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Signos inquietantes de un país en descomposición

Sergio Massa
Sergio Massa

Estamos desde hace un tiempo en una encrucijada económica que se va agravando. Ahora es más dificultoso entender esa encrucijada y los desafíos muy graves que enfrentamos por este festival de anuncios que ha organizado el ministro de Economía, Sergio Massa, para comunicar la gestión que ha emprendido.

Vamos a intentar ver desde muchos ángulos cómo está el instrumental político del que dispone la sociedad argentina para enfrentar estas dificultades. Y hay una alta probabilidad de que la conclusión a la que llegaremos sea inquietante. Iniciaremos un recorrido que nos va a llevar, hacia el final, a entender, por algunas cosas muy graves, el nivel de descomposición que hoy tiene no el Gobierno sino la clase política argentina en su conjunto. Es decir, el instrumento que tenemos para intervenir sobre la realidad -especialmente, sobre la realidad económica, que tiene retos cada vez más dolorosos..

Cristina Kirchner le dijo a Massa pocas cosas. Pero le dio una instrucción cuando hablaron en esa reunión del Senado, cada uno desde una punta distinta de la mesa, sobre la función que iba a ejercer tras su desembarco en el Ministerio de Economía. Lo recibió un martes, ella iba faltar a la asunción, y le comentó: “Sergio, 95% gestión. Solo 5% campaña”. No le dijo 0% porque sabe que Massa no puede. Pero solo 5% de campaña. Massa tiende a transformar todo lo que hace casi exclusivamente en un hecho de marketing. En medio del drama en el que está metido, que probablemente nosotros lo vemos y él no, decide ir a hacer campaña con su esposa a Tigre ignorando al intendente, solo para jugar la interna del pueblo chico, donde ha perdido el poder y perdió también el consenso de la gente, algo que él está tratando de recuperar con la gestión económica.

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En parte de esa campaña visual de marketing, está esta noticia de que él va a pedir que el Presidente firme un decreto separándolo de los temas de su gestión, donde podrían estar en juego intereses de sus amigos empresarios. Cabe la pregunta: en la gestión energética, que involucra a empresas de Marcelo Mindlin, Vila, Manzano, Jorge Brito hijo… ¿él no interviene? ¿No toma decisiones en las que se pueden beneficiar empresas de sus amigos? Cuando diseña políticas que tienen que ver con la vida de los bancos, no solo el de Brito -que es sobre el que caen todas las miradas cuando uno piensa “Massa + banco”-, ¿Los Eskenazi, dueños de bancos, se benefician o no? Es una medida muy difícil de implementar, casi una cortina de humo frente a otros problemas. Algo que le ofrece al electorado a falta de otras soluciones mucho más importantes sobre tema más perentorios, en el centro de los cuales está la inflación.

Va a haber un anuncio, probablemente hoy, sobre otro tema que Massa viene trabajando desde la Cámara de Diputados. Tiene que ver con un proyecto que, en realidad, se originó en la gestión de Mauricio Macri. El que lo elaboró fue el ministro de Trabajo, Jorge Triaca y es la idea de transferir trabajadores desocupados que están recibiendo planes al mundo de la economía formal. Facilitarles a las empresas la contratación de esos trabajadores. Es una medida que toca un tema muy deseable, que es terminar con la informalidad. Muchos políticos despiertan a este problema, que en alguna medida estuvieron alimentando, porque ahora los movimientos sociales se le transforman en un rival porque disputan la representación de los pobres en el terreno político. Por eso están pensando así: " Veamos cómo desmontamos todo esto que hemos montado a lo largo de 20 años”. Pretenden desalentar las prestaciones sociales a los pobres, desocupados o subocupados, tratando de transferirlos al mundo de la empresa privada.

