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Putin y Mohamed bin Salmán se ríen de nosotros

Las guerras crean alianzas sorprendentes.

Hoy tenemos a Estados Unidos y a sus aliados de la OTAN apoyando a los valientes ucranianos que luchan por salvar a su país de ser despedazado por Vladimir Putin.

Y tenemos a Rusia, Arabia Saudita, Irán, Bernie Sanders, la bancada progresista de la Cámara de Representantes y todo el Partido Republicano trabajando (de manera deliberada o porque son unos ilusos) para garantizar que Putin tenga más ingresos petroleros que nunca para matar a los ucranianos y congelar a los europeos este invierno hasta que abandonen Kiev.

En otro rincón oscuro, Putin y el gobernante de facto de Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán quizá también estén esperando que la enorme inflación energética que desató la invasión rusa ayude a los republicanos liderados por Donald Trump a recuperar el control de al menos la Cámara de Representantes en las elecciones del próximo mes. Esa sería la cereza del pastel para ambos, quienes ven a Trump como un presidente que todavía adora el crudo negro por encima de la energía solar verde y sabe cómo hacerse el desentendido cuando a la gente buena le pasan cosas malas.

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¿Les parece demasiado cínico? No, perdón, no se puede ser demasiado cínico con esta sarta de brutos, bandidos y tontos útiles. Basta mirar los hechos.

El miércoles, mientras el mundo ya se encaminaba hacia la recesión y el mercado global del petróleo y el gas natural veía más demanda que oferta, el cártel de la OPEP+, que incluye a Arabia Saudita y a Rusia, acordó colectivamente reducir dos millones de barriles al día de su producción, para asegurarse de que los precios del petróleo no retrocedan, sino que vuelvan a superar los 100 dólares por barril y se mantengan ahí.

Aunque lo más probable es que el recorte real de la producción se acerque a un millón de barriles diarios, porque el rendimiento de muchos productores más pequeños de la OPEP ya está por debajo de su cuota, en el mercado actual seguirá siendo una dificultad. Como señaló el Financial Times: a unos 90 dólares el barril hoy, “el crudo está muy por debajo de los niveles alcanzados poco después de la invasión rusa de Ucrania, pero más alto que en cualquier momento entre 2015 y principios de 2022”.

La motivación de Putin para este aumento de precios no es ningún misterio. Como su Ejército en Ucrania está sufriendo pérdidas constantes de territorio —y se anexó un territorio ucraniano que ni siquiera controla— Putin tiene una última esperanza antes de verse obligado a hacer algo de verdad imprudente: exprimir el suministro y elevar el precio del petróleo y el gas lo suficiente como para obligar a la Unión Europea a abandonar tanto a Kiev como a Washington y aceptar sus anexiones a cambio de un cese al fuego y la reanudación de las exportaciones de energéticos rusos. Los sauditas le siguieron la corriente.

La estrategia de Putin no es ni descabellada ni desesperanzada teniendo en cuenta que las naciones occidentales llevan dos décadas sin pensar estratégicamente en la energía. Querían los fines: un mundo que ya no dependa de los combustibles fósiles lo antes posible. Pero no quisieron los medios para alcanzar esa meta con estabilidad, al maximizar su seguridad climática, su seguridad energética y su seguridad económica al mismo tiempo.

En cambio, fingieron.

En Europa, fingieron —con la anuencia encubierta de Putin— que podían abandonar la energía a gran escala, y en gran medida libre de emisiones, como la nuclear, como hicieron los alemanes, y pasar directamente a la energía eólica, solar y otras fuentes renovables intermitentes, y que todo iría de maravilla. Por Dios. Los alemanes se sintieron tan virtuosos al hacerlo, sin reconocer que la única razón por la que se salían con la suya con esta quimera era que Putin les vendía gas barato para compensar la diferencia.

Cuando Putin puso fin a la farsa, esto fue lo que ocurrió: el 28 de septiembre, Reuters informó desde Frankfurt que “el gabinete de Alemania aprobó el miércoles dos decretos para extender la operación de enormes plantas de generación de energía que operan con antracita hasta el 31 de marzo de 2024 y recuperar la capacidad inactiva de lignito hasta el 30 de junio de 2023, a fin de aumentar el suministro”.

En Estados Unidos, tuvimos nuestra propia versión de este activismo ecológico de dientes para afuera. Los progresistas ecológicos satanizaron las industrias del gas y el petróleo —en algunas ocasiones con buenas razones, debido a lo mucho que la industria se esforzó en negar la realidad del cambio climático y rehusarse a limpiar su propio tiradero— y, en esencia, les dijeron que fueran a morirse tranquilamente a otro lado, mientras nosotros pasábamos a la energía solar y eólica. Los inversionistas del petróleo y el gas y los banqueros se dieron por enterados y comenzaron a retrasar o detener la inversión en nueva producción de petróleo y gas en casa y optaron por centrarse en obtener todas las ganancias que pudieran de los pozos existentes.

