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¿Qué tan racista es Estados Unidos?

"Hay una pregunta que merodea en todos los debates sobre la teoría crítica de la raza: ¿qué tan racista es este país?", escribe el columnista de Opinión de The New York Times David Brooks. (The New York Times)
"Hay una pregunta que merodea en todos los debates sobre la teoría crítica de la raza: ¿qué tan racista es este país?", escribe el columnista de Opinión de The New York Times David Brooks. (The New York Times)

Hay una pregunta que merodea en todos los debates sobre la teoría crítica de la raza: ¿qué tan racista es este país? Cualquiera que tenga ojos para ver y oídos para escuchar sabe sobre la opresión de los indígenas estadounidenses, sobre la esclavitud y Jim Crow. Pero, ¿acaso eso significa que incluso ahora Estados Unidos es una nación supremacista blanca, que la blanquitud es un cáncer que lleva a la opresión de otros grupos?, ¿o será que el racismo en gran medida ha quedado en el pasado de Estados Unidos, y es algo que hemos superado casi por completo?

Hay muchas maneras de responder a estas preguntas. La más importante es mantener conversaciones honestas con las personas que se ven afectadas de manera directa, pero otra es preguntar: ¿qué tan altas son las barreras de acceso a oportunidades para distintos grupos de personas?, ¿acaso todos los grupos tienen la misma oportunidad de conseguir el sueño americano? Este enfoque no es perfecto, pero al menos nos remite a datos empíricos y no solo a teorías y suposiciones.

Cuando aplicamos esta lente a la experiencia afroestadounidense, vemos que las barreras de acceso a oportunidades siguen siendo muy altas. La brecha de ingresos que separa a las familias blancas y negras, en esencia, fue igual de profunda en 2016 que en 1968. La brecha de riqueza que separa a los hogares blancos de los negros se ensanchó aún más entre esos años. Los adultos negros tienen una probabilidad 16 veces mayor que los adultos blancos de pertenecer a familias con tres generaciones de pobreza.

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Las investigaciones muestran cómo el racismo influye en la perpetuación de estas disparidades. En 2004, cuando un grupo de investigadores envió a aspirantes blancos y negros con las mismas cualificaciones a entrevistas de trabajo en la ciudad de Nueva York, los vistió igual y les dio frases similares que decir, los candidatos negros recibieron la mitad de las segundas pruebas o las ofertas de trabajo que obtuvieron los blancos.

Cuando se observan los datos sobre la población afroestadounidense, los legados de la esclavitud y la segregación, así como los efectos del racismo están por doquier. La frase “racismo sistémico” encaja de manera acertada en la realidad que vemos: un conjunto de estructuras, como las prácticas discriminatorias, que tienen un impacto devastador en la riqueza y en las oportunidades para las personas negras. El racismo no es algo que estemos superando poco a poco; es ubicuo. Parece una obviedad que esta realidad deba impartirse en todas las escuelas.

¿Esto significa que Estados Unidos es una nación supremacista blanca cargada de vergüenza, que el sueño americano es solo es privilegio de los blancos? Bueno, veamos los datos relacionados con distintos grupos de inmigrantes. Cuando enfocamos la mirada aquí, las barreras no parecen tan altas. Por ejemplo, como lo indicó hace poco Noah Smith de Bloomberg en su página de Substack, los ingresos de los estadounidenses de origen hispano aumentaron con más rapidez en los últimos años que los de cualquier otro grupo principal de Estados Unidos. El 45 por ciento de los hispanos que crecieron en condiciones de pobreza llegaron a la clase media o incluso alta, una tasa de movilidad comparable a la de las personas blancas.

Los hispanos han ganado muchísimo terreno en materia de educación últimamente. En el año 2000, más del 30 por ciento de los hispanos abandonaba sus estudios de bachillerato. Para 2016, solo el 10 por ciento lo hizo. En 1999, una tercera parte de los hispanos de entre 18 y 24 de edad estudiaba la universidad; ahora casi la mitad de ellos lo hace. En 2012, las tasas de inscripción universitaria entre los hispanos fueron mayores a las de las personas blancas.

La experiencia de los hispanos en Estados Unidos está comenzando a parecerse a la experiencia de los estadounidenses de origen irlandés o italiano u otros grupos de inmigrantes antiguos: un periodo de adversidad seguido de una integración en la clase media.

Un estudio realizado por académicos de las universidades de Princeton, Stanford y California, campus Davis, halló que los hijos de inmigrantes en la actualidad tienen la misma posibilidad de avanzar a la clase media que los hijos de inmigrantes hace 100 años. Es casi irrelevante que sus padres hayan provenido de países de donde los migrantes huyen de la miseria y la pobreza o de donde suelen salir migrantes con habilidades rentables; los hijos de inmigrantes pobres tienen tasas más elevadas de movilidad ascendente que los hijos de personas nacidas en la nación.

Este éxito económico obviamente no quiere decir que los grupos inmigrantes no enfrenten dificultades, prejuicios y explotación. Casi todos los grupos de inmigrantes en la historia de Estados Unidos se han enfrentado a eso. Solo significa que la educación y la movilidad pueden ayudar a superar algunos de los efectos de estos sesgos. En ese mismo estudio se descubrió que a los colectivos de inmigrantes en gran medida les va bien porque llegan a lugares donde las oportunidades abundan. No es que estén ganando más que las personas que los rodean, sino que ganan más junto con las personas que los rodean.

El progreso económico es una cosa, pero ¿qué decir de la integración cultural?