Es un buen anuncio, pero no tiene que ver con la coyuntura. ¿Por qué? Porque para hacer esto -son las mismas dificultades con las que se encontraron Macri y Triaca- primero se necesita de algo que es desagradable: un gran blanqueo laboral. Muchos de los trabajadores desocupados, subocupados o informales que reciben un programa, una prestación del Estado, están trabajando en una empresa privada que los tiene en negro. El mismo trabajador pide no ser puesto en blanco porque pierde el plan. Pero el empleador que quiera incorporarlo en blanco tiene el riesgo de que le inicien un juicio. Y eso es lo que paraliza este tipo de estrategia, que conceptualmente puede ser muy buena, pero en la práctica tiene problemas enormes de implementación. Hay otro problema que acabo de mencionar. Muchísima gente piensa: “Yo no me animo a dejar el plan por un trabajo incierto del que a lo mejor me pueden echar. No, prefiero estar en negro y seguir cobrando el plan”. Y se presenta un tercer inconveniente que explicó Diego Valenzuela, el intendente de Tres de Febrero, y es que la persistencia de esta economía subsidiada e informal ha hecho que muchísima gente pierda la cultura del trabajo formal, la disciplina que implica levantarse todos los días para ir a trabajar, despertarse temprano, operar en relación de dependencia en un mundo organizado dentro de una fábrica, un taller, un comercio. Todo eso requiere de una especie de reeducación que implica un proceso de mediano plazo. Estas son las complejidades que hay detrás de los proyectos que lanzará en una catarata de anuncios Sergio Massa.

Cosas que ya se anunciaron son más difíciles de implementar, y son de resultado incierto. Además, chocan con límites políticos. El Gobierno va a hablar cada vez menos de un aumento de tarifas. Hay una restricción muy fuerte, que le puso Cristina Kirchner a fines del 2020 a Martín Guzmán y por la cual no se pudo negociar con el FMI durante un año. Corrió la inflación durante ese año y por eso las medidas que hay que tomar son muchos más dramáticas. Las distorsiones se fueron agravando. Hay varios problemas en la quita de subsidios que tiene planificada Massa, y que tiene que implementar su secretaria de Energía. La primera: no toca a todo el universo de subsidiados. Toca solo a los subsidiados residenciales. Por ejemplo, no toca al comercio, que representa el 30% del consumo. Los residenciales representan el 45% del consumo, pero no todos van a ser afectados. Va a haber un castigo a los que consuman más de 400 kW hora por bimestre. Es algo un poco inútil porque el 80% de las familias consume menos de 400 kW hora por bimestre. Es decir, estamos el problema con el que se encontró Guzmán, con el que se encontró Macri, es un problema estructural de la economía argentina que es que hemos ido mucho más allá de lo razonable en la idea de que la luz y el gas no hay que pagarlos. Y ningún político se anima a decir la verdad: para que haya un impacto fiscal real -que el Estado puede reducir dramáticamente su déficit por la vía de una quita de subsidios-, hay que aumentarle las tarifas mucho a mucha gente por mucho tiempo. Esto es un drama porque llevaría a una gran protesta social que ningún Gobierno está en condiciones de absorber. Lo que estamos viendo es la prolongación de una distorsión que tiene a los políticos atrapados en su propia demagogia.

Es un tema muy difícil de corregir, más difícil en la medida en que la producción de energía se está volviendo cada vez más costosa. Hoy el millón de BTU de gas licuado, lo que se entregaría en septiembre para generar electricidad, cerró a 68,7 dólares. Estamos hablando de un 11% de incremento respecto del día anterior. El ataque de Rusia a Ucrania ha trastornado el comercio de combustibles y, sobre todo, de gas en el mundo. Los futuros en el mercado de gas para el invierno que viene -y a este problema está ligada la necesidad urgente de sacar gas en Vaca Muerta y colocarlo en un gasoducto- también se están incrementando. En el segundo cuatrimestre, estamos viendo que suben de 51 dólares a 57 dólares o llegan hasta 60.

