Anuncios
U.S. markets close in 3 hours 11 minutes
  • S&P 500

    5,047.97
    -22.58 (-0.45%)
     
  • Dow Jones

    38,327.10
    -176.59 (-0.46%)
     
  • Nasdaq

    15,642.76
    -53.88 (-0.34%)
     
  • Russell 2000

    1,984.23
    -18.41 (-0.92%)
     
  • Petróleo

    82.65
    -0.71 (-0.85%)
     
  • Oro

    2,339.60
    -2.50 (-0.11%)
     
  • Plata

    27.31
    -0.05 (-0.19%)
     
  • dólar/euro

    1.0689
    -0.0015 (-0.14%)
     
  • Bono a 10 años

    4.6480
    +0.0500 (+1.09%)
     
  • dólar/libra

    1.2438
    -0.0014 (-0.11%)
     
  • yen/dólar

    155.1020
    +0.3140 (+0.20%)
     
  • Bitcoin USD

    64,692.98
    -2,088.50 (-3.13%)
     
  • CMC Crypto 200

    1,391.67
    -32.43 (-2.28%)
     
  • FTSE 100

    8,040.38
    -4.43 (-0.06%)
     
  • Nikkei 225

    38,460.08
    +907.92 (+2.42%)
     

El Río de la Plata tuvo una plaza de toros: crónica de una inauguración marcada por el caos

Nicolasito Mihanovich (casado con Felicitas Guerrero en 1906, ambas familias de gran fortuna), se había propuesto tener vuelo propio, en un principio respaldado por el capital de la poderosa compañía naviera que consolidó su padre. Le entusiasmaban los emprendimientos inmobiliarios y también incursionó en el negocio periodístico, integrando la sociedad fundadora del vespertino La Razón (1905). Pero el gran proyecto de su vida profesional comenzó a gestarse en el año de su casamiento.

Luego de conocer el éxito obtenido por Francisco Piria al fundar Piriápolis en Uruguay, Mihanovich resolvió apostar por Colonia del Sacramento para crear lo que llamó "la Niza del Río de la Plata". El primer paso de su plan fue levantar una plaza de toros en el Real de San Carlos, distante a seis kilómetros del casco histórico de la ciudad. El estadio, de cien metros de diámetro y capacidad para más de nueve mil espectadores, contaría con las comodidades de los mejores: bar, restaurante, enfermería, capilla (sitio de culto de los toreros antes de iniciar la lidia) y palco para orquesta.

El equipo que trabajaba a la par de Mihanovich estaba conformado por Juan Manuel Caballero, hijo del cónsul español en Colonia y encargado de allanar los asuntos burocráticos desde fines de 1908; el arquitecto croata José Marcovich, quien se ocupó del diseño, y el ingeniero Juan Dupuy, encargado de llevar adelante la obra.

El conjunto iba a completarse con un hotel, un enorme frontón de pelota paleta, casa de baños, usina (que proveyera de electricidad a Colonia, como parte del trato), polígono de tiro a la paloma, balneario, teatro, comisaría y hasta un muelle con tendido de vías, ya que un trencito de ocho vagones se dispuso para brindar el traslado gratuito, de 750 metros, hasta la plaza. La estructura de hierro de la misma se preparó en Buenos Aires. Se trasladó, fue armada en el sitio y recubrierta de ladrillos. La obra se completó en ocho meses.

PUBLICIDAD

No se descuidó la calidad de los accesorios. El emprendedor importó cinco mil sillas de Viena, 47.000 juegos de café del Imperio austrohúngaro, cien mil vasos, treinta mil platos, todo con el logotipo de la "S.A. Establecimientos del Real de San Carlos de la Colonia". La inversión era cuantiosa, y por ese motivo se optó por comenzar a recaudar con la venta de lotes en los alrededores, la actividad taurina, y una preapertura del hotel, ya que su construcción y la del frontón, de gran atractivo en su tiempo, iban a demandar más semanas.

