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No prohibamos ChatGPT en las escuelas, usémoslo para enseñar

El nuevo bot conversacional de OpenAI está generando temores de que los estudiantes hagan trampa en sus tareas, pero su potencial como herramienta educativa supera sus riesgos. (Nata Metlukh/The New York Times)
El nuevo bot conversacional de OpenAI está generando temores de que los estudiantes hagan trampa en sus tareas, pero su potencial como herramienta educativa supera sus riesgos. (Nata Metlukh/The New York Times)

Hace poco, di una charla a un grupo de maestros y administradores de escuelas públicas K-12 (primaria y secundaria) en Nueva York. El tema fue la inteligencia artificial y cómo las escuelas deberían adaptarse para preparar a los estudiantes para un futuro lleno de todo tipo de competentes herramientas de inteligencia artificial (IA).

Sin embargo, descubrí que a mi audiencia solo le importaba una herramienta de IA: ChatGPT, el bot conversacional de moda desarrollado por OpenAI que es capaz de escribir ensayos coherentes, resolver problemas científicos y matemáticos, asi como generar código informático funcional.

ChatGPT es nuevo —se lanzó a finales de noviembre—, pero ya ha logrado que muchos educadores entren en pánico. Los estudiantes lo están utilizando para escribir sus tareas, haciendo pasar como propios ensayos y conjuntos de problemas resueltos generados por la IA. Los profesores y administradores escolares han estado haciendo esfuerzos para detectar a los estudiantes que usan la herramienta para hacer trampa y les preocupa el caos que ChatGPT podría causar en sus planes de estudio. (Algunas publicaciones han declarado, quizás de manera prematura, que ChatGPT ha matado a las tareas escolares por completo).

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Que los estudiantes hagan trampa es el miedo inmediato y práctico, junto con la propensión del bot a generar respuestas incorrectas o engañosas. Pero también hay preocupaciones existenciales. Un maestro de bachillerato me dijo que utilizó ChatGPT para evaluar algunos trabajos de sus alumnos y que la aplicación había proporcionado comentarios más detallados y útiles que él, en una pequeña fracción del tiempo.

“¿Soy acaso necesario ahora?”, me preguntó, medio en broma.

Algunas escuelas han respondido a ChatGPT tomando medidas enérgicas. Por ejemplo, las escuelas públicas de la ciudad de Nueva York bloquearon recientemente el acceso a ChatGPT en las redes y computadoras de la escuela, citando “preocupaciones sobre los impactos negativos en el aprendizaje de los estudiantes, así como preocupaciones sobre la seguridad y la fiabilidad del contenido”. Escuelas en otras ciudades, como Seattle, también han restringido el acceso. (Tim Robinson, portavoz del Sistema de Escuelas Públicas de Seattle, me dijo que ChatGPT fue bloqueado en los dispositivos escolares en diciembre, “junto con otras cinco herramientas para hacer trampa”).

Es fácil entender por qué los educadores se sienten amenazados. ChatGPT es una herramienta extraordinariamente capaz que apareció en sus realidades sin previo aviso y que funciona razonablemente bien en una amplia variedad de tareas y materias académicas. Existen dudas legítimas sobre la ética de la escritura generada por IA y preocupaciones sobre si las respuestas que proporciona ChatGPT son correctas (a menudo, no lo son). Simpatizo con los maestros que sienten que ya de por sí tienen muchas cosas de qué preocuparse como para agregar a la mezcla las tareas generadas por inteligencia artificial.

Pero después de conversar con docenas de educadores en las últimas semanas, he llegado a la conclusión de que prohibir ChatGPT en los salones es la decisión errada.

En cambio, creo que las escuelas deberían adoptar cuidadosamente a ChatGPT como una ayuda para la enseñanza, que podría desbloquear la creatividad de los estudiantes, ofrecer tutorías personalizadas y preparar mejor a los estudiantes para trabajar junto a los sistemas de IA como adultos. A continuación, explico las razones.

No funcionará

La primera razón para no prohibir ChatGPT en las escuelas es que, para ser directo, esa medida no va a funcionar.

Sí, una escuela podría bloquear el sitio web de ChatGPT en las redes y los dispositivos que sean propiedad de la escuela. Pero los estudiantes tienen teléfonos, computadoras portátiles y muchas otras formas de acceder fuera de clase. (Solo por diversión, le pregunté a ChatGPT cómo un estudiante que tuviera la intención plena de usar la aplicación podría evadir una prohibición general en la escuela. Me dio cinco respuestas, todas totalmente plausibles, entre ellas el uso de una red privada virtual, o VPN por su sigla en inglés, para ocultar el tráfico web del estudiante).

Algunos profesores tienen grandes expectativas en herramientas como GPTZero, un programa creado por un estudiante de la Universidad de Princeton que asegura ser capaz de detectar algo escrito por una IA. Pero estas herramientas no son fiables ni precisas y es relativamente sencillo engañarlas cambiando algunas palabras o utilizando un programa de IA diferente para parafrasear ciertos pasajes.

Los bots conversacionales de IA podrían programarse para dejar una marca en sus resultados de alguna manera, de modo que a los profesores les resulte más fácil detectar el texto generado por IA. Pero esto también es una defensa frágil. En este momento, ChatGPT es el único bot conversacional gratuito y fácil de usar de su calibre. Pero habrá otros y los estudiantes pronto podrán elegir entre varias aplicaciones, incluidas probablemente algunas que no dejen huellas de IA.

Incluso si fuera técnicamente posible bloquear ChatGPT, ¿quieren los profesores pasar sus noches y fines de semana actualizándose con el software más reciente de detección de IA? Varios educadores con los que conversé afirmaron que, si bien les irritaba la idea de que los estudiantes hicieran trampa con ChatGPT, el proceso de vigilar y detectar la IA sonaba aún peor.