El mundo está ante un enorme problema, aun para los que tenían ecuaciones energéticas equilibradas. A nosotros, que venimos con grandes desequilibrios, la guerra en Ucrania nos agarra como nos agarró la pandemia. Con enfermedades preexistentes, con vulnerabilidades muy graves frente a lo que empieza a ser una crisis energética de carácter internacional que está inquietando a los gobiernos europeos porque se traslada a los precios y genera inflación. Hay expertos en energía, como Daniel Gerold, que dicen: “Bueno, acá hay que tomar medidas muy originales”. Lo que están pensando esos expertos es: “La secretaria de Energía tendría que ser una experta en energía hidráulica para generar energía hidroeléctrica, importarla y bajar el nivel de consumo de gas. La inmensa necesidad de gas nos lleva a un colapso. No a un colapso energético, sino a uno macroeconómico porque no hay reservas en el Banco Central para importar este gas, que implica generar electricidad no solamente para los consumidores residenciales sino sobre todo para la industria”. Es decir, se empiezan a alinear muy mal los planetas para la Argentina, que padece desde hace mucho tiempo -con una interrupción que fue el Gobierno de Macri- de una larga historia de prácticas populistas en materia de energía. Ahí están los que dicen que también Macri incurrió en esas prácticas con tarifas exorbitantes en las energías renovables, para un país que no es la Argentina, para un país muy rico.

Al final del camino, Massa tiene muy poco para ajustar. Entre otras cosas porque una medida de Batakis, muy audaz, que consistía en una reforma de la ley de Administración Financiera que le daba al Ministerio de Economía atribuciones extraordinarias en el manejo del gasto, no prosperó. Es decir, Batakis extendía el control del Ministerio de Economía hacia zonas políticamente inquietantes o sensibles: Aerolíneas, el PAMI, AySA. Sobre esa reforma nadie sabe ni contesta. Ya durante la breve y efímera gestión de Batakis no había novedades sobre esa iniciativa, que incurriría en el territorio de las vacas sagradas de la administración como, por ejemplo, los fideicomisos, negocios espectaculares de toda la clase política. El que toca eso, toca un cable de alta tensión. No lo tocó Batakis y tampoco lo quiere tocar Massa.

Mientras tanto, ¿Qué es lo que sucede en el equipo de Massa? Hay dos personas remando, ambas muy eficientes en términos de gestión administrativa. Uno es el nuevo vicejefe de Gabinete, el segundo de Manzur, Juan Manuel Olmos, y el otro es el secretario de Hacienda, Raúl Rigo, que están peinando todo el presupuesto y están emitiendo una orden a todos los ministros, secretarios, subsecretarios, de que no va a haber ajuste del gasto por inflación. Es decir, tienen que gastar lo que el presupuesto dice nominalmente. Como se supone que los ingresos van a aumentar por la inflación -no sabemos qué efecto va a tener la recesión sobre ellos-, lo que habría es un ajuste. Por supuesto, en un Gobierno kirchnerista no se llama ajuste. En esto están Olmos y Rigo. Todos los funcionarios les tienen que presentar su plan de gastos o cómo van a manjar las partidas y cómo las van a organizar en sus dependencias antes del viernes que viene.

Hay otro problema central, que tiene que ver con la fuga de reservas del BCRA, que genera mucha inquietud en los que tienen dólares o cosas que se parecen a dólares -soja, por ejemplo-. Ese problema es que Massa no solo tiene un límite para tocar determinadas zonas del gasto público. Tiene un límite porque le prohíben devaluar. No puede. Pero tiene que achicar la brecha porque en la medida que hay mucha diferencia entre el dólar libre y el dólar oficial, se presume una devaluación. El que tiene dólares no los entrega y el que los necesita para comprar cosas, previendo la devaluación, adelanta esas importaciones. Eso hace que la brecha no solo se mantenga, sino que las reservas caigan porque se consumen más y entran menos al Banco Central. Este problema no tiene una solución clara por parte del ministro de Economía. Él intenta conseguir dólares para que, en alguna medida, baje el techo de la brecha, pero no puede devaluar subiendo el piso. Es decir, que el dólar oficial esté más caro. Lo que tiene como palanca para maniobrar es muy poco.

Massa está por anunciar, probablemente lo haga hoy, un nuevo dólar para el campo. Ya se sabe lo que pasó, fue a ver a las cerealeras y les dijo: “Necesito ya 5000 millones de dólares”. ¿Ustedes tendrán? “No, no tenemos, nosotros somos comercializadores de granos, nosotros le compramos al chacarero, pero ahora no nos vende”, le respondieron. Porque con el dólar que le dan, que está atrasado, que además tiene el recorte de las retenciones, con insumos que suben de precio porque, entre otras cosas, los fertilizantes están más caros por factores internacionales, a los chacareros les conviene tener la soja que, entre otras cosas, es de ellos, no del Estado. Conviene aclarar: tienen derecho a hacer con eso lo que quieran. Las cerealeras entonces dicen que no tienen los dólares que el Gobierno les pide. Ahí está Massa tratando de anunciar un nuevo dólar para los chacareros.