Se contrató a dos figuras estelares de las corridas de toros en España, los hermanos Ricardo y Manolo Torres, conocidos como Bombita y Bombita chico. Se llevaron bovinos escogidos de Buenos Aires. Un periodista uruguayo avizoró que Colonia estaba llamada a ser la Biarritz de Sudamérica. La presencia de los toros despertó interés en Montevideo y en varias ciudades vecinas de Colonia. Tenía que ser una gran fiesta. Pero…

La Plaza de Toros se restauró y hoy es un centro de espectáculos
La Plaza de Toros se restauró y hoy es un centro de espectáculos

La Plaza de Toros se restauró y hoy es un centro de espectáculos

Los acontecimientos que rodearon la inauguración de la Plaza de Toros

La inauguración tuvo lugar el 9 de enero de 1910, en una de las jornadas más calurosas de aquel verano. De todas maneras, ese incordio fue apenas un detalle. No todo se hallaba ajustado a la medida del evento. La publicidad en Buenos Aires había logrado su efecto. Por eso, el día señalado se contaron unos cinco mil entusiastas dispuestos a cruzar el charco. Las expectativas se centraban en las actividades de esparcimiento en la costa oriental. En ese sentido, el transporte debía ser simplemente el medio. Pero tuvo mayor protagonismo del esperado. Precisamente, lo peor fue el viaje. Los cinco barcos iban colapsados, con casi el doble de los pasajeros que podían transportar.

Con cierto desorden e improvisación, fueron partiendo los vapores desde la Dársena Sur, en la continuación de la calle Brasil (hoy opera allí la flota de la empresa Colonia Express). Si bien los primeros llegaron más o menos a tiempo, el último en salir, el Colonia, especialmente construido para realizar el trayecto (calificado de "insumergible e incombustible"), recién abandonó el puerto de Buenos Aires a las 12:30 y arribó a la ciudad uruguaya a las 16. Superada esta etapa, surgió un nuevo problema. La capacidad del trencito que se dirigía del muelle a la plaza de toros era tan limitada que el grueso de los pasajeros optaba por caminar en vez de aguardar y sumarse en un segundo turno. El último contingente que ingresó a la plaza se encontró con la novedad de que no quedaban asientos disponibles, además de que ya se habían realizado tres de las seis corridas.

Poco importaba que se hubieran pagado palcos, sectores a la sombra o primeras filas. El que llegaba debía ingeniárselas para hallar un espacio que le permitiera ver la jornada taurina como pudiera. Obviamos los detalles de la lidia de los hermanos Torres. Según las crónicas, la primera de las seis superó las expectativas, pero luego fue decayendo, a pesar de la muy buena voluntad de los toreros, en contraste con la de los animales.

Pasemos al regreso, que fue un caos. Hasta las señoras corrían sosteniéndose los sombreros y tratando de alcanzar el primer barco que saliera. Al parecer, estas corridas terminaron siendo más entretenidas que las de la plaza de toros. El muelle tenía un ancho considerable, pero el abordaje se hacía en filas de uno en uno. Se produjo un embudo complicado que provocó empujones y forcejeos entre quienes pugnaban por abordar. Inició el traslado de regreso el Buenos Aires (aquel que había enviado el telegrama a la Chata) que partió a las 18:35 y llegó a la Capital Federal a las 22:40. Peor la pasaron aquellos que optaron por quedarse a "almorzar" algo a las seis de la tarde en la plaza. La comida del restaurante, que venía atendiendo comensales desde temprano, se agotó. Los últimos en regresar arribaron a Dársena Sur a la 1:30 de la madrugada. Varios no habían probado bocado en todo el paseo.

En otro de los vapores, el Tritón, los pasajeros asaltaron la despensa, generando un revuelo con empujones e insultos que obligaron a las señoritas a tapar sus oídos. La noticia, entonces, no fue la inauguración de la plaza de toros sino la desorganización. Dio la cara Pedro Mihanovich, hermano de Nicolasito, y más mesurado, quien siempre trató de convencerlo de que no se embarcara en el proyecto de la plaza de toros. Pedro pidió disculpas por el desorden causado y anunció que la próxima vez los barcos saldrían más temprano y se organizarían como corresponde el regreso ordenado y la correcta provisión de comida, más el respeto por las localidades en la plaza.

