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OPINIÓN | Los equívocos de EEUU frente a la pandemia son preocupantes y lo peor podría estar aun por venir

Cada nación, a su modo, con equívocos en el camino, va midiendo sus progresos y flexibiliza las medidas tomadas por la pandemia, o retrocede si las cifras reinciden. Reabre o cierra sus fronteras. Discrimina actividades y horarios. Menos en Estados Unidos.

Guests wearing protective masks wait outside the Magic Kingdom theme park at Walt Disney World on the first day of reopening, in Orlando, Florida, on July 11, 2020. - Disney's flagship theme park reopened its doors to the general public on Saturday, along with Animal Kingdom, as part of their phased reopening in the wake of the Covid-19 pandemic. New safety measures have been implemented including mandatory face masks for everyone and temperature checks for guests before they enter. (Photo by Gregg Newton / Gregg Newton / AFP) (Photo by GREGG NEWTON/Gregg Newton/AFP via Getty Images)
Turistas llevan mascarillas en la reapertura de Magic Kingdom en Walt Disney World en Florida (Photo by Gregg Newton / Gregg Newton / AFP) (Photo by GREGG NEWTON/Gregg Newton/AFP via Getty Images)

El desorden, la politización, la indiferencia y las decisiones contradictorias ubican a Estados Unidos en un pésimo lugar frente a la pandemia. Pero lo peor aún puede estar por venir.

El planeta todo ha conocido el miedo. La pandemia ha significado huir hacia adentro en cada rincón del orbe, y protegerse de la manera más insólita de un enemigo invisible y mutante, poco conocido y espeluznantemente infeccioso, que ha matado sin freno a viejos y no tan viejos, sin darnos tiempo a reaccionar, ni a estar seguros de las medidas preventivas correctas.

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La indefensión ha sido tal que, sabiendo que nos sería imposible vencerlo en un primer round, lo primero que hemos hecho es buscar la forma de que su velocidad de contagio no sobrepase la cantidad de enfermos que necesitaren unidades de cuidados intensivos y respiradores artificiales, que es lo máximo que podemos hacer hasta ahora por los enfermos graves.

A eso se ha dedicado el mundo. A parar la actividad. A internarse. A frenar el intercambio y la interacción física con otros, simplemente para que el contagio sea más disperso y a la muerte, digámoslo así, le cueste más tiempo conquistarnos.

Mientras tanto, estados, instituciones científicas y las corporaciones farmacéuticas más poderosas, buscan afanosos un tratamiento y una vacuna. Prevención y cura. La forma de que no nos dé, y si nos da, evitar la muerte.

Marvin Turcios puts out American flags at Ocean's 10 restaurant on Miami Beach, Florida's famed Ocean Drive on South Beach, July 4, 2020. The Fourth of July holiday weekend began Saturday with some sobering numbers in the Sunshine State: Florida logged a record number of people testing positive for the coronavirus. (AP Photo/Wilfredo Lee)
Marvin Turcios coloca banderas de EEUU en un restaurant de Miami Beach, en Florida, donde los casos de coronavirus van en ascenso. (AP Photo/Wilfredo Lee)

Cada nación, a su modo, con equívocos en el camino, va midiendo sus progresos y flexibiliza las medidas tomadas, o retrocede si las cifras reinciden. Reabre o cierra sus fronteras. Discrimina actividades y horarios.

Menos en Estados Unidos.

En este país hay que lidiar con todo lo anterior y un agravante: el desorden total que se ha puesto de manifiesto entre las autoridades, la población, las contradicciones entre el el gobierno federal y los locales, la absurda politización de la enfermedad que, como se comprenderá, no tiene bandera política, y la insólita desatención con la que cuentan las autoridades sanitarias y epidemiológicas, que en el pasado han intervenido con éxito en fenómenos como el Ébola y que tienen un interminable récord de créditos científicos, pero que en Estados Unidos han pasado deportivamente a un segundo plano.

Daré un micro ejemplo, primero. En este momento acaban de salir dos noticias en simultáneo: el estado de Florida bate su propio récord de contagios desde que sabemos de la pandemia, con 15 mil nuevos casos en solo 24 horas (peor que el peor pico de NY en abril), y mientras, Disney da apertura a sus parques temáticos de Orlando y sus alrededores.

No mencionemos las concentraciones a las que llama Trump para hacer campaña, las manifestaciones por racismo o las visitas masivas a las playas, las fiestas clandestinas y la reapertura total del comercio, excluyendo restaurantes y bares.

Beach goers walk along the shore on Miami Beach, Florida's famed South Beach, Tuesday, July 7, 2020. Beaches in Miami-Dade County reopened Tuesday after being closed July 3 through 6 to prevent the spread of the new coronavirus. (AP Photo/Wilfredo Lee)
La gente disfrutando en las playas de Miami beach la semana del 7 de julio (AP Photo/Wilfredo Lee)

Hay anuncios más preocupantes aún. Por ejemplo, aunque el presidente había anunciado que cada gobernador iría administrando sus fases de acuerdo a la evolución de la pandemia, lo que ha terminado pasando, al politizarse el tema, es que la flexibilización se ha convertido en una prueba de lealtad hacia Trump.

