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Así fue el secuestro de Genaro García Luna, contado por el narcotraficante Sergio Enrique Villareal, jefe de sicarios de Los Beltrán Leyva

ARCHIVO - César De Castro, centro, abogado de Genaro García Luna, exfuncionario de seguridad de México, rodeado de reporteros cuando sale de la corte federal en Brooklyn, Nueva York, el 21 de enero de 2020. Un juez ordenó el martes 5 de julio de 2022 que no se revelen públicamente los nombres de los miembros del jurado del juicio a García Luna y que sean escoltados al llegar y salir de la corte además de quedar aislados del público en el tribunal. (AP Foto/Mary Altaffer, Archivo)

Entre los testimonios de incriminación que la Fiscalía de Estados Unidos ha logrado concretar en contra de Genaro García Luna, el exsecretario de Seguridad Pública del gobierno mexicano en el gobierno de Felipe Calderón, destaca el que hizo Sergio Enrique Villarreal Barragán, “El Grande”, un ex narcotraficante y en su momento jefe de sicarios del cartel de los Hermanos Beltrán Leyva.

Según la declaración de “El Grande”, quien intentó demostrar ante el jurado de la corte del Juez Brian M. Cogan que Genaro García Luna estaba a las órdenes de Arturo Beltrán Leyva e Ismael Zambada García, jefes de los carteles de los Hermanos Beltrán Leyva y de Sinaloa, él mismo encabezó el operativo para llevar a García Luna ante sus jefes del narcotráfico.

El testimonio de Sergio Enrique Villarreal, sobre el secuestro que el mismo perpetró contra García Luna, fue de los más importantes que se escucharon la semana pasada dentro de la ronda de incriminaciones hechas contra el secretario de Seguridad de México, testimonios que finalmente pudieron establecer que García Luna sí se reunió con el narcotraficante Arturo Beltrán Leyva.

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Así fue el secuestro

La declaración sobre el secuestro de Genaro García Luna, hecha por Sergio Enrique Villarreal, tuvo un gran revuelo en la escena política mexicana, por quedar al descubierto la forma impune en que se condujeron algunos líderes del narcotráfico durante el sexenio de Felipe Calderón, cuando los carteles pudieron establecer nexos de complicidad con el gobierno mexicano.

El testimonio del secuestro referido por “EL Grande”, ya se había dado a conocer públicamente a través del libro “El Licenciado, García Luna, Calderón y El Narco” (HarperCollins, 2020) de la autoría del que esto escribe, en donde una versión del propio Sergio Enrique Villarreal obtenida por el autor años atrás, ya indicaba ese hecho:

En si declaración testimonial, dentro del juicio que se le sigue a García Luna, el narcotraficante Sergio Enrique Villarreal Barragán, “El Grande”, indicó que hombres armados de Arturo Beltrán Leyva secuestraron a García Luna, al menos durante unas horas, justo cuando viajaba por la carretera de Tepoztlán a Cuernavaca, en el estado de Morelos.

A grandes rasgos, “El Grande” indico que el convoy en el que viajaba García Luna fue interceptado por un grupo de sicarios que superaban en número a los escoltas de García Luna, cuando aún era Coordinador de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), durante el gobierno de Vicente Fox. Ante la amenaza de una confrontación, García Luna habría optado por el diálogo. Se dejó llevar por un grupo de pistoleros hasta la casa de Arturo Beltrán Leyva. Allí, en Morelos, García Luna se entrevistó con el jefe del cártel, quien le recordó los acuerdos establecidos.

Esta versión fue obtenida del mismo Sergio Enrique Villarreal Barragán, “El Grande”, años antes. En una plática que el que esto escribe sostuvo con Sergio Enrique Villarreal, en la cárcel federal de Puente Grande, en Jalisco, a finales del 2010, el narcotraficante confirmó que ese secuestro sucedió.

De acuerdo con Sergio Enrique Villarreal del 2010, ese encuentro sí sucedió, pero –según su primera versión- no se trató de un secuestro. No fue otra cosa que “una invitación de la organización [de los Beltrán Leyva] para que García Luna fuera a la casa del patrón [Arturo Beltrán] a tomarse unos whiskies”, dijo el Grande.

Y agregó que en aquella convivencia cordial “los dos estuvieron tomando, platicando y riendo a carcajadas”. Incluso, aseguró “El Grande”, algunos de los escoltas de García Luna estuvieron en la casa de Arturo Beltrán Leyva cuidándolo a la distancia “en una mesa que se le acondicionó a un lado de la alberca”. Fue el primero de dos encuentros que sostuvieron García Luna y el Barbas.

De esa forma, el Grande aclaró que el supuesto secuestro, ocurrido cuando ya estaban hechos los acuerdos de colaboración, en realidad se convirtió en una reunión en la que Arturo Beltrán Leyva quería conocer algunas cosas y hablarlas de frente con el Licenciado.