En lugar de comenzar un juego interminable de “whack-a-mole” (pégale al topo) contra un ejército en constante expansión de bots conversacionales de IA, ofrezco una sugerencia: durante el resto del año académico, las escuelas deberían tratar a ChatGPT de la misma manera que tratan a las calculadoras: permitirlo para algunas tareas pero no para otras y asumir que a menos que los estudiantes estén siendo supervisados en persona y con sus dispositivos decomisados, lo más probable es que estén usándolo.

Luego, durante las vacaciones de verano, los profesores podrían modificar sus planes de enseñanza —por ejemplo, remplazando los exámenes para la casa con pruebas en clase o discusiones grupales— para tratar de mantener a raya a los tramposos.

ChatGPT puede ser el mejor amigo de un educador

La segunda razón para no prohibir ChatGPT en el aula es que, con la estrategia correcta, puede ser una eficaz herramienta de enseñanza.

Cherie Shield, profesora de inglés de bachillerato en Oregón, me dijo que recientemente le había asignado a los estudiantes de una de sus clases que usaran ChatGPT para crear esquemas para sus ensayos comparando y contrastando dos cuentos cortos del siglo XIX que abordan temas de género y salud mental: “La historia de una hora” de Kate Chopin y “El tapiz amarillo” de Charlotte Perkins Gilman. Una vez que se generaron los esquemas, sus estudiantes guardaron sus computadores portátiles y escribieron sus ensayos a mano.

El proceso, afirmó, no solo había profundizado la comprensión de las historias. También les había enseñado a los estudiantes a interactuar con modelos de IA y a conseguir la manera correcta de obtener una respuesta útil de uno de ellos.

“Tienen que entender: ‘Necesito esto para producir un esquema sobre X, Y y Z’ y tienen que pensarlo con mucho cuidado”, afirmó Shields. “Y si no obtienen el resultado que buscan, siempre pueden revisarlo y modificarlo”.

La creación de esquemas es solo una de las muchas formas en que se puede utilizar ChatGPT en clase. Podría escribir planes de lecciones personalizados para cada estudiante (“explícale las leyes del movimiento de Newton a un alumno visoespacial”) y generar ideas para actividades en al aula de clases (“escribe un guion para un episodio de ‘Friends’ que tenga lugar en la Convención Constitucional”). Podría fungir como un tutor fuera del horario regular (“Explica el efecto Doppler usando un lenguaje que un estudiante de octavo grado pueda entender”) o un rival de práctica de debates (“Convénceme de que se debe prohibir la experimentación con animales”). Podría usarse como punto de partida para ejercicios en clase o como una herramienta para que los estudiantes de inglés mejoren sus habilidades básicas de escritura. (El blog de enseñanza “Ditch That Textbook” tiene una larga lista de posibles usos en el aula para ChatGPT).

Incluso las fallas de ChatGPT —como el hecho de que sus respuestas a preguntas fácticas a menudo son incorrectas— pueden convertirse en material para ejercicios de pensamiento crítico. Varios profesores me dijeron que les habían solicitado a los estudiantes que intentaran lograr que ChatGPT se equivocara o que evaluaran sus respuestas de la misma manera que un profesor evaluaría las de un estudiante.

ChatGPT les enseña a los estudiantes sobre el mundo que habitarán

Ahora, me quitaré el sombrero de columnista de tecnología por un segundo para confesar que escribir este artículo me ha puesto un poco triste. Adoré la escuela y en cierto modo me duele pensar que en lugar de mejorar sus habilidades escribiendo ensayos sobre “Fiesta” de Ernest Hemingway o esforzarse por factorizar una expresión trigonométrica, los estudiantes de hoy simplemente podrían pedirle a un bot conversacional de IA que lo haga por ellos.

Tampoco creo que los educadores que se oponen por reflejo a ChatGPT estén siendo irracionales. Este tipo de IA realmente es (y me perdonan el uso de esta palabra de moda) disruptivo: para las rutinas del aula, para las prácticas pedagógicas de larga data y para el principio básico de que el trabajo que entreguen los estudiantes debe reflejar la cogitación que ocurre dentro de sus cerebros, en lugar de en el espacio latente de un modelo de aprendizaje automatizado alojado en una supercomputadora remota.

Pero la barricada ha caído. Herramientas como ChatGPT no van a desaparecer; solo van a mejorar, y salvo alguna intervención regulatoria, esta forma particular de inteligencia informática es ahora un elemento fijo de nuestra sociedad.

“Los grandes modelos de lenguaje no se volverán menos capaces en los próximos años”, afirmó Ethan Mollick, profesor de la Facultad Wharton de la Universidad de Pensilvania. “Necesitamos encontrar una manera de adaptarnos a estas herramientas y no limitarnos a prohibirlas”.

De hecho, esa es la razón principal para no prohibirlo en el aula: los estudiantes de hoy se graduarán en un mundo lleno de programas generativos de IA. Necesitarán conocer estas herramientas —sus fortalezas y debilidades, sus características y puntos ciegos— para poder trabajar junto a ellas. Para poder ser buenos ciudadanos, necesitarán experiencia práctica para comprender cómo funciona este tipo de IA, qué tipo de sesgos contiene y cómo podría usarse de manera indebida e incluso perjudicial.

Este ajuste no será sencillo. Los cambios tecnológicos repentinos rara vez lo son. Pero, ¿quién mejor para guiar a los estudiantes en este nuevo y extraño mundo que sus profesores?

© 2023 The New York Times Company

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