Un informe trascendental realizado en 2015 por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina halló que las vidas de los inmigrantes y las de sus hijos están convergiendo con las de sus vecinos oriundos, para bien y para mal. Este patrón influye en su nivel de escolaridad, el lugar donde viven, el idioma que hablan, su condición de riqueza y la manera en que se organizan sus familias. Un estudio autoría de un sociólogo de la Universidad de Brown, por ejemplo, reveló que cada vez más inmigrantes mexicanos están aprendiendo inglés, por lo que se aíslan menos de los estadounidenses no mexicanos.

Las tasas crecientes de matrimonios mixtos son una de las consecuencias de esta integración. Según un informe de 2017 del Centro de Investigaciones Pew, alrededor del 29 por ciento de las parejas de estadounidenses asiáticos recién casados son de una raza u origen étnico distinto, junto con el 27 por ciento de las parejas de hispanos recién casados. Las tasas de matrimonios interraciales para personas blancas y negras casi se han triplicado desde 1980. Más del 35 por ciento de los estadounidenses afirman que uno de sus parientes “cercanos” es de una raza distinta.

La combinación de identidades es otro indicio de esta integración. Hace unos años, circulaba la idea de que Estados Unidos estaba a punto de convertirse en un país de mayorías y minorías. Esto solo sería verdad si los estadounidenses se dividieran en categorías estrictas de blanco y no blanco (con una sola gota de sangre no blanca).

Sin embargo, los humanos reales pueden adoptar con mucha rapidez varias identidades raciales distintas y cambiantes. Los investigadores Richard Alba, Morris Levy y Dowell Myers sugieren que el 52 por ciento de las personas que se autocategorizaron como no blancas en las proyecciones de la Oficina del Censo para la composición racial de Estados Unidos en 2060 también se considerarán blancas. El 40 por ciento de las que se autoclasificaron como blancas también adoptarán una identidad de minoría racial.

En un ensayo para The Atlantic, los investigadores concluyeron: “Especular sobre si Estados Unidos tendrá una mayoría blanca para mediados del siglo XXI tiene poco sentido, porque las definiciones sociales de blanco y no blanco están cambiando con celeridad. La clara distinción entre estas categorías se aplicará cada vez a menos estadounidenses”.

Cuando se observan los datos de todos los grupos, destacan unos cuantos puntos.

En primer lugar, se vuelve evidente por qué a algunas personas les molesta la frase “personas de color”. ¿Cómo puede tener tanto significado una categoría que abarca una inmensa mayoría de todos los seres humanos? Los grupos que esta frase intenta agrupar tienen experiencias diferentes e incluso enfrentan distintos tipos de discriminación. Es posible que esta frase ensombrezca identidades reales en lugar de iluminarlas.

En un artículo de GQ, Damon Young argumenta que el término “personas de color” se ha convertido en un gesto lingüístico, “una clave para las personas blancas que se sienten incómodas al decir solo ‘negro’”. En The New Yorker, E. Tammy Kim arguye: “Al agrupar a todas las personas no blancas en Estados Unidos, si no es que en todo el mundo, la frase ‘personas de color’ invisibiliza el daño desproporcionado per cápita que sufre la gente negra a manos del Estado”.

En segundo lugar, sin duda es hora de abandonar la teoría del remplazo que ha ganado tanta popularidad con Tucker Carlson y la extrema derecha: la idea de que todos estos extranjeros vienen a dominar el país. Esta idea aterroriza a muchos blancos y ayudó a Donald Trump a llegar a la presidencia, pero no es cierta. La verdad es que los inmigrantes se mezclan con los residentes actuales, con lo cual conservan partes de sus identidades previas y adoptan partes de sus nuevas identidades. Esto viene ocurriendo desde hace cientos de años, y sigue sucediendo. Esta clase de entremezcla de grupos no remplaza a Estados Unidos, sino que lo constituye.

Por último, quizá no sea correcto decir que Estados Unidos puede dividirse con precisión en bandos étnicos rivales que están en eterno conflicto de suma cero. La verdadera historia tiene más que ver con la combinación y la fluidez. Yo solo soy un hombre con un punto de vista (blanco). Pero lo que he leído en los registros históricos sugiere que los colectivos se benefician de relacionarse con todos los demás mientras conservan partes de sus distintas identidades y culturas. “Integración sin asimilación” es como lo explicó el rabino lord Jonathan Sacks.

La realidad entretejida de Estados Unidos desafía los simples binarios de blanco contra no blanco. En los últimos años, Raj Chetty y su equipo en Opportunity Insights han llevado a cabo mucha de la labor más celebrada en materia de movilidad económica. Han descubierto que, en efecto, los estadounidenses negros e indígenas tienen tasas de movilidad mucho más bajas debido a la discriminación histórica.

No obstante, el equipo de Chetty enfatiza que estas brechas no son inmutables. Por ejemplo, si se usan vales de elección de vivienda y otras subvenciones para ayudar a la gente a mudarse a vecindarios con mayores oportunidades y menores tasas de pobreza, menos prejuicio racial y más padres en las áreas residenciales, entonces se puede ayudar a gente de todas las tazas a llevar una vida con mayores ingresos y menores tasas de encarcelamiento en la edad adulta.

La realidad de Estados Unidos se compone tanto de la verdad sobre el racismo estructural como del hecho real de que Estados Unidos es una tierra de oportunidades para una asombrosa diversidad de grupos de todo el mundo. No hay manera de simplificar esa complejidad.

La semana pasada, vi a una joven negra con una playera que decía: “Soy el sueño más loco de mis ancestros”. Interpreté su mensaje como una declaración de resistencia, orgullo, determinación y esperanza. Si puedes cargar con emociones discordantes como esas en tu mente, puedes comprender a esta nación discordante.

© 2021 The New York Times Company