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¿La moda todavía puede sorprendernos?

Modelos presentan diseños en el desfile de Schiaparelli, alta costura, otoño 2022, en París, el 4 de julio de 2022. (Valerio Mezzanotti/The New York Times)
Modelos presentan diseños en el desfile de Schiaparelli, alta costura, otoño 2022, en París, el 4 de julio de 2022. (Valerio Mezzanotti/The New York Times)

PARÍS — ¿Qué cosa es impactante hoy en día?

Hay muchas respuestas posibles a esa pregunta, aunque quizá pocas de ellas tengan que ver con la moda. Desde hace mucho la realidad superó a los guardarropas como fuente de asombro eterno.

Pero un alarido salió volando de la fachada del Musée des Arts Décoratifs en el Louvre cuando comenzó la primera temporada completa de desfiles de moda desde 2020: “¡Impactante! El mundo surrealista de Elsa Schiaparelli”.

Era el anuncio de un nuevo desfile, así como un recordatorio de que, alguna vez, la ropa tuvo la capacidad de desconcertar.

De que antaño la moda podía sacar a los espectadores de su letargo o sacudir su cinismo; desafiar las convenciones; hacerlos parpadear y volver a parpadear simplemente con un destello de piel, una confección asombrosa, una idea aparentemente absurda sobre el cuerpo y lo que se pone sobre él.

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Sin embargo, en un mundo donde los extremos son cada vez más marcados, donde la verdad es un concepto fungible y la crisis está empezando a ser la norma, aquella época se siente casi pintoresca: una pieza para los museos, en muchos sentidos.

Incluso en la alta costura, ese laboratorio de diseño estaba libre de las limitaciones comerciales porque es ropa hecha a la medida para muy pocos afortunados.

Modelos presentan diseños en el desfile de Dior, alta costura, otoño 2022, en París, el 4 de julio de 2022. (Valerio Mezzanotti/The New York Times)
Modelos presentan diseños en el desfile de Dior, alta costura, otoño 2022, en París, el 4 de julio de 2022. (Valerio Mezzanotti/The New York Times)

Entonces, en la actualidad, ¿qué cosa es impactante? Daniel Roseberry, el director creativo de Schiaparelli, tenía una especie de respuesta: “cosas hermosas”. A veces, ante las externalidades abrumadoras y la implacable crudeza, sugirió, solo se necesita encanto para deslumbrar, para ofrecer un recordatorio de la capacidad de soñar. Aunque sea un poco pomposo. Esto no es ropa para el diario, querida.

Se trata de un sombrero que parece un campo entero de trigo dorado (pero que en realidad son plumas quemadas de avestruz); un vestido de cóctel en terciopelo negro del que brotaban tulipanes destellantes o uno que ondulaba bajo una tempestad de satén; un atuendo confeccionado totalmente de collares con gemas. Se trata del diálogo: con los diseñadores que le antecedieron, como Christian Lacroix, el primero en revivir a Schiaparelli por allá del año 2013.

¡Diálogo! ¿Quién lo hubiera dicho? En realidad, es una sugerencia un tanto radical. (O al menos más radical que los senos desnudos que Roseberry mostró por aquí y por allá en su pasarela, que a estas alturas ya se siente banal e innecesario). Y tiene que empezar en algún lado.

“En un momento en que nuestros corazones son puestos a prueba/por las noticias y el oscurantismo/debemos permanecer rudos y reales”. Así lo escribió Pieter Mulier de Alaïa en su poema en prosa, si se le puede decir así, que habían puesto en los asientos antes del desfile. (Alaïa no es una marca de alta costura pero parece). “Rudo y real” en esta colección, se refiere a cómo se sienten los materiales y el tacto de las telas.

El desfile se presentó en un espacio burdo que algún día será una tienda de Alaïa. La colección está basada en el leotardo: con capas de seda elástica y tela de punto; leotardos que en la cintura están envueltos con una bufanda integrada que también es una falda de la que cuelgan flecos extravagantes; leotardos con faldas como crema batida y abrigos de corte redondeado que te invitan a acobijarte.

