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Opinión: El fútbol decepcionó a las mujeres hayan alzado la voz o no

Las futbolistas profesionales se sintieron entre la espada y la pared.

Podían alzar la voz y denunciar ante los líderes de la Liga Nacional de Fútbol Femenino (NWSL, por su sigla en inglés) a los entrenadores que abusaron de su autoridad e incluso forzaron a jugadoras a tener sexo… y ser ignoradas.

O soportar en silencio el abuso para no dañar una liga naciente y perjudicar la lucha por la igualdad en la cancha y fuera de ella.

Daba la impresión de que no había salida.

Las jugadoras externaron sus inquietudes, pero los equipos, las ligas y la Federación de Fútbol de Estados Unidos las minimizaron, culparon a las mismas jugadoras de intentar perjudicar la liga o ignoraron las historias por completo.

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En 2015, una jugadora decidió que debía contar su historia de abuso a manos de uno de los entrenadores más prominentes en el juego. Sin embargo, la posibilidad le pareció tan aterradora —y capaz de perjudicar su carrera— que le tomó seis años denunciarlo. “Lo único que no quería era agitar las aguas”, les dijo a los investigadores.

Comentó que su forma de abordar el problema fue “tan solo haz lo que esperan que hagas para poder seguir” jugando.

Esa cita destila una dinámica en el centro de un informe extenso y repulsivo que reveló el lunes Sally Q. Yates, la exsubprocuradora general de Estados Unidos que fue contratada para investigar las denuncias de conducta inapropiada y abuso que realizaron las futbolistas de la NWSL. Yates encontró una historia inquietante de abuso en el deporte, desde las ligas juveniles hasta las filas profesionales. Las voces de atletas poderosas fueron ignoradas o menoscabadas. Con demasiada frecuencia sintieron que no había a quién recurrir. Los entrenadores controlaban sus carreras y tenían una influencia casi sin restricciones.

A uno de esos entrenadores acusados, Paul Riley, se le tenía tal alta estima que en algún momento fue candidato a dirigir la selección nacional femenil de Estados Unidos.

En casi 300 páginas, el informe detalla conductas frente a las cuales corremos el riesgo de habituarnos, dada la cantidad de historias similares que surgen en los deportes. Los detalles deberían parecerle grotescos a cualquiera que le importen los derechos humanos, la lucha por la igualdad de las mujeres y el lugar que deberían tener los deportes en una sociedad sana.

Por ejemplo, el informe hace notar que para muchas personas el comportamiento controlador y sexualmente agresivo de Riley era considerado un “secreto a voces” en la liga. Cuando se divulgó el informe, Riley no respondió a las llamadas para ofrecer comentarios.

“Testigos de todas las partes del panorama profesional —jugadoras, un entrenador, un dueño, un asistente de gerente general— recordaron haber escuchado historias sobre sus ‘relaciones’ con jugadoras específicas o tan solo que por lo general Riley ‘se acuesta con sus jugadoras’”, señala el documento.

Sin embargo, se hizo poco.

Por supuesto, muchas futbolistas guardaron silencio. Es difícil enfrentarse a la autoridad y al poder cuando solo intentas sobrevivir y seguir practicando el juego que adoras.

Toda esta historia es un asunto de poder.

Quién lo tiene y quién no. Quién lo ejerce con prudencia. Quién pareciera incapaz de evitar usarlo para deshumanizar, denigrar, abusar, cruzar todos los límites de la decencia.

Es un asunto del terrible trato que las atletas —incluso algunas de las mejores del mundo— deben soportar mientras presionan para tener viabilidad y respeto.

Una sola oración de las primeras páginas del informe brinda un resumen alarmante y marca un tono ominoso para todo lo que sigue:

Nuestra investigación ha revelado una liga en la cual el abuso y la conducta inapropiada —el abuso verbal y emocional y la conducta sexual inapropiada— se han vuelto sistémicos y han involucrado a varios equipos, entrenadores y víctimas”.

Solo basta con leer unas pocas páginas para percatarse de lo que ha sido la NWSL durante años: una liga con una cultura que deja casi impotentes a las jugadoras. Muchas jugadoras atascadas en el fondo, desesperadas por tener un sueldo para vivir y avanzar en su deporte fueron explotadas y se volvieron presas fáciles.

La NWSL se convirtió en un terreno de caza perfecto para abusadores.

En palabras de Yates, la liga comenzó bajo la sombra de una medalla de oro de la selección femenil en las Olimpiadas de Londres en 2021. Fue armada con un presupuesto austero y con rapidez comenzó a aprovechar un aumento en el interés público.

Nunca fue primordial salvaguardar a las atletas. La liga no tenía ninguna política antiacoso, antirrepresalias ni antifraternización.

Todo el mundo sabía qué corría peligro. La liga predecesora de la NWSL había fracasado en medio de batallas legales con el dueño de un equipo que supuestamente había intimidado y amenazado jugadoras, según el informe.

Como sociedad, hemos sido pésimos apoyando los deportes femeniles y la manera en la que NWSL debe arreglárselas para sobrevivir es el fruto de esa negligencia. A lo largo de su historia, muchas futbolistas en la liga han ganado casi lo mismo que empleados de mostrador de McDonald’s o Walmart: salarios mínimos de 22.000 dólares al año hasta que un cambio reciente aumentó la cantidad a 35.000 dólares. Las jugadoras eran vulnerables casi en todos los sentidos.

Qué desastre más espantoso. Tan solo nos queda esperar que la liga esté a la altura de sus promesas de reforma. Parece que contratar a una nueva comisionada está ayudando. Solicitar y publicar el informe de Yates es un buen primer paso en la autoevaluación de la liga.

No obstante, según el informe, apenas en la primavera de 2021, la liga recibió cuatro quejas sobre Riley. El documento señala que la organización en esencia ignoró las quejas y, de hecho, que la entonces comisionada Lisa Baird “intentó activamente evitar que Riley renunciara porque le enfureció el calendario de postemporada”.

La NWSL perdió su brújula moral y protegió a quienes tenían todo el poder. Debe empezar a estar a la altura de sus valores profesionales y tratar a sus talentosas atletas como si importaran. En este momento, hasta que no ocurra un cambio verdadero, no es el caso.

© 2022 The New York Times Company