¿Qué quiere decir? Que se les permita aumentar el monto permitido para vender soja con un dólar más competitivo y algún retoque en el impuesto a las Ganancias para el campo. En la medida que se va haciendo gradualmente esto, muy probablemente el que tiene granos dice: “Yo espero a la próxima estación, porque a mí no me alcanza con lo que me ofrecen”. Algo están liquidando, porque estamos en la etapa en la que el campo se prepara para la siembra de la cosecha gruesa. Estamos en ese momento del ciclo agrario.

Aparece otro problema, porque el chacarero piensa: “Voy a vender un poco de grano para obtener pesos y comprarme una camioneta”. Bueno, no hay camionetas. “Voy a comprar insumos”. No hay. Se cruza este problema con otro que está apareciendo en la Argentina que es la recesión. Como las cosas no tienen precio, nadie quiere vender porque no sabe el valor de lo que tiene. Empieza a paralizarse la cadena productiva también porque lo que consumimos tiene mucho componente importado, en partes, en insumos, etc. Y el Banco Central no tiene los dólares para darle al importador. Vamos entrando a un callejón sin salida.

A esto se le agrega la restricción político-ideológica. Por eso no hay un desdoblamiento, como el que hablaba Cavallo el lunes pasado. La restricción ideológica está en el centro de la cabeza de Cristina, y de quien ilustra a Cristina sobre cuestiones económicas que es Axel Kicillof, de quien nunca hay que olvidarse. Massa oculta que se tiene que ver con Kicillof. Al lado de Cristina dicen que tienen buena relación, que se ven seguido. Massa tiene dos problemas: el Fondo Monetario, que tiene que mirar las metas; y Kicillof, que ejerce una vigilancia ideológica sobre el programa. Para Kicillof, y obviamente para Cristina, hay un problema ideológico que es el siguiente: algo tan importante como el valor del dólar no puede estar librado a la libertad de la gente, porque en el fondo de esta ideología, lo que hay es pánico frente a la libertad. Y el supuesto de que un funcionario o el Estado sabe mucho mejor que el público lo que hay que hacer con la economía, con los bienes, con el dólar, con el peso, etc. Es una concepción que pretende gobernar a la sociedad -en términos de Perón, “a la comunidad organizada”- desde una consola centralizada que maneja el caudillo, que sabe más que nosotros.

Hay otra razón por la cual no puede desdoblar. Si se libera un dólar financiero y las empresas tienen que ir a ese dólar para paga sus deudas, muchas entrarían en grandes dificultades. Una sobre todas: YPF que tiene una deuda gigantesca, le pegaría muchísimo en el balance. Seguimos con restricciones, es decir, estamos caminando por un laberinto donde nos estamos chocando con la pared todo el tiempo.

El otro problema que aparece es el de la recesión. Una novedad que me dieron anoche es que va a haber problemas con el pan dulce este fin de año, porque las frutas abrillantadas y el papel que se usa para hornear el producto son importados, vienen de Brasil.

Si queremos pan dulce tiene que haber dólares en el Banco Central. Los del campo todavía no están. Veremos cómo reaccionan con los nuevos anuncios de Massa. Lo de aquel préstamo que nos iban a dar tres bancos y un fondo soberano supuestamente de Qatar, cero.

En medio de este problema, no tienen mejor idea en el Gobierno, sobre todo en el Ministerio de Economía que poner en tela de juicio la continuidad de Miguel Pesce. Abrir ese debate, con independencia de la idoneidad, de la pericia, con la que Pesce viene manejando el Banco Central, es un problema gigantesco.