Había cueros con bordes rugosos, un poco de algodón camisero (con capucha) y, al final, una falda colgaba de la cintura para formar pliegues en torno a las caderas, pero con un escote tal en la parte de atrás que se dejaban ver dos rebanadas de nalgas desnudas debajo del leotardo con corte alto. Qué descaro. Pero quizá sea el camino a seguir para una casa cuyo legado ha sido un lastre.

Da la casualidad de que Mulier llevó a todo su atelier a que vieran el desfile, lo cual se está haciendo tendencia en el mundo de la alta costura. Los diseñadores reconocen que no hacen todo solos. ¡Anda! Otra cosa más que nos impacta.

En efecto, comentó Maria Grazia Chiuri en una vista previa antes de su desfile para Dior: “La moda tiene esta gran oportunidad de construir puentes entre las personas, de ser un respaldo para cada uno, nos permite estar conectados y ser francos. Es una plataforma grande y la tenemos que usar”.

Ella la utiliza, cada vez más, para ampliar la definición y el espíritu de la alta costura, al conectarla con las tradiciones de la artesanía mundial, pero esta temporada a través de la obra de la artista ucraniana Olesia Trofymenko, cuyos diseños combinan técnicas clásicas de punto de cruz y pintura. Partiendo del “Árbol de la vida” de Trofymenko, Chiuri lo ha incorporado, literalmente, a sus propios diseños, incrustándolo en vestidos anticuados y abrigos envolventes, trajes con faldas cuadradas y vestidos de encaje como de gran señora.

Si María Antonieta hubiera cambiado sus vestidos de campesina por algo más folclórico en Le Petit Trianon, y si hubiera pasado de la autocomplacencia a la distribución del poder, esto es lo que habría usado. Los colores eran sutiles (hueso, blanco, negro, algo de rojo) y la alusión también. Lo que no lo hace menos puntual, ni el resultado menos hermoso.

Sin embargo, fue Iris van Herpen, que celebraba el 15.º aniversario de su marca y volvía a un desfile en vivo por primera vez en dos años, la que se encargó de hacer hincapié en el tema. La conexión también está en el corazón de su trabajo, pero su tema es el pasado y el futuro: cómo tomar el viejo arte de la alta costura y hacerlo relevante para el mañana; cómo encontrar el punto de congruencia entre la naturaleza y la tecnología.

Llamó a su colección Meta Morphism, aludiendo tanto al metaverso, lo más novedoso en la moda, como a las “Metamorfosis” de Ovidio, las historias de Dafne y Narciso. El resultado fue una prueba fehaciente de que si alguna vez un diseñador iba a liberarnos de los límites del mundo físico y mostrarnos cómo vestirnos en una dimensión digital (en la que, quizá, la alta costura no sea solo algo que las masas solo pueden ver, sino algo que vestir), esa es Van Herpen.

Ella trabaja con un lenguaje totalmente distinto al de cualquier otro diseñador y con herramientas completamente diferentes, como impresoras 3D y cortadoras láser, de modo que sus prendas parecen ropa (en su mayoría), pero también formas de vida orgánica: mariposas y venus atrapamoscas que extruyen filamentos que tiemblan y revolotean alrededor del cuerpo con la brisa de un gesto, mezclados con una pizca de mitología antigua, con rostros que se asoman de cintas tridimensionales en abrigos y vestidos a fin de echar un vistazo con curiosidad y asombro. Escriben de nuevo la física del vestir y vuelven a concebir el cuerpo sin borrarlo, no de manera caricaturesca, sino como algo totalmente convincente.

Y eso crea la esperanza de lo que podría venir después. Tanto en el mundo real como en el virtual. Lo cual quizá sea lo más verdaderamente impactante de todo.

© 2022 The New York Times Company