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Lo que nos hace ricos o pobres es el flujo (de ingresos y egresos), no el stock

La riqueza de una persona, una empresa o una sociedad no está definida por el dinero que tiene, por el stock o las existencias, sino por las ganancias que está dispuesta a generar, es decir, por el flujo. Diferenciar las variables de stock de las de flujo nos permitirá entender que alguien con un buen patrimonio que no disponga de ingresos, tarde o temprano dejará de ser rico. Para vivir, una persona, empresa o Estado necesita al menos una entrada de dinero, ya que los egresos son inherentes a nuestra existencia, una realidad que no podemos soslayar. Aunque seamos muy austeros, tacaños o ahorrativos, necesariamente generamos una erogación permanente.

Por el hecho de existir hay egresos que tenemos que afrontar. Pase lo que pase tendremos que comer, vestirnos, movernos. Y demandamos energía, comunicación, etcétera. El egreso está asegurado, es algo que no podemos detener. ¿Cómo compensamos esta variable de flujo? Necesariamente, con ingresos (variable de flujo). Nuestros ahorros (variable de stock) pueden ser abultados, pero si no hay ingresos, ese stock tarde o temprano se agotará.

Por lo tanto, una persona, una empresa o un país son ricos si cuentan con mayores o menores ingresos, por lo que la riqueza acumulada puede ayudar, pero no es lo fundamental, al menos a largo plazo. Pensemos en nosotros mismos, si no nos aseguramos un ingreso, tarde o temprano consumiríamos los ahorros (stock), convirtiéndonos en actores vulnerables. Nuestra subsistencia económica tendría los días contados o, tal vez, dependeríamos de alguien más.

Para generar riqueza necesitamos de los llamados factores de producción: tierra (también bienes de uso), trabajo y capital (me gusta agregar el conocimiento). Un repartidor de pizzas utiliza factores de producción como recursos para generar riqueza: con su moto (bien de uso), su trabajo (esfuerzo, know how, tiempo) y su capital (nafta y aceite para la moto) lleva adelante su negocio. Así funciona la economía, alguien aporta las herramientas, el campo, las máquinas, el camión… otros ponen el trabajo (operarios, gerentes, directores de la empresa), y otros el capital (financista, capitalista) para comprar insumos, pagar los sueldos, etcétera.

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Una curiosidad: algunos actores, la mayoría de los empresarios, aportan más de uno de estos recursos para generar riqueza, invirtiendo su capital, su trabajo y máquinas o bienes, y junto al trabajo de otros logran agregarles valor a esos insumos para lograr el bien o servicio a vender.

Analicemos el papel del Estado en todo esto. El Estado cumple funciones indelegables: debe proveer seguridad (interior y exterior), servicios públicos, infraestructura, salud y educación pública que asegure la igualdad de oportunidades para todos. Para estas acciones el Estado cobra impuestos. El aporte de los contribuyentes ayuda a mantener la operatividad del Estado, que cumple funciones elementales y necesarias.

El sector privado logrará cumplir con el pago de impuestos siempre que la presión fiscal no supere cierto límite, para que no se ponga en riesgo su negocio, su empleo o emprendimiento. Si la carga fiscal supera ese difuso e invisible límite, el contribuyente intentará amoldarse a esa situación evadiendo o disminuyendo su actividad, o directamente saliendo del ruedo. Esta reacción propia del ser económico queda en evidencia con la curva de Laffer, la cual representa la relación entre los ingresos fiscales y la presión impositiva. A medida que la presión aumenta, la recaudación también, hasta un punto de inflexión en el cual los ingresos fiscales comienzan a bajar, como consecuencia de una “saturación” del sistema.

Este fino límite deberá ser considerado especialmente por quienes toman decisiones políticas, para evitar que se afecte la productividad y para maximizar la utilización del dinero recaudado sin poner en riesgo la economía de los privados. Como de este sector depende el Estado para financiar sus acciones, parece poco inteligente aumentar la presión impositiva más allá de los límites descriptos. Pero este es un error muy común en gobiernos populistas que prefieren sobreexigir al sector productivo antes que frenar los egresos fiscales.

