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Opinión: La genialidad y rareza de ChatGPT

Una imagen generada por Kevin Roose utilizando el programa de inteligencia artificial DALL-E 2 de OpenAI. Un nuevo bot conversacional de OpenAI está inspirando asombro, miedo, peticiones creativas e intentos para eludir sus límites. (Kevin Roose, vía DALL-E vía The New York Times)
Una imagen generada por Kevin Roose utilizando el programa de inteligencia artificial DALL-E 2 de OpenAI. Un nuevo bot conversacional de OpenAI está inspirando asombro, miedo, peticiones creativas e intentos para eludir sus límites. (Kevin Roose, vía DALL-E vía The New York Times)

Como la mayoría de los nerds que leen ciencia ficción, he pasado mucho tiempo preguntándome cómo recibirá la sociedad a la verdadera inteligencia artificial, si algún día llega. ¿Entraremos en pánico? ¿Comenzaremos a adular a nuestros nuevos amos robots? ¿La ignoraremos y seguiremos con nuestra vida cotidiana?

Es por eso que ha sido fascinante ver a la “Twitteresfera” intentar darle sentido a ChatGPT, un innovador bot conversacional de inteligencia artificial (IA) que comenzó su periodo de prueba público la semana pasada.

ChatGPT es, simplemente, el mejor bot conversacional de IA jamás lanzado al público general. Fue construido por OpenAI, la compañía de IA de San Francisco que también es responsable de herramientas como GPT-3 y DALL-E 2, el innovador generador de imágenes que salió este año.

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Al igual que esas herramientas, ChatGPT —cuyo nombre significa conversación transformadora preentrenada generativa— causó gran impacto a su llegada. En cinco días, más de un millón de personas se inscribieron para probarlo, según Greg Brockman, presidente de OpenAI. Cientos de capturas de pantallas de conversaciones de ChatGPT se volvieron virales en Twitter y muchos de sus primeros fanáticos hablan sobre él con un tono de asombro y grandiosidad, como si fuera una mezcla de software y brujería.

Durante la mayor parte de la última década, los bots conversacionales de IA han sido terribles. Solo han sido notables si eliges meticulosamente las mejores respuestas de los bots y descartas el resto. En los últimos años, algunas herramientas de IA se han vuelto diestras para realizar tareas limitadas y bien definidas, como escribir textos de mercadeo, pero todavía tienden a fallar cuando se les saca de sus zonas de confort. (Observen lo que sucedió cuando mis colegas Priya Krishna y Cade Metz utilizaron GPT-3 y DALL-E 2 para crear un menú para la cena del Día de Acción de Gracias).

Pero ChatGPT se siente distinto. Más inteligente. Más raro. Más flexible. Puede escribir chistes (algunos de los cuales son realmente graciosos), programar código informático y redactar ensayos de nivel universitario. También puede adivinar diagnósticos médicos, crear juegos de texto de Harry Potter y explicar conceptos científicos en múltiples niveles de dificultad.

La tecnología que impulsa a ChatGPT no es, estrictamente hablando, nueva. Se basa en lo que la compañía llama “GPT-3,5”, una versión mejorada de GPT-3, un generador de texto de IA que provocó una oleada de entusiasmo cuando salió en 2020. Pero, aunque la existencia de un supercerebro lingüístico altamente capaz podría ser noticia vieja para los investigadores de la IA, es la primera vez que una herramienta tan poderosa se pone a disposición del público general a través de una interfaz web gratuita y fácil de usar.

Muchos de los intercambios de ChatGPT que se han vuelto virales hasta el momento han sido peticiones estrafalarias y creativas. Un usuario de Twitter le pidió que escribiera “un versículo bíblico al estilo de la Biblia del rey Jacobo sobre cómo extraer un sándwich de mantequilla de maní de una videograbadora”.

Otro le pidió que explicara “la alineación de la IA” pero que escribiera cada oración “con el estilo de hablar de un tipo que no puede evitar irse por la tangente para presumir sobre el enorme tamaño de las calabazas que cultivó”.

