Rusia podría estar ganando la guerra en el siglo XX, pero está perdiéndola en el siglo XXI
Hace poco más de cuatro años, publiqué en este mismo espacio una columna cuyo título sonaba un poco pretencioso: La próxima guerra mundial será librada por computadoras (y quizá ya empezó). Eso fue en diciembre de 2017. Cuatro años, dos meses y una pandemia después, Rusia invadió Ucrania y se habla de guerra mundial, pero lo que no se dice es la crisis fue precedida por al menos ocho años (en los hechos, más de una década) de violentas, constantes y sin embargo invisibles agresiones cibernéticas contra Ucrania.
Aunque entiendo que cueste asumirlo y que todos nos sentimos descolocados por los cambios disruptivos (por eso son disruptivos), la ciberguerra es parte constitutiva de la guerra hoy. No es necesariamente una guerra híbrida, como suele decirse, de la misma forma en que el desarrollo del arco y la flecha no transformó las siguientes batallas en híbridas. Las computadoras son usadas también como armas, y en varios sentidos. Pero ya llegaremos a eso.
Demostración de que la guerra se libra también con código es que en la víspera de la invasión rusa, se ejecutó un ataque informático contra cientos de computadoras en cinco organizaciones ucranianas mediante algo llamado HermeticWiper. No hace falta mucha imaginación; HermeticWiper te deja sin Windows (sí, son ataques que apuntan a Windows, como era de preverse) y el equipo ni siquiera arranca. Sin computadoras, las organizaciones afectadas no pueden operar. Para cuando llegaron los tanques, los rusos ya habían causado daños sustanciales.
Así que en un abrir y cerrar de ojos –en una escala histórica– un título que sonaba a ciencia ficción (o a delirio) se convirtió en realidad. Antes de eso, Estados Unidos se quedó sin combustible en el Este del país, debido a otro ataque informático, lo que forzó al presidente Joe Biden a firmar un decreto que obliga a tratar esta clase de ciberataques como actos de terrorismo. Tiene sentido. Poco después, hackearon una planta potabilizadora en Florida, Estados Unidos, y por poco no envenenan a una ciudad entera.
Pero en los hechos la silenciosa guerra electrónica viene de mucho antes. Mi primera nota sobre el tema, en LA NACION, fue de 1993 o 1994. Diez años después, una planta de refinamiento de uranio para el programa nuclear iraní fue atacada por el virus Stuxnet, que según The Washington Post fue creado por Estados Unidos e Israel. En marzo de 2011, una nación enemiga (China, según Google) se infiltró en la compañía mejor blindada del mundo, RSA, que le provee la seguridad a la banca y a la industria militar estadounidense; dos meses más tarde, con lo que habían substraído de RSA, consiguieron entrar en McDonnell-Douglas, fabricante del jet de combate más avanzado de Estados Unidos. Estos son dos ejemplos que preceden a la actual crisis en aproximadamente una década. Pero la guerra cibernética entre Estados Unidos, China, Corea del Norte, Rusia, Israel y algunas naciones más ha sido tan persistente y cotidiana que a uno lo deja pasmado que la atroz movida de Vladimir Putin haya tomado a alguien por sorpresa. Es más, hasta los mapas de Google mostraban que algo estaba pasando.
Cuatro años, dos meses y una pandemia atrás había una razón concreta para publicar un título tan aparentemente arriesgado: un ataque mediante un malware llamado Triton había desactivado el software de seguridad industrial Triconex, de Schneider Electric, de una planta fabril en Estados Unidos, sentando un precedente casi único. Es decir, habían conseguido causar un daño potencialmente muy severo en el mundo real sin aviones, bombas o misiles en una instalación civil. Ucrania ya sabía de esto. Invadida y en jaque desde 2014, viene sufriendo constantes ataques devastadores a su infraestructura civil (gran parte de la cual proviene de la era soviética, con lo que los atacantes rusos la conocen al dedillo). La lista incluyó el dejarlos sin luz en dos ocasiones.
Al final, sin embargo, y como esperaría el nostálgico de la guerra clásica, vimos tanques. Vimos explosiones. Contamos muertos. El horror de la guerra una vez más. Pero la dimensión virtual de la crisis no termina con la llegada de los tanques. El mundo en la mente del presidente ruso es tan diferente del real que parece mentira que ese país tenga una tan activa unidad de ciberguerra. Bueno, en rigor no sabemos qué tan activa es. Ni qué tan unida se encuentra; a la la grieta Ucrania/Rusia viene a sumarse la pretensión de los ciberactivistas, que siempre se autopercibieron como transnacionales y posideológicos. Ahora, un investigador de seguridad informática ucraniano que decidió quedarse en su país a pelear contra Rusia filtró varios meses de chats de uno de los grupos de ciberguerra y fraude informático más peligrosos que se conocen, llamado Conti. Gracias a Contileaks y a ese investigador ahora sabemos mucho más acerca de cómo funcionan estas organizaciones. Es un enorme paso adelante, porque, como dije más arriba, gran parte del poder de estos grupos de tareas es que son casi enteramente opacos. Por su parte, Anonymous se alineó con Ucrania en la crisis. Es el más visible, aunque no el único: la comunidad hacker ucraniana se alzó contra el invasor de inmediato.
