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Opinión: Adiós al internet sin ley

El presidente estadounidense, Donald Trump, durante un discurso en Phoenix, el 23 de junio de 2020. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente estadounidense, Donald Trump, durante un discurso en Phoenix, el 23 de junio de 2020. (Doug Mills/The New York Times)
Steve Huffman, cofundador y director ejecutivo de Reddit, en San Francisco, el 16 de julio de 2015. (Jason Henry/The New York Times)
Steve Huffman, cofundador y director ejecutivo de Reddit, en San Francisco, el 16 de julio de 2015. (Jason Henry/The New York Times)

Se sintió como una presa que se está rompiendo, o como un cambio de guardia.

Esta semana, en un periodo de 48 horas, muchos de los gigantes de internet tomaron medidas que habrían sido impensables para ellos tan solo unos meses atrás. Reddit, que desde su creación ha funcionado en buena medida como un territorio sin ley, vetó miles de fotos por tener un discurso de odio, entre ellos el foro pro-Trump más grande de internet. Twitch —una plataforma de videojuegos propiedad de Amazon cuya fama no proviene precisamente de su valentía política— suspendió la cuenta oficial del presidente estadounidense, Donald Trump, por una “conducta llena de odio”, mientras que YouTube purgó un puñado de racistas infames y castigó a un popular creador con un historial de videos problemáticos. Facebook, bajo la presión de un creciente boicot de anunciantes, bajó una red de violentos insurrectos antigobierno que habían iniciado actividades en su plataforma.

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Caso por caso, estos cambios tal vez se hayan sentido graduales y aislados: el tipo de arbitraje e imposición de límites que ocurren todos los días en las redes sociales.

Sin embargo, debido a que ocurrieron todos de golpe, se sintió como algo mucho más importante: una señal de que el internet sin ley —el experimento de un crecimiento sin regulaciones y un gobierno de no intervención en las plataformas que llevó a cabo la industria tecnológica durante una década— está llegando a su fin. En su lugar, está tomando forma una nueva cultura más responsable, más consciente de sí misma y menos deliberadamente ingenua que la anterior.

Este cambio se puede ver en las palabras de tecnólogos como Steve Huffman, el director ejecutivo de Reddit. Huffman señaló que hace poco tiempo rechazó uno de los valores del internet salvaje: la idea de que las plataformas privadas de internet existen para ofrecer un foro para todas las ideas, sin importar su toxicidad.

“Cuando comenzamos Reddit hace quince años, no prohibíamos nada”, me comentó Huffman en una entrevista realizada esta semana. “Y era fácil afirmar ese tipo de cosas, como lo hacen muchos jóvenes, porque, uno, tenía creencias políticas más rígidas y, dos, me faltaba perspectiva y experiencia en el mundo real”.

Ahora, Huffman dice que entiende que algunos discursos —odio, acoso, intimidación— impiden que otras personas hablen, y que una cultura de plataformas sin límites a menudo empodera a los menos comprometidos con una conversación civilizada. Es una postura que refleja una comprensión más madura sobre la dinámica de las comunidades en línea y de las múltiples maneras en que la inacción de una plataforma poderosa se puede convertir en un arma.

Mi intención no es sugerir que Reddit, o cualquiera de las otras empresas tecnológicas, haya madurado por completo o solucionado sus problemas de la noche a la mañana (de hecho, algunas empresas tal vez ni siquiera se puedan reformar). Sin embargo, el mundo está cambiando y la industria tecnológica se está viendo obligada a cambiar con él. Una generación más joven y con una mayor consciencia política de trabajadores del sector que realmente quieren que los productos de sus empresas reflejen sus valores está haciendo a un lado una monocultura tecnológica que alguna vez celebró su imprudencia e irreverencia: ¡muévete rápido y rompe cosas! Los legisladores y los activistas se han percatado de la influencia de la industria tecnológica, y están encontrando puntos de presión para forzar reformas muy necesarias. Los usuarios también son más entendidos y una generación de jóvenes que crecieron con un internet sin ley está exigiendo nuevas reglas y árbitros más atentos.