Pero los usuarios también han encontrado aplicaciones más serias. Por ejemplo, ChatGPT parece ser bueno para ayudar a los programadores a detectar y corregir errores en su código.

También parece ser ominosamente diestro para responder los tipos de preguntas analíticas abiertas que aparecen con frecuencia en las tareas escolares. (Muchos educadores han predicho que ChatGPT y herramientas similares marcarán el fin de las tareas y de los exámenes para llevar a casa).

La mayoría de los bots conversacionales funcionan con un protocolo sin estado, lo que significa que tratan cada nueva solicitud como una hoja en blanco y no están programados para recordar o aprender de conversaciones previas. Pero ChatGPT puede recordar lo que le ha dicho a un usuario antes, en formas que podrían hacer posible la creación de bots de terapia personalizados, por ejemplo.

ChatGPT no es para nada perfecto. La forma en que genera respuestas —en términos extremadamente simplificados, a través de conjeturas probabilísticas sobre cuáles fragmentos de texto deben estar juntos en una secuencia, según un modelo estadístico entrenado en miles de millones de ejemplos de textos extraídos de internet— lo hace ser propenso a dar respuestas incorrectas, incluso en problemas matemáticos en apariencia simples. (El lunes, los moderadores de Stack Overflow, un sitio web para programadores, prohibieron temporalmente a los usuarios enviar respuestas generadas con ChatGPT, tras alegar que el sitio había sido inundado de entradas que eran incorrectas o estaban incompletas).

A diferencia de Google, ChatGPT no rastrea la web en busca de información sobre eventos actuales y su conocimiento está restringido a cosas que aprendió antes de 2021, lo que hace que algunas de sus respuestas se sientan obsoletas. (Por ejemplo, cuando le pedí que escribiera el monólogo de apertura para un programa de televisión nocturno, se le ocurrieron varios chistes sobre el retiro de Estados Unidos del acuerdo climático de París por parte del expresidente Donald Trump). Dado que sus datos de capacitación incluyen miles de millones de ejemplos de opiniones humanas, que representan cada punto de vista posible, este bot conversacional también es, en cierto sentido, moderado de fábrica. Por ejemplo, sin indicaciones específicas, es difícil obtener una opinión fuerte de ChatGPT sobre debates políticos intensos; por lo general, lo que obtendremos es un resumen imparcial de lo que cree cada bando.

También hay muchas cosas que ChatGPT no hace, por principio. OpenAI ha programado al bot para que rechace “solicitudes inapropiadas”, una categoría imprecisa que al parecer incluye cosas como generar instrucciones para actividades ilegales. Sin embargo, los usuarios han encontrado maneras de eludir muchas de estas barreras, como, por ejemplo, reformular una solicitud de instrucciones ilícitas como un experimento mental hipotético, pedirle que las escriba como una escena de una obra de teatro o instruirle al bot que deshabilite sus propias funciones de seguridad.

Las potenciales implicaciones sociales de ChatGPT son demasiado grandes como para caber en una columna. Tal vez esto sea, como han postulado algunos, el principio del fin de todo el trabajo intelectual ejecutivo y un precursor del desempleo masivo. Quizás solo sea una herramienta ingeniosa que será utilizada principalmente por estudiantes, bromistas de Twitter y departamentos de servicio al cliente hasta que sea usurpada por algo mejor y más grande.

Personalmente, todavía estoy tratando de aceptar el hecho de que ChatGPT —un bot conversacional que algunas personas creen que podría volver obsoleto a Google y que ya se le compara con el iPhone en términos de su impacto potencial en la sociedad— ni siquiera es el mejor modelo de IA de OpenAI. Ese honor se lo lleva GPT-4, la próxima encarnación del enorme modelo de lenguaje de la compañía, que se rumorea se hará público en algún momento del próximo año.

No estamos listos.

© 2022 The New York Times Company