A Pesce, dicho sea de paso, no le han dado el acuerdo en el Senado. Los directores del Banco Central y él está en comisión. Ahora, como les vence el contrato en septiembre, vamos a abrir la discusión sobre quién va a ser el nuevo presidente del Banco Central. Ya que tenemos mucha incertidumbre, le agregamos más. Cuando, si uno mira las grandes crisis en Europa, en Estados Unidos, en la Argentina, el gran protagonista -mal que le pese a Massa- ha sido siempre el presidente del Banco Central, que maneja una botonera técnica cifrada, pero estratégica, que es la cantidad de moneda, la cotización del dólar, nervios centrales para la economía. Bueno, queremos poner en tela de juicio eso, abrir un gran debate sobre quién va a controlar esa entidad.

Massa viaja la semana que viene a Washington, y espera visitar al enemigo de Alberto Fernández, a quien quería derrocar en el BID. Mauricio Claver-Carone, a quien el Gobierno le imputó haber sido el cómplice de Macri para darle el famoso crédito que iba a impedir que gane el kirchnerismo. Toda esa leyenda. Ahora se ha convertido en el principal amigo de la Argentina. No sé si hablan Alberto y Massa, pero ahora Massa va a ir a convertirse en el aliado de Claver-Carone que además está pasando un mal momento en el BID, porque lo investigan por mal uso de recursos, relaciones personales, etc. Probablemente cuando esté Massa en Washington se va a conocer el dictamen de esa situación. El ministro de Economía se va a ofrecer como abogado defensor de Claver-Carone a cambio de que él haga de abogado de la Argentina y el BID le entregue al país 800 millones de dólares que están congelados, porque no saben todavía si estamos dentro del programa con el Fondo o si el programa ya se cayó.

Tiene que hablar con la gente del Fondo en este viaje. Por lo tanto, necesita un macroeconomista. Marina Dal Poggetto dijo que no, que piensa distinto el momento económico de como lo piensa el ministro. Convocaron a Martín Rapetti, otro economista muy serio, muy prestigioso, también dijo que no. Ahora vuelven a Gabriel Rubinstein. Massa tiene que suplicar el indulto de Cristina para Rubinstein, que probablemente lo consiga. Ella no está furiosa por los tuits que le dedicó este economista. Solo alega que no idóneo. Rubinstein está ligado a Roberto Lavagna. Como profesional está muy calificado y para muchísima gente es muy competente. Menos para Cristina. ¿Por qué necesita ese macroeconomista? Porque la semana que viene tiene que hablar y discutir de macroeconomía con Ilan Goldfajn, en el Fondo.

En medio de todo este panorama, aparece un problema obvio que lo vamos a ver en este cuadro del economista Fernando Marull, a quien seguimos siempre para visualizar la economía. Ahí se refleja el salario promedio versus la inflación.

Hablamos de una inflación que anualmente estaría en 91%. El salario la acompaña hasta ahora en las paritarias, con un aumento en torno al 67%. El problema es si los sueldos seguirán creciendo al ritmo de la inflación o no. Acá viene una discusión.

La semana pasada, en sus oficinas de avenida Del Libertador, Massa comió con la cúpula sindical de la CGT. Estaban Andrés Rodríguez, Gerardo Martínez, José Luis Lingeri, Carlos Acuña, estos dos últimos muy amigos del exintendente de Tigre.

El íntimo amigo de Massa, Daniel Guerra, compró una estancia, La Vanguardia, en San Andrés de Giles. Allí la llaman “Lo de Massa”. Imposible saber. Sí sabemos que entraron camiones para una gran obra de una empresa que se llama CyE, que también está contratada en el municipio de Tigre y en AYSA, Dicen que a esa empresa la llaman “La empresa de Lingeri”. Obviamente, él tiene una relación muy estrecha con Massa, es el sindicalista de AySA, donde está Malena Galmarini.

Hay un problema importante, económico y político con el sindicalismo, que se expresa de distintas maneras. Por ejemplo, en el comunicado “Parar el golpe”, de varias organizaciones sindicales. La más importante es la CGT de zona oeste y el sindicato del cuero, y los maneja Walter Correa, de los dirigentes gremiales más ligados al kirchnerismo duro.

