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El presidente peruano tomo el camino errado: C. Ferreira Marques

(Bloomberg) -- El nuevo presidente de Perú, el quinto del país en cinco años, ha tenido un comienzo difícil. Desafortunadamente para esta economía golpeada por el covid, parece poco probable que la situación mejore.

Pedro Castillo, un político novato de izquierda que se postuló como candidato por un partido marxista y llegó al poder en medio de una ola de malestar causado por la pandemia, tuvo que esperar seis semanas para ser proclamado como el ganador oficial de la segunda vuelta presidencial, mientras su rival presentaba numerosas acusaciones de fraude e impugnaciones al recuento de votos. Además, un oponente fue elegido líder de una legislatura dividida en la que el partido de Castillo, Perú Libre, no tiene mayoría. Las tensiones entre moderados y radicales de su propio sector han sido tan tensas que el miércoles prestó juramento sin un gabinete.

Su discurso de inauguración, que entregó un primer vistazo a planes concretos después de semanas de incertidumbre, era una oportunidad para aplacar las preocupaciones de los inversionistas y los peruanos de centro, para construir su base mostrándose como moderado. Era un momento para el pragmatismo que pareció mostrar en las últimas semanas, vital para un país muy dividido y marcado por la pandemia, la corrupción y la fragilidad política.

Y hubo algo de eso. Usando su tradicional sombrero, leyó un discurso que puso la salud en primer lugar, lo que no es de extrañar en un país con la peor tasa de mortalidad por covid-19 del mundo y una campaña de vacunación a la que le queda mucho que avanzar. Prometió un “cambio responsable”, dijo que quería orden y previsibilidad para la economía.

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Pero también pidió una nueva Constitución, prometió que el segundo mayor productor de cobre del mundo buscaría una mayor participación estatal en las empresas mineras, dio a entender planes para frenar los monopolios en los servicios financieros y empresas de servicios públicos y anunció que el palacio presidencial se convertiría en un museo. Todo salpicado de muchas ilusiones presupuestarias y promesas de construir desde las bases.

No es, a pesar de las oscuras advertencias de la candidata presidencial Keiko Fujimori, una versión local del venezolano Hugo Chávez, que nacionalizó y expropió con desenfreno. Incluso si quisiera, carece de la influencia política para lograrlo. Desafortunadamente, tampoco ha demostrado ser, como muchos esperaban, otro Ollanta Humala: el presidente peruano que inicialmente fue un simpatizante de Chávez, pero que finalmente demostró ser un líder inteligente y amigable con los negocios, que dirigió el país desde el centro.

Sus esfuerzos por una nueva forma de extraer recursos mineros, por ejemplo, no tranquilizó a los inversionistas. Con un suministro sustancial de cobre del 11%, que aumentará una vez que la mina Quellaveco de Anglo American Plc alcance su capacidad total, Perú representa gran parte de la capacidad futura de un metal clave para la economía verde. Pero se podrían negociar los impuestos, lo que quizás era inevitable, dado que Castillo tiene un gran apoyo en las regiones mineras donde las comunidades exigen un mejor trato.

Lo que es aún preocupante que la mezcla de promesas del presidente, es la dificultad que ha tenido para conformar su gabinete, sin considerar la amplia coalición que necesita para dirigir el país. Lo anterior sugiere que los partidarios de línea dura, en particular el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, todavía tienen un fuerte control y que no hay suficientes miembros del establishment dispuestos a correr el riesgo con Castillo. No es de extrañar que los bonos en dólares de la nación cayeran mientras hablaba.

Como me señaló Nikhil Sanghani de Capital Economics, la falta de un plan claro y coherente es particularmente alarmante cuando sabemos que los países a los que les ha ido mejor en estos tumultuosos últimos 18 meses son aquellos con un liderazgo eficaz, capaces de cumplir las promesas de vacunación y de apoyo al empleo y otras iniciativas, pero que luego pueden controlar el enorme gasto.

Perú necesita con urgencia mejorar la deficiente educación del sector público, abordar el problema de las pensiones, la conectividad a internet e incluso frenar la violencia contra las mujeres, todas propuestas presentadas por Castillo. Potenciar la política existente para las lenguas indígenas es loable para promover la inclusión de poblaciones marginadas, al igual que los esfuerzos de creación de empleo. Ni siquiera será el primero en la región en preferir una alternativa más humilde a la residencia presidencial: el uruguayo José Mujica vivió en una granja.

Sin embargo, al mezclar temas polémicos y menos inmediatos, como la Constitución, con otros vitales, como la vacunación, Castillo está demostrando una preocupante carencia de enfoque. Una legislatura que ha destituido presidentes con desfachatez puede volver a hacerlo. En 2020, Perú tuvo tres presidentes en una semana. Durante años, el país ha logrado combinar la volatilidad política con un desempeño económico relativamente sólido. Pero para que eso continúe, con instituciones más débiles que nunca, Castillo debería evitar las controversias y actuar con rapidez para confirmar que el director del banco central, Julio Velarde, se quedará en el cargo.

Como dijo en una entrevista el exlíder Humala el mes pasado, Castillo está lleno de aspiraciones loables. Pero en América Latina, como en otros lugares, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Nota Original:Peru’s President Starts Down Wrong Path: Clara Ferreira Marques

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