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Por qué el tiempo pasa más rápido según envejecemos: la explicación de un ingeniero

Una de las grandes injusticias de esta vida es el tiempo. Cuanto más maduros somos y más conscientes somos de nuestra mortalidad, el tiempo parece que pasa más deprisa. Si cuando éramos pequeños los cursos escolares transcurrían a velocidad de tortuga, cuando pasamos los 30 las estaciones meteorológicas se suceden a velocidad de vértigo. ¿Por qué nos pasa eso? ¿Por qué los años pasan más rápido? Un ingeniero parece haber encontrado la respuesta.

El ingeniero mecánico Adrian Bejan, de la Universidad de Duke, asegura haber descubierto por qué nos sucede esto. Y tenemos malas noticias: al igual que el envejecimiento, él sospecha que esta experiencia de aceleración del tiempo es universal e ineludible.

Por qué el tiempo pasa más rápido según envejecemos (Aron Visuals / Unsplash)
Por qué el tiempo pasa más rápido según envejecemos (Aron Visuals / Unsplash)

Siguiendo las leyes físicas de la vida y la evolución, Bejan argumenta que a medida que nuestros ojos se fatigan y nuestros cerebros se desarrollan más lentamente, es natural sentir que estamos perdiendo el tiempo o que pasa mucho más rápido que antes.

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“Todo el mundo se asombra de lo mucho que recuerda los días que parecían durar para siempre en su juventud”, asegura en declaraciones que recoge Science Alert. “No es que sus experiencias fueran mucho más profundas o más significativas, es solo que estaban siendo procesadas a una velocidad mucho más rápida”.

La percepción del tiempo es eso, una percepción, y por eso es siempre algo subjetivo. Un ejemplo de ello son los partidos de fútbol. Hay algunos que se hacen insufriblemente largos y otros que se pasan ultra rápido, aunque los dos duran exactamente lo mismo: 90 minutos. Este constructo mental llamado tiempo es flexible como una goma.

Esto significa que los segundos, los minutos y las horas que tenemos en nuestra mente son diferentes de las que marcan nuestros relojes. “El tiempo que percibes no es el mismo que el tiempo percibido por otro”, asegura Bejan.

Y un cerebro joven está más ávido de contenido que uno viejo. “¿Por qué? Porque la mente joven recibe más imágenes durante un día que la misma mente en la vejez”.

La hipótesis de Bejan se basa en cómo el cerebro interpreta la información de nuestros ojos. Las vías que procesan la información visual comienzan siendo pequeñas y estrechas, pero a medida que nuestras neuronas maduran y crecen, crean vías cada vez más largas en nuestro cerebro.

Cuando estas neuronas comienzan a envejecer, el camino se hace aún más largo a medida que el mensaje eléctrico encuentra más y más resistencia en el camino. Y ese aumento de longitud se traduce en un mayor estorbo y en un mayor tiempo de proceso. Un cerebro más viejo tarda más en procesar el presente.

Bejan asegura que solo hay que mirar a los bebés para darse cuenta de esta situación: “los ojos de los bebés se mueven mucho más rápido que los de los adultos, y observan la escena a un ritmo mucho más rápido”.

Esa rapidez significa un mayor nivel de estímulos y un mayor nivel de análisis de la realidad. Es decir, ellos aprecian mucho más o saborean mucho más su presente que nosotros los adultos.

Además, para Bejan hay otro factor más que explica estas dos velocidades: la novedad. Los adultos ya hemos visto muchas veces determinadas situaciones, y eso hace que el impacto emocional se a mucho menor, lo que hace que se despierten muchas menos emociones. Es decir, que no nos sorprende nada y por eso entramos como en una especie de piloto automático que hace que la vida pase más rápido. Los niños, sin embargo, se maravillan por el entorno y están ávidos de exprimir cada segundo, lo que hace que su días parezcan mucho más largos.

¿Moraleja? Debemos intentar disfrutar más de las pequeñas cosas del presente para alargar nuestra experiencia. Si no, estaremos pasando por la vida como zombis, sin darnos cuenta de su maravillosa complejidad, y, lo peor de todo, los días se nos irán volando.