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Las tres razones por las cuales el capital se volverá escaso en el mundo en los próximos años

Joe Biden, presidente de Estados Unidos, en un discurso sobre el plan "Reconstruir mejor"
Getty Images

LONDRES.– Los pronósticos para este año en materia financiera estarán equivocados; por supuesto que sí. En los mercados hay muchas maneras de errar, en cuanto a la dirección, a los plazos o a la velocidad de los cambios. Un año es un plazo demasiado largo y demasiado corto a la vez. Demasiado largo, por que el aceleradísimo ritmo del actual ciclo de negocios financieros significa que incluso una idea bien identificada se desarrolla en cuestión de semanas. Demasiado corto, porque las tendencias profundas tardan años en hacerse plenamente evidentes.

Por eso, dejemos en el cajón la perspectiva inmediata y preguntémonos cómo podrían cambiar las cosas en la próxima década. Hoy el capital en el mundo es abundante. Una fuerza laboral de edad mediana tiene abundantes ahorros para poner a trabajar. Las tasas de interés de largo plazo son bajas y los activos costosos apuntan a una escasez. Las nuevas empresas a menudo se basan en ideas y no necesitan mucho capital. Es difícil imaginar que se acabe este estado de cosas, pero con el paso del tiempo el capital se volverá menos abundante. La mayor demanda provendrá de tres fuentes en particular: el populismo económico, la necesidad de inversión para hacer más cortas las cadenas de provisión y la transición energética.

Empecemos por el populismo económico. Hace 30 años, dos economistas académicos, Sebastián Edwards y Rudiger Dornbusch bosquejaron sus elementos claves. Por encima de todo, es un enfoque que no ve limitaciones –tales como el endeudamiento o la inflación– al crecimiento económico. Los populistas latinoamericanos estudiados emitían dinero para pagar grandes gastos públicos. Eso terminó mal. Pero el populismo económico sigue vivo. Está en su forma más pura en Venezuela. Turquía parece decidida a abrazar una versión. Y la Argentina nunca llegó a eliminarlo por completo.

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En los países ricos también se está volviendo más evidente una forma diluida de populismo económico. Una señal de ello es que revive una política fiscal discrecional. El paquete de 1,9 billones de dólares firmado en marzo por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, es el máximo ejemplo. El fondo de recuperación de la Unión Europea, de €750.000 millones (US$900.000 millones) es más modesto, pero de todos modos significativo. El estímulo fiscal ha vuelto a ser favorecido porque las limitaciones de política económica, tales como los déficits presupuestarios, tienen menos peso cuando las tasas de interés son bajas. Pero, con el paso del tiempo, el gasto financiado con déficit comenzará a absorber ahorro excedente. También ha habido un cambio en la política monetaria. Esto se ve en el cambio de metas y de personal. El banquero central al viejo estilo –alejado de la política y paranoico respecto de la inflación– está casi extinto en el mundo rico. La nueva camada se preocupa por la desigualdad y encuentra motivos para mantenerse tranquilo respecto de los riesgos inflacionarios.

La firma de inversión Marko Papic del Clocktower Group llama al giro hacia el estímulo el “consenso de Buenos Aires”, en contraste con el consenso de Washington, que aconseja prudencia.

Un segundo factor es el aumento de la inversión para dar continuidad a los negocios. Es probable que las cadenas de producción globales se acorten, en parte, para evitar los cuellos de botella que afectaron la producción en 2021. Y traer las plantas de producción un poco más cerca de cada país de origen de las empresas requerirá más capital. Parece probable que haya un incremento general del capital de trabajo. Las compañías perdieron ventas en la pandemia por falta de stock. Un imperativo de seguridad nacional también va a favor de una mayor capacidad redundante en las cadenas de producción, como señala Papic. La rivalidad entre Estados Unidos y China está llevando a cada país a duplicar la capacidad en ciertas industrias claves, tales como la de semiconductores. Esas acciones absorberán capital.

Una tercera razón para prever escasez de capital es el cambio climático. La transición a una energía más verde es esencialmente un problema de gasto de capital, argumentan Eric Lonergan y Corinne Sawers en un próximo libro. Cualquier intento serio de contener el alza de la temperatura global requiere deshacerse de activos que sostienen la economía sobre la base de carbono –torres petroleras, usinas a carbón, estaciones de bombeo de nafta– y construir una nueva infraestructura basada en vehículos eléctricos y energía eólica y solar y en el almacenamiento de baterías. Hay que volcar mucho capital para crear estos activos.

Ninguna de estas tres tendencias se desarrolla plenamente en un año calendario. Lo paradójico de los pronósticos es que 2022 puede aportar evidencias en contra de la tesis de escasez de capital. Si la Reserva Federal eleva las tasas de interés lo hará tempranamente en el ciclo de negocios, lo que iría en contra de la idea de un giro hacia una política populista. El proyecto de ley de gasto “Reconstruir Mejor” (Build Back Better) de Biden puede quedar acumulando polvo.