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Opinión: Cómo perdió Estados Unidos la guerra contra el COVID-19

¿Cuándo empezó Estados Unidos a perder la guerra contra el coronavirus? ¿Cómo llegamos a convertirnos en parias internacionales que ni siquiera tienen permitido viajar a Europa?

Mi argumento es que el punto de inflexión sucedió desde el 17 de abril, el día en que Donald Trump tuiteó “LIBEREN MINNESOTA”, seguido de “LIBEREN MÍCHIGAN” y “LIBEREN VIRGINIA”. Al hacerlo, declaró en la práctica que la Casa Blanca apoyaba a los manifestantes que exigían el cese de los confinamientos que los gobernadores habían impuesto para contener la propagación del COVID-19.

Por suerte, los gobernadores demócratas que Trump pretendía intimidar con esos tuits se mantuvieron firmes. Sin embargo, los gobernadores republicanos de Arizona, Florida, Texas y otros estados no tardaron en suspender las órdenes de quedarse en casa y eliminar muchas restricciones a las operaciones de los negocios. Siguiendo el ejemplo de Trump, también se rehusaron a exigir el uso de cubrebocas, y Texas y Arizona les negaron a los gobiernos municipales el derecho de imponer ese tipo de lineamientos. Ignoraron las advertencias de los expertos en salud de que una reapertura imprudente y prematura podría ocasionar una nueva oleada de infecciones.

Luego llegó el virus.

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El brote inicial de COVID-19, concentrado en Nueva York, debió enseñarnos a ser precavidos. Al principio, es probable que las tasas crecientes de contagio no causen mucha preocupación, sobre todo si no se tiene la infraestructura adecuada para aplicar pruebas, hasta que los casos se disparan con una velocidad aterradora.

No obstante, ni los políticos republicanos ni el gobierno de Trump estuvieron dispuestos a aprender la lección. Para la segunda semana de junio, empezaron a surgir nuevos casos de COVID-19 en Arizona y su ascenso era claro en Texas. Aun así, los gobernadores de ambos estados ignoraron los llamados a frenar la reapertura, e insistieron en que todo estaba bajo control.

Y, claro, el 16 de junio, The Wall Street Journal publicó un artículo de opinión escrito por el vicepresidente Mike Pence en el que declaraba que no había ni habría un segundo brote de coronavirus. Dados los antecedentes del gobierno de Trump, esto era prácticamente una garantía de que el brote estaba a punto de surgir. Y dicho y hecho.

En el transcurso de las últimas tres semanas, el panorama se ha vuelto sombrío con mucha rapidez. Los hospitales de Arizona y Texas están en crisis. Y sí, la reapertura prematura fue la causa, tanto directa como indirecta por dar a entender a los ciudadanos que el riesgo había pasado.

Pero ¿por qué Estados Unidos se equivocó tanto en la lucha contra el COVID-19?

Ha habido bastantes comentarios que argumentan que nuestra respuesta fallida a la pandemia tiene su origen en lo más profundo de la cultura estadounidense. Según esta lógica, somos demasiado libertarios, demasiado desconfiados, demasiado reacios a aceptar la mínima inconveniencia para proteger a otros.

Sin duda, ese razonamiento tiene algo de validez. No creo que haya otro país avanzado (aunque no sé si seguimos siendo un país avanzado) que tenga una cantidad comparable de personas que respondan con ira cuando se les pide usar un cubrebocas en un supermercado. En definitiva, en ningún otro país avanzado hubo gente manifestándose contra las medidas de salud pública, agitando pistolas en el aire e invadiendo capitolios. Además, el Partido Republicano es prácticamente un caso aislado entre los partidos políticos más importantes de Occidente en cuanto a su hostilidad hacia la ciencia en general.

Sin embargo, lo que me sorprende, cuando observo el extraordinario fracaso pandémico de Estados Unidos, es cuán vertical fue todo.

Esas manifestaciones contra el confinamiento no fueron iniciativas espontáneas y comunitarias. Muchas fueron organizadas y coordinadas por activistas políticos conservadores, algunos con vínculos cercanos a la campaña de Trump y en parte financiados por multimillonarios de derecha.

Además, la premura por reabrir los negocios en los estados del Cinturón del Sol no se debió a la demanda popular sino a la mentalidad de los gobernadores de seguir el ejemplo de Trump.

La principal motivación detrás de la reapertura, que yo sepa, fue el deseo del gobierno de aumentar las cifras de empleo rumbo a las elecciones de noviembre, para que pudiera hacer lo único que sabe hacer: alardear sobre el éxito económico. Lidiar de verdad con la pandemia simplemente no iba con el estilo de Trump.

No obstante, en ese caso, ¿por qué Trump se ha rehusado a usar cubrebocas o a motivar a otros a hacerlo? Después de todo, el uso generalizado de cubrebocas sería una manera de limitar el contagio sin tener que paralizar la economía.

Pues, la vanidad de Trump —su noción de que usar cubrebocas lo haría ver ridículo, o arruinaría su maquillaje, o algo así— sin duda ha contribuido a su renuencia. Pero también es cierto que los cubrebocas le recuerdan a la gente que no hemos logrado contener el coronavirus, y Trump quiere que la gente olvide ese hecho incómodo.

La ironía es que la disposición de Trump a intercambiar muertes por trabajos y beneficios políticos ha resultado contraproducente.

Las reaperturas sí aumentaron las cifras de empleo en mayo y junio, pues casi una tercera parte de los trabajadores que habían sido despedidos como consecuencia de la pandemia fueron recontratados. Sin embargo, los índices de aprobación y las posibilidades electorales de Trump siguieron en declive.

Incluso en términos meramente económicos, es probable que la presteza por reabrir termine siendo un error. La última cifra oficial de empleo fue una imagen instantánea de la segunda semana de junio; una variedad de indicadores a corto plazo sugiere que el crecimiento se desaceleró o incluso se revirtió poco después, sobre todo en estados donde hay un repunte de casos de COVID-19.

De cualquier modo, el punto es que la derrota de Estados Unidos a manos del coronavirus no ocurrió porque la victoria fuera imposible. Tampoco se debió al hecho de que nosotros como nación fuéramos incapaces de responder. No, perdimos porque Trump y sus allegados decidieron que lo más conveniente para sus intereses políticos era dejar que el virus se propagara sin control.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company