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Miami y un fin de semana de gran música

Impecable, memorable y revelador, tres palabras que podrían aplicarse respectivamente a cada concierto y que bien podrían definir el fructífero fin de semana musical miamense.

El viernes 20 de enero regresó al escenario del Arsht Center la Orquesta de Cleveland con su titular Franz Welser-Möst para una velada Schubert-Tchaikovsky donde reconfirmó ser uno de los conjuntos más perfectos y “aceitados” del país, un envidiable y genuino auto de alta gama musical. La orquesta venía de tocar en Carnegie Hall la misma “Octava Sinfonía” (“Inconclusa”) de Schubert que abrió el programa. En la sala neoyorquina la habían interpretado con la novedosa “vuelta de tuerca” de juxtaponerla con otra composición vienesa, la “Lyric Suite” de Alban Berg de 1926, escrita ciento cuatro años después. Un experimento provocativo y fascinante que relaciona y hermana partituras tan dispares.

Desafortunadamente parecería que Miami no merece este tipo de innovación capaz de motivar nuevas vivencias teniéndose que conformar con los dos movimientos dejados por Schubert, un hecho no menos lamentable fue el aplauso del público entre movimientos durante todo el programa que denota falta de educación y respeto hacia músicos y sectores de la audiencia, una mala costumbre que al menos una advertencia educadora en el programa puede ayudar a solucionar.

La “Inconclusa” fue lo mejor de la noche, objeto de una impecable lectura en la mejor tradición vienesa, de sedosidad inmaculada, sin exaltar sino dejando adivinar el drama latente, se desarrolló serena y sutilmente recordando en instancias el lirismo de sus Lieder. En la “Patética” de Tchaikovsky, Welser-Möst usó un enfoque similar, curiosamente distante, reteniendo la sonoridad del conjunto hasta el último movimiento donde entonces sí dejó apreciar en todo su esplendor el caudal lustroso, incomparable de los clevelanders.

Gemma New dirige la New World Symphony.
Gemma New dirige la New World Symphony.

En contraste, el sentimiento opuesto se vivió la noche siguiente en la NWS para la “Quinta” de Tchaikovsky a cargo de Gemma New, que ya había conquistado en su debut del año pasado esta vez doblando la apuesta con un desempeño formidable. Literalmente abrazando, abarcando y hechizando a cada becario de la Academia Musical de América, la joven neozelandesa condujo la sinfonía como un barco en plena tempestad llevándolo al buen puerto de la ovación merecida. New imprimió una energía urgente en la que, como pedía Toscanini, “cada nota tuvo derecho a vivir”. En su intensidad volcánica semejaba una herida abierta entregando fuerzas vitales, un torbellino musical magníficamente plasmado; así New sugirió cómo Tchaikovsky precede a Shostakovich brindando una cabalgata arrolladora pero controlada “à la Mavrinsky” - no cabe mejor elogio - trágica, descarnada, estremecedora y por sobre todo, emocionante.

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Muestra de la versatilidad evidenciada por New fue lograr que la NWS sonara con la textura, color y nasalidad de una orquesta rusa mientras que en la primera parte convenció como la más americana de las orquestas en una soberbia lectura del “Concierto para cello” de Barber (1945).

La cellista Alisa Weilerstein y la New World Symphony.
La cellista Alisa Weilerstein y la New World Symphony.

Aquí, New contó con la complicidad absoluta de la extraordinaria chelista Alisa Weilerstein que se hizo una con la ardua partitura de una pieza que debiera ser tanto más conocida y de la que es adalid. Cada frase, cada intervención de Weilerstein fue de un lirismo y precisión absolutas aunando eximio virtuosismo con honestidad musical, regalando un sonido aterciopelado y opulento acorde con el bucólico espíritu de Barber. New creó el marco ideal para esta conversación entre solista y orquesta, escuchándose, desafiándose y complementándose hasta el fiero final. El programa abrió con la interesante “Umoja” (Unidad en swahili) de Valerie Coleman bajo el siempre confiable Chad Goodman, obra festiva que celebra el primero de los siete días de Kwanzaa, la celebración anual de cultura afroamericana.

Jason Max Ferdinand
Jason Max Ferdinand

Por su parte, celebrando a Martin Luther King Jr. y el Black History Month, de la mano de Jason Max Ferdinand, talentoso director invitado de Trinidad y Tobago, Seraphic Fire presentó “Viejo/Nuevo”, un programa que refrescó, revisitó y en instancias reveló spirituals y canciones tradicionales americanas combinadas con piezas contemporáneas concitando un espléndido fresco vocal. Las encantadoras “Old American Songs” de Copland sentaron la intención de la velada. Con “Psalm57” de Betty Jackson King y “Keramos” de James Mulholland el grupo superó cómodamente las dificultades evidentes de ambas así como el severo “Hold Fast to Dreams” de Joel Thompson sobre Langston Hughes y Martin Luther King Jr. conmovió como rotundo alegato. La pieza medieval de Thomas Tomkins remitió a la especialidad imbatible del grupo seguidos por “Steal Away y Zion Walls”, dos spirituals en clave jubilosa. “No Color” de Stacy Gibbs brindó una necesaria reflexión sobre discriminación, asimismo “If I Can Help Somebody” fue un rayo de esperanza que iluminó el concierto en la voz de Chelsea Helm.

Seraphic Fire jugó con texturas, armonías y contrapuntos con la magistral eficiencia que lo caracteriza y Ferdinand fue un notable líder en todo momento que, por cierto, contó con la invalorable colaboración de Anna Fateeva al piano. Para el final, un fervoroso “Lift Every Voice and Sing” del floridano JR Johnson rubricó un concierto siempre necesario, siempre reconfortante. Un bis inesperado arrancó sonrisas y entusiasmo, “La cucaracha” en clave de Seraphic Fire nunca sonó tan efervescente y desenfadada. Enhorabuena.

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