Los gobernadores republicanos tienen la presión de abrir, independientemente de las estadísticas. Los que no lo hacen, son considerados enemigos del presidente. Con lo cual la polarización consume planes, decisiones o discusión estratégicas. Lo que no consume la polarización es al virus, que sigue creciendo, propagándose y matando a los estadounidenses.

Para este momento en Estados Unidos han muerto 135 mil personas y se han infectado 3 millones 300 mil. Y algunos piensan que las cifras aumentan porque ha aumentado la cantidad de exámenes que se están haciendo, pero no hay ningún interés en informar, calmar, instruir, compartir un plan para toda la nación.

El Presidente va de gira electoral, y habla de Venezuela en Miami e indulta a sus amigos en el descuido del viernes por la noche. CNN ofrece una visión absolutamente politizada, en la que es difícil extraer con pinzas lo que debemos hacer, mientras pintan una fiesta de horror en la que Trump, demonizado, es el culpable hasta de la lluvia.

Y así están los medios, las autoridades locales, el clima de opinión pública es confuso y extraviado, la preocupación por el virus no pareciera tener legitimidad. Pero la tiene, y si no, fíjese en que este domingo Trump ha sido fotografiado por primera vez desde que empezó este proceso (lleva al menos medio año) con tapabocas puesto.

President Donald Trump wears a face mask as he walks down a hallway during a visit to Walter Reed National Military Medical Center in Bethesda, Md., Saturday, July 11, 2020. (AP Photo/Patrick Semansky)
El presidente Trump y parte de su equipo militar con cubrebocas este sábado 11 de julio (AP Photo/Patrick Semansky)

Y eso no es lo peor. El contagio ha aumentado en 800% desde que empezaron las fases de reapertura, y en medio de este rebrote catastrófico, las voces científicas no solo han sido desplazadas de la vocería institucional, sino que Trump no ha querido reunirse con ellos desde principios de junio, hace más de un mes.

El epidemiólogo Antonio Fauci dijo en el Congreso que estaba viendo como sus advertencias eran cada vez menos escuchadas. Y ya ha sido varias veces atacado por Trump, en entrevistas y tuits.

El resultado: sólo en cuatro de 50 estados los casos decrecen, los contagios se han triplicado en dos meses y las muertes casi se han duplicado.

La nueva incertidumbre: las escuelas

Pero podría venir lo más preocupante. El presidente ha tuiteado (es su forma predilecta de comunicación oficial), que se retirará el respaldo económico a las escuelas que no empiecen clases en agosto, y que los requerimientos que han pedido para que un eventual regreso físico a las aulas sea más seguro son muy costosos.

Es posible que el presidente no pueda tomar decisiones financieras de este tipo por su cuenta en un tema como la educación y que la amenaza sea solo una forma de presión, como en tantas ocasiones anteriores.

Pero semejante escenario obviamente afectará las decisiones que tomen los circuitos educacionales de Estados Unidos. Y si las clases comienzan en agosto en todo Estados Unidos a 100 por ciento de capacidad física y horaria, no hay que ser epidemiólogo para sumar, multiplicar y vislumbrar la espantosa propagación que potencialmente tendría la pandemia a través de la vasta población estudiantil, hasta ahora el segmento de edad menos vulnerables, pero sin duda el vehículo más peligroso para mover el virus por todos los estratos de la sociedad a los que no ha llegado aún.

Vivir en Estados Unidos en la actualidad es lidiar con un estado de incertidumbre sólo comparable con las semanas que prosiguieron al ataque de las torres gemelas. Y no exactamente por el coronavirus. Sino por el terrible caos con que se ha manejado la pandemia, convirtiendo a este país de ser uno de los más vulnerables, por su incesante movimiento internacional, a ser un nido potenciado y exponencial del virus, con una cantidad de muertos que está allá en el escenario más temido, y con expectativas de ser rebasado.

La politización absurda de la pandemia, la desorientación institucional, la marginalización de los consejos científicos se yuxtaponen a una aceleración del contagio de intensa velocidad ascendente, mientras discrecionalmente, estados, alcaldes y gobierno federal, dictaminan decisiones y planes que se contradicen.

Es un país que parece de paseo, silbando mientras mira por la ventana, con la pandemia como parte del paisaje, la campaña electoral andando, y los muertos y los contagios subiendo y subiendo.

Quien viva o haya vivido en lo que despectivamente los sociólogos llamaban el tercer mundo, caracterizado entre otras cosas por los desastres que acarrea el desorden, sabe exactamente de lo que estamos hablando.