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La belleza de esta bahía del Ártico oculta secretos microscópicos muy turbios: no se ven pero hacen un daño enorme

Dorte Herzke, una química del Instituto Noruego para la Investigación del Aire, graba a las morsas con la aldea de Longyearbyen en segundo plano. (Louise Kiel Jensen vía The New York Times)
Dorte Herzke, una química del Instituto Noruego para la Investigación del Aire, graba a las morsas con la aldea de Longyearbyen en segundo plano. (Louise Kiel Jensen vía The New York Times)

Svalbard, un archipiélago noruego que se encuentra a medio camino entre este país nórdico y el Polo Norte, es conocido tanto por su belleza agreste como por su ubicación remota. Desde la aldea de Longyearbyen, los visitantes y los apenas 2400 residentes pueden apreciar el inhóspito terreno alrededor del fiordo de Advent.

No obstante, la belleza de esta bahía del Ártico oculta secretos microscópicos más turbios.

“La gente ve este lindo paraje blanco y limpio”, comentó Claudia Halsband, una ecóloga marina en Tromso, Noruega, “pero eso es solo una parte de la realidad”.

No se ven pero están

El fiordo tiene un gran problema de basura imperceptible: a saber, las microfibras, un subgrupo de microplásticos retorcidos que se desprenden de las telas sintéticas. Las microfibras están por todas partes y los científicos se están dando cuenta de que las aguas residuales ayudan a que se propaguen, señaló Peter Ross, un científico especialista en la contaminación del océano quien ha estudiado el plástico que está ensuciando el Ártico. Aunque el impacto concreto de las microfibras que se acumulan en los ecosistemas sigue siendo un tema de debate, dicho pueblo despide una cantidad asombrosa de estas en sus aguas negras: un estudio nuevo demuestra que esta aldea de unos cuantos miles de habitantes arroja más o menos la misma cantidad de microplásticos que el que vierte una planta de tratamiento de aguas residuales cerca de Vancouver, Columbia Británica, que da servicio a cerca de 1,3 millones de personas.

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Los hallazgos, publicados este verano en la revista Frontiers in Environmental Science, subrayan el impacto silencioso que las comunidades del Ártico pueden tener sobre las aguas circundantes, así como las emisiones significativas de microfibra que, incluso pequeñas poblaciones, pueden generar a través de las aguas residuales no tratadas.

Las microfibras del fiordo de Advent llegan a través de un tubo sumergido que termina en el fiordo como si fuera un brazo doblado a la altura del codo. Este arroja las aguas negras de la comunidad: orina y heces, además de la materia que sale de los fregaderos y el agua jabonosa de las duchas y las lavadoras. En todo el mundo, las comunidades pequeñas o aisladas gestionan las aguas residuales de diversas maneras, desde encauzándolas a tanques sépticos hasta con letrinas de composta. En Longyearbyen, los desechos se mezclan en una sola estación de bombeo del tamaño de un cobertizo antes de llegar al fiordo a través de tuberías que serpentean sobre la tierra congelada.

“La gente cree que ojos que no ven, corazón que no siente y que el océano lo resolverá, pero estos desechos se acumulan”, explicó Halsband.

Los microscopios han ayudado a los investigadores a saber más sobre la basura minúscula que sacaban de una estación de bombeo y a calcular qué cantidad de la microfibra que se muestra en la imagen podría estar derramándose en el fiordo. (Maria Jensen vía The New York Times)
Los microscopios han ayudado a los investigadores a saber más sobre la basura minúscula que sacaban de una estación de bombeo y a calcular qué cantidad de la microfibra que se muestra en la imagen podría estar derramándose en el fiordo. (Maria Jensen vía The New York Times)

Al querer saber qué sucede con los residuos que no se ven de inmediato a simple vista, durante una semana en junio y luego otra en septiembre de 2017, Halsband y cuatro colaboradores tomaron muestras de las aguas negras para buscar microfibras y elaborar después un modelo de cómo quizá floten las diminutas partículas por todo el fiordo.