Volvamos a la diferenciación de stock y flujo de dinero. El populismo, y más dramáticamente el comunismo, confunden estos términos cuando esgrimen el principio de la redistribución de la riqueza y asumen que la riqueza es un bien estático y que, con solo distribuir el capital a quienes menos tienen solucionarían la pobreza.

Lo errático de este sofisma radica en que la riqueza no es un stock, ya que, al repartir las existencias, más temprano que tarde habremos logrado empobrecer a todos los miembros de la sociedad. Quien recibe las dádivas del Estado es por naturaleza un sujeto económico que cuenta con erogaciones propias, por lo cual, recibir una parte del capital del sujeto más rico no soluciona sus problemas a largo plazo. Sus males sí podrán ser erradicados definitivamente cuando este individuo resuelva el problema de sus ingresos, cuando estos pasen a ser constantes. La sociedad debe asegurar que este individuo ostente al menos uno de los factores de producción para ser autosuficiente y generar su flujo; por ejemplo, tener un oficio. En esto radica la importancia de invertir en educación y capacitación, para que todos tengamos la posibilidad de aportar al menos uno de los factores de producción.

Una solución planteada por los enamorados del Estado es que éste cree o confisque empresas, para que pase a producir y a ofrecer al mercado bienes y servicios. Así, los ingresos fiscales podrían venir de otra fuente que no sea la recaudación tributaria. Estas iniciativas suelen estar vestidas con ropajes idílicos, como las consignas del autoabastecimiento, la soberanía o la defensa de los pobres.

Muchos ejemplos abonan la idea de que el Estado es ineficiente produciendo bienes y servicios… “Cómo pretenden que el Estado pueda manejar una empresa exportadora si ni siquiera puede cortar el pasto de la ruta 11″ (Dionisio Scarpín, intendente de Avellaneda, Santa Fe, en el debate por la expropiación de Vicentin, en 2020). Otra forma de que el Estado obtenga recursos es a través del financiamiento. Esto es válido si los fondos se utilizaran para financiar inversiones, pero claramente no sirve si se usan para el gasto el gasto.

Esta situación es como la frazada corta que encoge en cada lavado… El gasto del Estado debe cubrirse con impuestos, y estos no pueden poner en riesgo la salud productiva del privado. La única solución para el equilibrio fiscal es la disminución de los egresos del Estado, y los egresos sociales son una gran porción de ellos.

La sola redistribución de la riqueza a través de planes sociales o subsidios no soluciona los problemas en el largo plazo. Cuando una sociedad se comió los huevos, se relame al mirar la gallina. Y eso es peligroso. Esto sucede cuando el sector productivo, asfixiado por la presión fiscal, reacciona bajando su productividad (efecto descripto por Laffer), amoldándose a un contexto adverso. Una sociedad sana debería alimentar a esa gallina para que produzca más huevos y que esos huevos alcancen para todos; incluso algunos de ellos deberían ser incubados para obtener más gallinas ponedoras y, así, entrar en un círculo virtuoso de generación de riqueza.

La Argentina tiene muchos recursos. Pero no es rica, es pobre. ¿Por qué semejante dislate? Porque las reglas no están claras, porque confundimos variables de stock con variables de flujo, porque no entendemos que debe haber ambientes afables para los negocios, en los cuales los factores de producción puedan unirse y generar riqueza. Porque la presión impositiva generada por el déficit fiscal, en gran medida consecuencia de crónicos y altos egresos sociales, no ayuda a crear un ámbito de negocios ni de confianza para que se produzcan más bienes y servicios que generen riqueza para todos.

En conclusión, la mentalidad pobrista de repartir las existencias nos ciega, y no nos deja entender que lo que nos hace ricos o pobres es el flujo, no el stock.