rústico como el criollo) y es plaga para tierras de cultivo y pastoreo a nadie le interesa criarlo como raza pura. Sin embargo hoy en día se los doma y trabaja esporádicamente con buenos resultados.

Tschiffely refiere que al llegar a los Estados Unidos con sus caballos, tuvo ocasión de conversar con tres viejos cowboys de los últimos representantes tal vez, de ese tipo de admirables jinetes, que como nuestros gauchos, van en camino de desaparecer. “Tres viejos vizcachones” al decir de Aimeé, quienes al preguntarles si conocían de que raza eran Mancha y Gato, afirmaron categóricamente que eran mustangs, lamentándose que ya no existieran como antes dijeron: “entonces sí se podía decir que había buenos caballos”, según relató otro gran criador, don Roberto C. Dowdall a Tito Saubidet en el libro Vocabulario y refranero criollo.

Tschiffely quiso a ambos animales por igual pero no ocultó su predilección por Mancha, caballo de genio y porte mientras que Gato era más apaciguado y racional. El título en castellano de su libro de viaje (“La cabalgata de Tschiffely” o “Historia de dos caballos” según la ediciones inglesas) es “Mancha y Gato”, que más allá del orden alfabético, homenajea al overo primero.

En conmemoración de la fecha en que llegaron a Nueva York, el Senado de la Nación y la Cámara de Diputados, designaron en 1999, el día 20 septiembre como el “Día Nacional del Caballo”.