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Opinión: En defensa del optimismo de Joe Biden

Cada presidente establece el tono moral y cultural de Estados Unidos. Solo con ser quien es, Biden sienta las bases de un renacimiento moral.

La mayoría de los llamados a la “unidad nacional” son palabras huecas. Son promesas poco realistas y cursis para “congregarnos” en torno a nada.

Sin embargo, como escribió la semana pasada Richard Hughes Gibson en The Hedgehog Review, las discusiones son los mejores llamados a la unidad nacional. Son llamados decididos para congregarnos en torno a una idea específica de Estados Unidos, un proyecto nacional específico.

¿En torno a qué idea de Estados Unidos nos pide Joe Biden que nos unamos? La antigua. Así como Walt Whitman lo entendió, Estados Unidos fue fundado en su mayoría por personas que huían de los restos del feudalismo, la casta estratificada de sociedades de Europa.

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Hoy tenemos un feudalismo hecho en casa. En la derecha, tenemos la supremacía blanca, un esfuerzo para perpetuar el sistema de castas raciales de Estados Unidos, y el nacionalismo cristiano, un esfuerzo para definir a Estados Unidos de una manera que elimina el pluralismo que existe en la actualidad.

En la izquierda, con menos saña, están las universidades de élite que se han vuelto maquinarias para la producción de desigualdad. Toda esa postura del “despertar” es el intento del profesorado de encubrir el hecho de que trabajan en escuelas que preparan para el ingreso en la sociedad a un alumnado que proviene en su mayoría del uno por ciento más rico en la escala de ingresos, no del 60 por ciento que gana menos. Sus graduados se van en multitudes a barrios o suburbios insulares de Nueva York, D. C., San Francisco y unas cuantas ciudades más, tienen poco contacto con el resto de Estados Unidos y hacen que todos los demás se sientan despreciados e invisibles.

He aquí a Joe Biden, un hombre rechazado por el feudalismo antiguo de la derecha y que no pertenece al feudalismo “meritocrático” de la izquierda. He aquí a una figura parecida a la de Truman, cuyo discurso de toma de posesión incluyó palabras sencillas y los valores simples de los estadounidenses promedio.

Mi pasaje favorito fue este: “Les voy a decir algo sobre la vida: nadie sabe qué nos depara. Algunos días necesitamos que nos den una mano y otros nos toca ir a ayudar”. Los valores de Biden son la humildad, la vulnerabilidad, la compasión, la resiliencia, la interdependencia, la solidaridad. El patriotismo de Donald Trump era exagerado y basado en el miedo. El de Biden es el patriotismo basado en la seguridad en sí mismo que absorbió al criarse en un cierto tipo de país durante el siglo estadounidense.

Cada presidente establece el tono moral y cultural de la nación. Durante los últimos cuatro años fuimos testigos de ello de la peor manera. Solo con ser quien es, Biden sienta las bases de un renacimiento moral. Sus valores trascienden a la guerra cultural de la izquierda y la derecha, de las urbes contra las zonas rurales que hemos vivido durante una generación. Esto comenzará a sanar a una nación rota e ingobernable. Ahora, Biden trabajará para despolitizar la vida estadounidense. A lo largo de los últimos años, la política se relacionaba con todo menos con el gobierno real. Con Trump, el partidismo tenía que ver con una identidad personal, un resentimiento de clase, una afiliación religiosa, un prejuicio racial y una animadversión cultural.

Biden es un genio en separar la política de las guerras culturales. Fue un genio al evadir el circo de Trump, incluido todo el barullo que causa en la izquierda. Pasamos por una era de polarización afectiva, cuando ya no podíamos estar más en desacuerdo, solo nos odiábamos más. Con Biden, la temperatura emocional disminuirá. La gente se cree las mentiras porque hay un razonamiento motivado. Con Biden, la motivación disminuirá. Siendo honestos, necesitamos más apatía política en Estados Unidos.

Biden tiene la agenda correcta, la redistribución de la dignidad. Un político puede decirles a aquellos que se han quedado rezagados que los escucha y puede decirlo de dientes para afuera. Pero Biden quiere darles un cheque de 1400 dólares que de otro modo no habrían recibido, aumentar el crédito fiscal por hijos a 3000 dólares y crear empleos en infraestructura. Esa es una prueba fehaciente de que alguien en Washington entiende por lo que los ciudadanos están pasando y va a hacer algo tangible al respecto.

¿Logrará conseguir la aprobación para este tipo de legislación de gran envergadura? Estoy lejos de haber perdido la esperanza. Todos los días, leo artículos que dicen que los republicanos nunca aceptarán esos planes de gasto y siempre quiero preguntarles a los autores de esos textos: ¿se han dado cuenta de que los republicanos ya votaron para aprobar un gasto de casi 3 billones de dólares en los últimos diez meses? No subestimen lo dividido y confundido que está su partido en este momento. No subestimen lo mucho que los republicanos confían en Biden como persona.

No subestimen a cuántos legisladores republicanos les gustaría enviarle un cheque a su gente. Hace poco, estaba en una llamada con el caucus bipartidista de la Cámara de Representantes que se dedica a resolver problemas y con un grupo similar de senadores. Me sorprendí del compromiso tan ferviente que tienen esos republicanos y demócratas con las filas de su partido, del nivel de destreza con el que actuaron en el Congreso dividido para restablecer el esfuerzo para el plan de rescate de la COVID-19 en diciembre, de con cuánto fervor quieren acabar con el estancamiento partidista.

Si esto no funciona y los republicanos adoptan una postura de obstrucción absoluta, los demócratas deben acabar con las tácticas obstruccionistas.

Las principales divisiones en la era de Biden no serán solo de izquierda contra derecha. Serán entre los artistas del performance —los que contienden a un cargo público para salir en televisión—, y los constructores —los que quieren lograr algo—. Serán entre los fantasiosos, esos que mienten y exageran, y los realistas, aquellos que se apegan a la realidad. Serán entre los narcisistas (Ted Cruz) y los institucionalistas (Chuck Schumer y Mitch McConnell).

Me sorprendió cuánto me conmovió la toma de posesión de Biden. Vivimos una granizada emocional que duró cuatro años. Y, de repente, el cielo se ha despejado. Es posible que, después de este trauma, Estados Unidos resurja más transformado de lo que nos podemos imaginar.

David Brooks ha sido columnista de The New York Times desde el año 2003; es autor de The Road to Character y, más recientemente, de The Second Mountain.@nytdavidbrooks

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company