“No tenía tan mal olor como temíamos, pero sí había partículas flotantes”, mencionó Dorte Herzke, una química del Instituto Noruego para la Investigación del Aire y autora principal del artículo.

Prendas para excursionismo

Cuando regresaron al laboratorio, los investigadores filtraron y clasificaron las muestras. Al no contar con equipo que pudiera identificar si las fibras eran sintéticas u orgánicas, el equipo descartó cualquier cosa de color blanco o claro que pudiera ser celulosa. Sin embargo, se quedaron una gran cantidad de partículas que incluían colores oscuros y tal vez procedían de prendas para excursionismo, sobre todo en las muestras de septiembre, las cuales se recopilaron “cuando empiezan a salir abrigados los cazadores”, explicó Herzke. (En investigaciones anteriores se descubrió que las prendas para excursionismo como las lanas sintéticas tienden a desprender microfibras en las lavadoras).

A partir de estos conteos, los investigadores calcularon que la comunidad vaciaba en el fiordo al menos 18.000 millones de microfibras al año, más o menos 7,5 millones por persona.

Con el fin de comenzar a descifrar lo que sucede con las partículas en el fiordo de Advent, el equipo elaboró un modelo relacionado con los lugares donde se podían acumular las microfibras y qué especies podrían toparse con ellas. Los científicos calcularon que las microfibras más ligeras se quedaban suspendidas cerca de la superficie y salían del fiordo en unos cuantos días al dispersarse por cuerpos de agua más extensos. Las más pesadas se hundían hasta el fondo o se agrupaban cerca de las tuberías de aguas negras o de la orilla interior, lugares que son hábitats de plancton, bivalvos y gusanos rojos.

Más análisis

Deonie y Steve Allen, una pareja de científicos que realiza investigaciones sobre microplásticos en la Universidad de Strathclyde en Escocia y en la Universidad de Dalhousie en Nueva Escocia, elogiaron el modelo del artículo y dijeron en un correo electrónico que “sus datos y muestreo de campo en verdad oportunos y locales” respaldan sus resultados. Pero mencionaron que también sería bueno realizar un análisis químico, opinión a la que se suma Sonja Ehlers, una científica que hace investigaciones sobre microplásticos en la Universidad de Koblenz y Landau, en Alemania. Ehlers señaló que también le gustaría que el equipo documentara el modo en que interactuaban los animales locales con las microfibras.

Halsband sospecha que tal vez estén consumiendo los desechos. “Sabemos que no discriminan el plástico”, comentó, y añadió que el equipo también quería saber si las fibras podían enredarse en las orillas del plancton e interferir con su desplazamiento.

El verano pasado, los investigadores regresaron al fiordo y recopilaron muestras para ver si eran ciertas las predicciones del modelo. Esas muestras están en un congelador y serán sujetas a un análisis químico.

Los científicos esperan que su trabajo motive a las comunidades del Ártico a idear nuevas formas de gestionar las aguas residuales y los desechos que se trasladan a través de ellas.

“En Noruega hay muchos fiordos”, comentó Herzke, y es seguro que el de Advent no sea el único ensuciado con heces y basuritas. Eso lo convierte en un caso útil de estudio. “Cuando hayamos comprendido lo que sucede aquí, podemos entender qué ocurre en otros”, añadió Herzke.

También señaló que en las comunidades donde no sea factible la filtración a través del tratamiento de aguas negras, también podrían considerar una filtración básica, promover más el uso de la lana que el de las prendas sintéticas y usar la ropa más veces antes de lavarla.

En cuanto a Longyearbyen, los investigadores explicaron que en esta aldea pronto se introducirá la filtración para captar desperdicios grandes. Tal vez con eso también se logren interceptar partículas más pequeñas e incluso las diminutas.

© 2021 The New York Times Company

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