El insoportable silencio digital
Pero hay algo más, más incomprensible. Es evidente que Rusia no tomó en consideración que el mundo actual ya no es el mismo en el que se libró la Segunda Guerra Mundial. Acá va una lista, sucinta, en construcción, de la cantidad de daño que Putin no vio venir sobre su nación antes de lanzarse a este abominable documental en blanco y negro. Y no lo vio muy probablemente porque, como muchas otras personas (de forma alarmante, muchas de esas personas pertenecen a la clase dirigente), está por completo convencido de que esto de las computadoras e internet es solo una tontería de nerds. Fijate.
Ucrania está recibiendo millones de dólares en donaciones mediante criptomonedas. ¿Cómo parás eso? A la vez, los rusos se van a ver en figurillas para comprar y vender, porque al revés que 70 años atrás, hoy los pagos son electrónicos, y Rusia fue excluida del SWIFT.
Más: Google, Apple y Nike –y se sumarán otros, muy probablemente– suspendieron sus ventas a Rusia. En el caso de los dos últimos, son más un gesto que otra cosa; lo mismo que el de EA al sacar a los equipos rusos de sus juegos de fútbol y hockey. Pero sin Google muchos asuntos se complican, incluso para la economía rusa. Otra movida de Google: canceló en sus mapas la información de tránsito en tiempo real en Ucrania, algo que también adelanté en aquella nota de 2017. Microsoft (entre otros) le cerró las puertas a los sitios de noticias sostenidos por el Estado ruso. Spotify cerró sus oficinas en Rusia y también bajó contenido del Kremlin. Netflix, por su parte, canceló todos sus proyectos en Rusia.
Elon Musk prometió y envió unidades de su servicio de internet satelital, para que no falte conectividad en Ucrania. El alcance de esta medida es muy limitado, sobre todo porque muy pronto (todo esto está en desarrollo) habrá problemas mucho más serios que la conectividad. Además, podría no estar libre de riesgos; es posible apuntar un misil a una fuente de radiofrecuencia.
El ministro ucraniano de transformación digital (Mykhailo Fedorov) le había pedido a la Icann que diera de baja todos los dominios registrados por Rusia, con un argumento que no solo es cierto, sino que muestra que la dimensión virtual de la guerra va mucho más allá de los ataques informáticos con backdoors, botnets y destructores de datos. El argumento (cierto) del funcionario es que gran parte de la estrategia rusa tiene que ver con su maquinaria de propaganda, que hoy pasa por internet. La Icann tuvo que responderle que aunque quisiera no podría hacer algo así, porque la autoridad sobre los dominios es de orden nacional. Por eso Rusia restringió el acceso a las redes sociales (además de reprimir las manifestaciones y arrestar a los que no están de acuerdo con Putin). Fedorov había también pedido a los exchanges de criptomonedas que excluyeran a todos los ciudadanos rusos, no solo a los políticos. El CEO de Binance, que es la mayor de estas compañías, se negó porque muchos rusos de a pie no están de acuerdo con la invasión a Ucrania (cierto también), y habló de una “criptoguerra”. A todo esto, y para sumarle un poco más distopía a todo el asunto, muchos de estos pedidos, alertas y avisos circulan por Twitter. E incluso por Telegram, una empresa de capitales rusos con sede en Dubai cuyo servicio tiene fama de privadísimo, pero esto está lejos de ser verdad.
Exiliados sus servicios de noticias de casi todas las plataformas, Rusia se fue a Rumble, un sitio canadiense popular entre los activistas de extrema derecha. Paradojas de la modernidad.
La lista de medidas virtuales sigue, y seguirá creciendo estos días. Rusia quedará aislada en un mundo interconectado (ya había hecho el gesto, vacío, carente de sentido, de crear su propia internet, en 2021), y eso será muy malo para su economía y, al final, para los rusos. Para Brian Krebs, una consecuencia esperable de las medidas virtuales contra Rusia será una escalada en lo que denomina ciberconflicto y que aquí llamaríamos ciberconflictividad. De nuevo, es un tipo de guerra que no tiene nada que ver con la que conocemos y por eso muchos seguirán minimizándola o directamente negándola, pero que llegado el caso puede ser no menos catastrófica. Se temía, ayer, por la planta nuclear Zaporiyia. Sería mucho más serio si en lugar de detonar explosivos hackearan su centro de control y pusieran los reactores en una situación crítica como la que causó el desastre de Chernobyl (que, a todo esto, queda a unos 95 km de Kyiv, la capital ucraniana). No, ya sé, esto no puede hacerse con plantas analógicas y desconectadas, pero cada vez hay más infraestructura crítica vulnerable a ataques informáticos. En todo caso, el sitio de la estación de Zaporiyia estaba caído al cierre de esta edición.
La lista de incidentes cibernéticos es constante y cada vez más preocupante. Hasta Wikipedia está en la mira de los reguladores rusos (y WikiMedia prometió resistir); después algunos se preguntan por qué nos repugna tanto la invasión de ese país a Ucrania; son dos modelos de mundo contrapuestos, muchachos, no hay demasiado que pensar. Así que la lista previa es solo una muestra pequeña de que pese a ser el invasor y pese a que en su territorio no entró ni un tanque ni se detonó ningún explosivo, Rusia podría estar ganando una guerra en el siglo XX, pero estaría perdiéndola en el siglo XXI. Lamentablemente, el siglo XX vio nacer la guerra de escala industrial y las armas atómicas. El dilema es, pues, planetario.