¿Quiénes le están haciendo un golpe al Gobierno, según ellos? AEA, los grandes empresarios; la Cámara de Comercio Argentino-Americana; y la Sociedad Rural, que “se sentó sobre los silobolsas y no entregó”. Es decir, a la gente a la que mañana Massa tiene que pedir la soja para que haya dólares en el Banco Central. Desde el kirchnerismo la llaman “la oligarquía que le está robando al país”. Si yo soy sojero y miro este comunicado digo: “No entrego. ¿Por qué le voy a hacer caso a Massa? Si me quieren confiscar”. Sigue habiendo un problema de desajuste interno frente al ajuste.

Ahora, después está la otra mesa que es la del sindicalismo tradicional, los que comieron con Massa el jueves pasado. El ministro de Economía les llevó un pedido dramático, en el cual él no cree: suspender las paritarias hasta marzo. Cuando uno escuchaba los discursos de Néstor Kirchner, de Cristina, y se comparaban con todo el pasado anterior, una de las conquistas que se autoadjudicaban era haber recuperado las paritarias. Claro, las recuperaron porque volvió la inflación. Antes se discutían otras cosas y no el nivel del salario, porque no se deterioraba. Era un mérito del kirchnerismo, respetar el derecho de los trabajadores para que el salario vaya con la inflación. Ahora piden suspender las paritarias y entregar una suma fija de 70.000 pesos a todo el mundo por igual, por dos razones. Primera, porque algo tan importante como el salario tampoco tiene que estar librado a la libertad de trabajadores y empresarios, es lo mismo que el dólar. Lo tiene que decidir mamá, Cristina. Porque de esa forma, además, se beneficia más -calculan ellos- el votante kirchnerista, porque en el ingreso de la clase media y media alta incide menos esa inyección que se pagaría en dos tramos, uno en noviembre y otro en diciembre.

Los sindicalistas dicen que quieren ser protagonistas del mundo del trabajo de la negociación con los empresarios. Esta es la razón profunda por la que se movilizan este miércoles. Tienen miedo de dos cosas. Primero, de que Massa fracase, lo que puede ocurrir en un escenario de Cristina radicalizada, que venga con Kicillof y logre hacer lo que quiere desde hace tiempo: extender sus ideas sobre el sindicalismo. Ella le pidió a Alberto que saque a Claudio Moroni del Ministerio de Trabajo. Le dijo: “Ponelo a Manzur, Moroni es empleado de la CGT”. Pero tal vez la fantasía de Cristina, o la de los sindicatos sobre Cristina, es que ahí vaya Mariano Recalde. El temor es que, si fuera así, el kirchnerismo extendería la personería gremial a aliados propios que trabajen por una expansión en los sindicatos. Ya hubo un relampagueo de este problema cuando el ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, dijo: “Tenemos que crear un seguro de salud obligatorio manejado por el Estado”. Ahí encendieron la alarma los sindicatos. Por eso el miércoles se movilizan al Congreso. Es una movilización para Cristina, no para Alberto.

El otro temor es que este Gobierno siga, que termine relativamente mal, que venga otro de Juntos por el Cambio y se inicie una gran reforma laboral que también tendría a los sindicalistas como víctimas. Por lo tanto, para el sindicalismo tradicional argentino es importantísimo empezar una gimnasia que les devuelva protagonismo y sentido de ser en la escena pública frente a lo que piensan que puede ser un ajuste por la izquierda o por la derecha.

Esta es la escena económica frente a una gran crisis política. “¿Cómo está Sergio?”, pregunté el sábado. “Y... ahí está”, me contestaron. “Va a verla a Cristina, a Alberto, así se pasa el día, porque entre ellos no hablan”. Es más, cada uno tiene del otro la imagen que le cuenta Sergio. Así estamos.

En la otra orilla, Juntos por el Cambio sacudido por el colapso verbal de las declaraciones de Carrió. Una crisis con raíces más profundas que se relaciona con el hecho de que no hay liderazgo ni cohesión. Juntos por el Cambio tiene sentido, está amalgamado, si del otro lado hay un kirchnerismo amenazante. Con este kirchnerismo descafeinado, que puede parecer cualquier cosa menos una dictadura, la razón por la cual Macri, Carrió y los radicales están juntos empieza a desdibujarse. Este es el problema.