Es difícil definir con exactitud al internet sin ley, o asegurar con precisión cuándo comenzó. Suelo marcar la fecha en septiembre de 2006, cuando Facebook abrió sus puertas más allá de los estudiantes universitarios y presentó una nueva función llamada Sección de noticias: una pantalla de inicio que le mostraba al usuario una lista dinámica y personalizada de las actividades de sus amigos. Ese tipo de fuente —depurada por un algoritmo y diseñada para la viralidad y la adicción— junto con la creciente escala incontrolable de Facebook crearon el entorno perfecto para los malos comportamientos y se convirtieron en la plantilla para casi todas las empresas exitosas de internet de la década de 2010.

Al igual que con la fiebre del oro en California, el internet sin ley dio inicio a una enorme acumulación de poder corporativo y personal, para transformar nuestro orden social de la noche a la mañana. El poder viró de los zares del gobierno y los magnates decrépitos de Fortune 500 a los ingenieros que crearon las máquinas y los ejecutivos que les dieron las órdenes para ponerlas en marcha. Estas personas no estaban preparadas para dirigir imperios, y la mayoría evadió su nueva responsabilidad o fingió ser menos poderosa de lo que era. Solo unos pocos estuvieron dispuestos a cuestionar el carácter ortodoxo de Silicon Valley de la década de 2010, según el cual la conexión era un producto “de facto”, aunque hubiera cada vez más evidencia de lo contrario.

Todavía queda un poco de resistencia testaruda (Facebook, en particular, pareciera seguir encariñada con la narrativa de que las redes sociales simplemente reflejan a la sociedad fuera de la red, en lugar de conducirla). Sin embargo, el público en general ya no confunde a los Goliat con los David. Se reveló el secreto de la influencia de la industria tecnológica y por fin se está escuchando a los críticos que les habían suplicado a los líderes del sector que asumieran una mayor responsabilidad sobre sus creaciones.

Es difícil ubicar qué provocó ese cambio. Joan Donovan, una directora de investigación en el Centro Shorenstein de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, escribió en Wired que la pandemia de coronavirus había servido para convencer a los líderes de las plataformas porque aumentó el riesgo de permanecer en la inacción.

“Hace no tanto tiempo, antes del impacto de la pandemia, cada plataforma solo se ocupaba de su base de usuarios específica, y mantenían el ritmo de un balance final al lograr equilibrar las ganancias con el impacto social y ambiental”, escribió Donovan.
“Ahora, después de ser testigos de los resultados aterradores de desinformación médica sin verificar, las mismas empresas entienden la importancia de garantizar el acceso a hechos relevantes y oportunos a nivel local”.

Las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter en toda la nación, y las exigencias de justicia racial que han inspirado, también sirvieron para empoderar a los empleados del sector tecnológico a pedir más de sus jefes. Hace dos semanas, después de que escribí que Facebook, Twitter y YouTube estaban socavando la lucha por la justicia racial, aunque sus líderes proclamaran su apoyo en público, recibí decenas de mensajes de trabajadores de la industria que se sentían frustrados con la hipocresía de sus propias empresas.

Nuestros motivos podrían ser más prácticos. Los reguladores y los legisladores, en especial los demócratas, están ansiosos por bajarle los humos a Silicon Valley, y algunas empresas tecnológicas de Estados Unidos podrían estar cubriendo sus apuestas en caso de que Trump pierda su reelección en noviembre.

Para la gente que amaba el internet sin ley —y, por un tiempo, fui uno de ellos—, la ola de cambio que se aproxima podría sentirse como el final agridulce de una era. Había algo romántico y emocionante en la idea de un territorio digital que no llevara ninguna de las cargas del mundo físico, que jugaba con reglas diferentes y obedecía a autoridades diferentes.

Sin embargo, el internet ya no es un mundo distinto y lejano del mundo físico. Todos vivimos en línea, y desde hace tiempo falta que el mundo de nuestras pantallas sea manejado con la misma consideración, y la misma responsabilidad, que nuestras calles, escuelas y hospitales. Tal vez se haya terminado el internet sin ley, pero la construcción verdadera acaba de empezar.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company