¿Qué pasó con las siguientes corridas de toro?

Los empresarios cumplieron con su palabra. El servicio mejoró notablemente y para la tercera corrida todo era elogios. Incluso se iniciaron viajes de vapores desde Montevideo a Colonia. Parecía que la rueda comenzaba a girar. Se inauguró el hotel, también el frontón. Se habilitó el teatro y se diseñó una cancha de fútbol. A partir del 9 de junio, todos los domingos y feriados el vapor Colonia realizaba excursiones que partían de la Capital Federal a las 9:30 y regresaban a las 16, con servicio de restaurante y orquesta para todo el trayecto. Aun así, el empresario no lograba los estándares que se había propuesto. Para colmo, el gobierno de Uruguay prohibió las corridas de toros (en realidad, jamás se habían autorizado) y hubo que enfocarse en los demás atractivos.

Mihanovich contrató al aviador Bartolomeo Cattaneo para que, partiendo de Buenos Aires, sobrevolara la Plaza. Infinidad de artistas desfilaron por el Real de San Carlos, entre ellos Carlos Gardel, Juanito Pardo (el Rey de la jota) y los hermanos Cesario con sus acrobacias. En un intento por recuperar algo de la inversión, comenzó a importar arena aprovechando el auge de la construcción en Buenos Aires. La fortuna de Nicolasito Mihanovich iba desintegrándose. Pero su empeño se mantenía erguido. Concentró sus esfuerzos en el negocio artístico. Fue quien trajo a Enrico Caruso a la Argentina. Sin embargo, las contrataciones estelares tampoco le reportaron ganancias.

¿Y el Real de San Carlos? Se apoyaba principalmente en el casino del hotel. Hasta que en los años 20 un jugador empedernido se suicidó y terminó prohibiéndose la ruleta. Antes de este episodio trágico, Mihanovich, Felicitas Guerrero y los chicos se fueron a vivir a París, donde la vida era más económica. No se privaron de visitar los balnearios franceses, Niza y Biarritz. Los originales. El emprendedor murió en 1920. La viuda se casó con Pedro Mihanovich, el hermano moderado. En un capítulo previo ("Tres bodas y varios funerales"), conocimos la historia de los padres de Nicolás y Felicitas. Sumamos, entonces, otra boda y otro funeral a la contabilidad de aquel relato.

*Extracto de Historias de La Belle Époque Argentina, de Daniel Balmaceda

Los espléndidos años dorados de la Belle Époque de Argentina

Historias de La Belle Époque Argentina, de Editorial Sudamericana, es una invitación a recorrer los espléndidos años dorados de la Belle Époque argentina. De las últimas décadas del siglo XIX al Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, y los años previos a la Primera Guerra Mundial. Una época de gran prosperidad, cuando el porvenir era esperanza y desarrollo. Tiempos de inmigración masiva; de inicio del ocio, de la gastronomía, del transporte y de mujeres que, por primera vez, se animaban a reclamar sus derechos.

Espiamos el diario de Delfina Bunge y sus observaciones de quienes iban a misa, asistimos a un baile de fin de año, presenciamos el primer llamado telefónico, la aparición de los autos eléctricos, el miedo frente al primer vuelo en avión y el caso cero de una temible vuelta de la fiebre amarilla. ¿Cómo eran los dandis por esos días? ¿Cuántos años tenía el niño que quiso matar a Roca? ¿Cómo desbarató José Hernández una edición trucha del Martín Fierro? Decenas de casos de emprendedores que armaron un imperio con una máquina rudimentaria en un sótano: de Fort a Rigolleau.

Historias nacidas de la incansable búsqueda que Daniel Balmaceda realiza desde hace años en periódicos, revistas y documentos inéditos de todo tipo, para descubrir y rearmar las piezas perdidas de nuestra historia.