Es un problema importante porque no sabemos si van a poder dirimir su liderazgo. Además, podría pasar algo que no está contemplado todavía en el mapa. ¿Y si el oficialismo junta los votos y elimina las PASO? ¿Cómo se decide en Juntos por el Cambio quién es el candidato a presidente? ¿Cómo liquidan su disputa Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y Facundo Manes? Este Juntos por el Cambio que estamos viendo hoy, ¿Tiene la posibilidad de darse una estrategia electoral y de tener la cohesión suficiente que requiere esta agenda económica con los problemas que, si ganan, van a heredar? Con los movimientos sociales amenazados enfrente, con un sindicalismo que empieza a hacer flexiones para estar más firme frente a cualquier cosa que venga... Este es el gran problema. Es decir, qué nivel de consistencia política obtiene la sociedad argentina del Gobierno y de la oposición frente a una agenda que es dramática, que nos pone en la puerta de una gran inflación y un colapso financiero. Este es el problema central.

Es una Argentina con síntomas de descomposición inquietantes. Si usted usa Telegram, entre, vaya abajo a la izquierda. Va a encontrar contactos, le van a ofrecer la opción “Mirar gente que está cerca”. Apriete ahí. El teléfono le va a pedir que autorice su ubicación. Se va a abrir una pantalla con gente que está cerca. Al comienzo, usted va a ver personas y grupos. Mírelos: va a encontrar narcotraficantes que ofrecen droga en plena ciudad de Buenos Aires. Esto lo abrí a las cinco de la tarde del lunes mientras caminaba por Del Libertador a la altura de José Hernández. “Un gramo 700 pesos, catálogo actualizado”; “10 gramos 1000 pesos″; “25 x 6000 pesos la plancha”; “Delivery a solo 300 pesos″; “Lo que buscabas en calidad”.

Estos mensajes iban apareciendo en mi teléfono mientras yo caminaba. Pero esto pasa también en Rosario, en Córdoba. Esto es el narco instalado en las redes digitales. Frente a este panorama, como antes era el “Estado en tu barrio”, ahora está el narco en su barrio.

En contraste con este problema, este fin de semana hubo una entrevista importantísima que le realizó José Del Rio a la jueza Sandra Arroyo Salgado, durante el programa Comunidad de Negocios por LN+. La jueza se refirió a un caso muy escandaloso, que pasó extrañamente casi por debajo de radar, en el que se probó que el fiscal provincial Claudio Scapolan era el jefe de una banda de narcopolicías en la provincia de Buenos Aires. Lo investigó tanto a Scapolan, como a los oficiales involucrados, hasta que en determinado momento la separaron del caso. Ella sostuvo: “Por primera vez en la historia me sacan una causa”.

Fue a pedido de dos abogados. Uno de ellos se llama Marcelo D’Angelo, quien era miembro del equipo del ministro de Seguridad bonaerense durante la gestión de Vidal, Cristian Ritondo, y venía de trabajar con él en la Legislatura porteña. Uno puede decir que tiene derecho a ser abogado de quien sea, pero es abogado de policías narcos después de haber trabajado con Ritondo en el Ministerio de Seguridad, donde estaban los jefes de esos policías narcos.

Según cuenta entonces Arroyo Salgado, es desplazada, apela a una cámara de San Martín y la reponen. Termina yendo entonces contra los narcos y contra el fiscal Scapolan, muy protegido de Massa por favores que le hizo a su familia a raíz de aquel robo que tuvieron en su casa. Entonces es que la Cámara de Casación unipersonal, representada por el juez Mariano Borinsky, la volvió a remover de esa investigación para que caiga en manos del juez Emiliano Canicoba Corral, hijo de Rodolfo Canicoba Corral.

Lo que anuncia Arroyo Salgado es un enorme problema para la oposición, porque estamos hablando de Ritondo, que es candidato a gobernador, apoyado por Macri y María Eugenia Vidal. ¿Santilli, su rival interno, festeja con esto? Debe festejar. Aunque no sabemos si, de ponerlo bajo la lupa, no encontramos cosas parecidas.

Por donde uno mira hay fisuras, deterioro. Tenemos una montaña económica por escalar y el instrumental que tenemos, la política, es cada día más defectuoso.