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Proyecto Gilgamesh: la cruzada científica que busca hacernos inmortales en 2045

Multimillonarios de silicon Valley financian el proyecto Gilgamesh que busca combatir la muerte. Getty Creative.
Multimillonarios de silicon Valley financian el proyecto Gilgamesh que busca combatir la muerte. Getty Creative. (Orla via Getty Images)

El ser humano ha coqueteado con la idea de la inmortalidad desde que se tienen registros. La búsqueda de una vida eterna aparece por primera vez en la Epopeya de Gilgamesh, el texto más antiguo que se conserva, de, aproximadamente, 4650 años de antigüedad. La narración, realizada sobre tablas de arcilla, cuenta la odisea del rey mesopotámico Gilgamesh por ganarle la partida a la muerte tras el fallecimiento repentino de su amigo Enkidu. Qué decir que fracasó estrepitosamente. La muerte le alcanzó como nos alcanzará necesariamente a todos.

Paradójicamente, la humanidad ha construido el significado de la vida en torno a la idea de que la muerte es un destino inevitable. Cristianos, judíos, musulmanes e infinidad de religiones de todos los colores, épocas y formas se han forjado a partir de ese carácter liberador que se le ha asignado a la acción de morirse, representada como la puerta a una vida eterna, exenta, además, de los molestos contratiempos de la vida terrenal.

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No morirse nunca ha sido una opción real, no, al menos, fuera del terreno mitológico, la literatura y la ciencia ficción. Sin embargo, los avances tecnológicos han abierto un camino inédito que permite a los científicos plantearse la posibilidad de “solucionar” el problema de la muerte a través de manipular la vida. Escribe Yuval Noah Harari en su afamado Sapiens. De animales a dioses que “para los hombres de ciencia, la muerte no es un destino inevitable, sino un problema técnico”. Y, como tal, llevan siglos trabajando en fórmulas para dilatar el momento de su comparecencia, primero desde la medicina, ahora desde diferentes áreas del conocimiento que incluyen la manipulación del genoma humano.

El proyecto Gilgamesh es una de estas cruzadas que busca extender la vida por medio de curar el envejecimiento. Hay quien ya fecha la consecución de la hazaña en 2045. Financiado por millonarios de Silicon Valley, cuna mundial de la alta tecnología, centra sus esfuerzos en tres líneas de investigación. La primera es la ingeniería genética, que supone modificar el ADN para intervenir en el deterioro de las células. La segunda es la ingeniería de cíborgs o implantación de partes inorgánicas en sistemas orgánicos, que incluye, desde el desarrollo de órganos artificiales y extremidades biónicas, hasta dispositivos electrónicos que se incrustan en el cerebro humano y captan señales eléctricas en doble sentido. Dentro de esta línea transhumanista se sitúa la empresa Neurolink del polémico dueño de Twitter, Elon Musk. Fundada en 2016, desarrolla interfaces cerebro-computadora que, implantadas en el cerebro, ayudarán a personas con discapacidades neurológicas y físicas. Recientemente, la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense (FDA) denegó la solicitud de la startup para comenzar sus ensayos en humanos.

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De vuelta al proyecto Gilgamesh, la tercera línea de investigación, la más controvertida de todas, busca recrear cerebros humanos en el interior de computadores. Una transferencia que, para los más audaces garantizaría, supuestamente, la supervivencia cerebral tras “el deceso del cuerpo”. Con una vocación más aterrizada, The Human Brain Project, impulsado por la Comisión Europea, trabaja desde 2005 en la recreación de un cerebro artificial en el interior de un ordenador que servirá como “base para nuevas herramientas de diagnóstico y tratamiento para enfermedades cerebrales, así como nuevas tecnologías en prótesis para personas con discapacidades”.

Según Raymond Kurzweil, director de ingeniería de Google desde 2012, en el futuro “vamos a ser cada vez menos biológicos, hasta el punto en el que la parte no biológica, la robótica, predomine. Obtendremos capacidades sobrehumanas, como lograr mayores habilidades cognitivas o, incluso, ser inmortales”. Kurzweil es fundador de la Universidad de la Singularidad, una institución académica de Silicon Valley, financiada, entre otros, por Google y la NASA, para “forma a los lideres del futuro para que identifiquen los grandes retos de la humanidad”, de acuerdo con su página web oficial. El científico y visionario se atreve a hablar del 2045 como el año en el que la muerte del cuerpo no supondrá la muerte de la mente, que trascenderá en un más allá tecnológico.

Sea como fuere, mientras la ciencia avanza, un futuro repleto de humanos inmortales parece todavía algo quimérico. Cabría preguntarse, preguntarnos, si la inmortalidad, más que una ventaja, no terminaría por convertirse en una condena eterna, un día de la marmota insalvable y autómata. Quién sabe.

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