Como decía un boletín de Goldman Sachs en abril: “¿Cuánta producción futura hemos perdido debido a todos los retrasos en las decisiones de inversión en nuevos proyectos de petróleo y gas? La respuesta es 10 millones de barriles diarios de petróleo, lo que equivale a la producción diaria de Arabia Saudita, y 3 millones de barriles diarios de petróleo equivalentes en gas natural licuado (GNL), lo que equivale a la producción diaria de Catar. Si no hubiéramos seguido retrasando las nuevas decisiones de inversión en petróleo y gas desde 2014, en esencia podríamos haber tenido una nueva Arabia Saudita y un nuevo Catar”.

Aunque en teoría Estados Unidos aún puede satisfacer la mayoría de sus necesidades de petróleo y gas en este momento, a diferencia de Europa, no tenemos suficiente para exportar a la escala requerida para compensar los recortes de Putin y la OPEP+, a fin de facilitar la transición de Europa a un futuro sin carbono.

Pero los progresistas ecológicos nunca entendieron el mensaje. En una audiencia de la comisión de la Cámara de Representantes de hace dos semanas, la representante Rashida Tlaib exigió saber si el director general de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, y otros ejecutivos bancarios que comparecían ante el panel tenían alguna política “contra el financiamiento de nuevos productos de petróleo y gas”.

Dimon respondió: “Absolutamente no y eso sería la perdición para Estados Unidos”.

Entonces, Tlaib le dijo a Dimon que cualquier estudiante que tuviera préstamos estudiantiles y cuentas bancarias con JPMorgan debería tomar represalias cerrando sus cuentas. No duden que este tipo de alarde moral juvenil de parte de Tlaib seguramente le hizo el día a Vladimir Putin. Todavía dista mucho de ser tan mala como los senadores republicanos que durante años se inspiraron en las mentiras de ExxonMobil de que el cambio climático era un engaño y las usaron para bloquear nuestra transición hacia las energías limpias. Pero, aun así, Tlaib le alegró el día a Putin.

Y Putin se alegró todavía más cuando vio la semana pasada a Bernie Sanders, a los progresistas demócratas de la Cámara de Representantes y a todo el Partido Republicano unirse para acabar con un proyecto de ley respaldado por el presidente Joe Biden y el liderazgo demócrata que se proponía agilizar el proceso de concesión de permisos para los proyectos energéticos nacionales, en particular la concesión de permisos para los gasoductos y las líneas de transmisión eólica y solar, uno de nuestros mayores impedimentos para una transición ecológica estable.

Es difícil saber quiénes son peores, los progresistas que no entendieron que la energía solar y eólica requieren permisos de transmisión más rápidos para ampliar de forma segura la energía limpia, o los republicanos, que sabían que las empresas petroleras y de gas necesitan permisos más rápidos para los gasoductos a fin de aumentar la producción de gas, pero los obstaculizaron para que Biden no tuviera otro éxito. Como dijo Joe Manchin, un demócrata que está a favor de los combustibles fósiles y que defendió el proyecto de ley: “No esperaba que Mitch McConnell, y mis amigos republicanos, se pusieran del lado de Bernie o trataran de conseguir el mismo resultado al no aprobar la reforma de los permisos”.

En definitiva, Putin ha tenido un mal mes en Ucrania, pero un buen mes en el Congreso de Estados Unidos.

Esto no tiene nada de complicado: ¿Quieren tener razón o quieren marcar la diferencia? Si queremos marcar la diferencia, tenemos que maximizar nuestra seguridad energética, nuestra seguridad natural y nuestra seguridad económica, todo al mismo tiempo. La única manera de hacerlo con eficacia es incentivar nuestro mercado para que produzca un suministro de energía estable y seguro, con las menores emisiones posibles y al menor costo posible, lo más rápido posible.

La única manera realmente eficaz de hacerlo es con una señal de precios contundente —ya sean impuestos a la energía sucia o incentivos a la energía limpia— además de un aumento constante de las normas de energía limpia para la generación de energía, según lo propuesto por Hal Harvey y Justin Gillis en su nuevo libro “The Big Fix: Seven Practical Steps to Save Our Planet”.

Mientras no estemos preparados para hacer eso, solo estamos fingiendo, dejándonos llevar por el activismo de dientes para afuera de la izquierda y la derecha, mientras Putin y Mohamed bin Salmán no dejan de reír de camino al banco.

© 2022 The New York Times Company