García Luna —por razones imaginables— había estado posponiendo el encuentro, que fue suspendido de última hora en tres ocasiones en la Ciudad de México. Las tres veces la cita se había acordado en una casa de seguridad en la zona de Coyoacán.

Por eso, cuando el Barbas supo que García Luna se movía por Morelos, su territorio totalmente controlado, le ordenó a Villarreal Barragán que fuera en busca del Licenciado para decirle que no lo iba a dejar salir del estado “sin que antes pasara a saludarlo”.

El Grande integró un grupo de hombres a su disposición en la zona de Cuernavaca. Relató que la mitad de los que formaban las Fuerzas Especiales de Arturo (FEA), unos 100 elementos con uniforme militar, plenamente identificados con las siglas en blanco en los chalecos antibalas, se dirigieron a interceptar el convoy de García Luna. Lo ubicaron sobre la carretera Cuernavaca-Tepoztlán.

Al convoy de siete camionetas que custodiaba a García Luna le marcaron el alto cerca de la comunidad de Santa Catarina. Para ello, el grupo comandado por el Grande puso un retén sobre la carretera, bloqueando el paso con más de 35 vehículos. Nunca estuvo latente el riesgo de confrontación, porque aun cuando la orden era llevar a García Luna a la casa del Barbas, este “fue muy claro al decir que no quería ninguna baja” y que se respetara la vida del Licenciado.

Eso explica por qué los elementos simplemente se mantuvieron a la expectativa, sin siquiera asomar sus armas. Según su colorida narración, el Grande fue el único que bajó de su camioneta y se paró a mitad de la carretera cuando le informaron que el convoy de García Luna ya estaba a un kilómetro de distancia. Lo esperó con los brazos abiertos, “para darles confianza y que no comenzaran una matazón”.

Contó –a finales del 2010- que el convoy se detuvo en seco como a 50 metros de donde estaba él; después de “unos cinco minutos, bajó ‘El Licenciado’ de la tercera camioneta, también con los brazos abiertos”. El Grande atribuyó la reacción serena tanto de García Luna como de sus escoltas a que García Luna lo reconoció a la distancia.

Custodiado por un grupo de sus hombres, García Luna se acercó a Villarreal Barragán, quien —refirió— caminó solo a encontrarse con él. Pero García Luna le negó el saludo de mano. Eso molestó a Villarreal Barragán. Por eso fue parco. Lo trató con desprecio. Haciendo valer su superioridad, al menos numérica, le dijo que tenía la orden de llevarlo “por las buenas o por las malas” a la casa de su patrón, que lo estaba esperando.

De acuerdo con esta versión, García Luna no se opuso ni titubeó. Aceptó ir a la cita. Le respondió a Villarreal Barragán que le indicara el lugar y que allí estaría. Como hombre desconfiado que fue siempre, y con la encomienda de cumplir al pie de la letra la orden de Arturo Beltrán Leyva, el Grande le reviró. Le dijo que no, que él lo llevaría en su camioneta y que, si quería, lo podían acompañar algunos de sus escoltas.

Ambos convinieron en achicar los convoyes. A la casa del Barbas solamente llegaron tres camionetas: en la primera iban el Grande y García Luna, con dos escoltas cada uno; en la segunda, que era un vehículo oficial, iba un grupo de seis escoltas de la AFI; y en la tercera viajaba un grupo de las FEA.

El Grande describió el saludo entre Beltrán Leyva y García Luna dentro de la casa de seguridad como “el encuentro de dos cabrones, que se necesitaban y se respetaban”. Y describió que como tal se trataron: “Hubo mucho respeto. Todo fue risas”.

En la reunión, que duró poco más de cuatro horas, también estuvo presente Héctor Beltrán Leyva. Los tres se sentaron a la sombra de un portal. Sólo ellos supieron de qué hablaron. Ninguno de los escoltas de los tres hombres se acercó a la mesa.

Todos permanecieron a la distancia. El servicio de meseros fue suspendido apenas entró García Luna a la casa. Comentó el Grande: “‘El H’ [Héctor Beltrán] era el que ocasionalmente se levantaba para acercar el whisky y los hielos”. La reunión, estimó El Grande, se terminó cuando ya era noche.

Héctor y Arturo Beltrán Leyva llevaron a Genaro García Luna hasta la puerta. Se despidieron con un apretón de manos. Los hermanos estaban muy contentos, nadie más que ellos conocían las razones. Después, la reunión se tornó en fiesta.

El Grande recibió una de las peticiones más usuales que le hacía Arturo cuando quería divertirse: que fuera en busca de “Música en Vivo”; así era como el narcotraficante se refería a Joan Sebastian, su cantante preferido. El Grande recordaba que el artista llegó un día después a la casa de Arturo para continuar con la fiesta, que se había prolongado durante dos días.

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.