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¿Nos engaña Silicon Valley con anuncios pomposos de inventos que no se terminan de hacer realidad?

Margaret O'Mara, profesora de la Universidad de Washington especializada en la historia de Silicon Valley, en Mercer Island, Washington, el 10 de enero de 2022. (Meron Tekie Menghistab/The New York Times)
Margaret O'Mara, profesora de la Universidad de Washington especializada en la historia de Silicon Valley, en Mercer Island, Washington, el 10 de enero de 2022. (Meron Tekie Menghistab/The New York Times)

En el otoño de 2019, Google le dijo al mundo que había alcanzado la “supremacía cuántica”.

Fue un hito científico significativo que algunos compararon con el primer vuelo en Kitty Hawk. Con los misteriosos poderes de la mecánica cuántica, Google había construido una computadora que tan solo necesitaba 3 minutos con 20 segundos para realizar un cálculo que las computadoras normales no podían completar ni en 10.000 años.

Sin embargo, más de dos años después del anuncio de Google, el mundo sigue esperando una computadora cuántica que de verdad haga algo útil. Y lo más probable es que siga esperando mucho tiempo más. El mundo también está esperando los vehículos autónomos, los autos voladores, la inteligencia artificial avanzada y los implantes cerebrales que te permitirán controlar tus dispositivos computarizados solo con el pensamiento.

Máquina publicitaria

Desde hace tiempo, la maquinaria publicitaria de Silicon Valley ha sido acusada de adelantarse a la realidad. No obstante, en años recientes, los críticos de la industria tecnológica se han percatado de que sus promesas más grandes —las ideas que realmente podrían cambiar el mundo— parecen cada vez más lejanas. La gran riqueza que ha generado la industria en años recientes por lo general ha provenido de ideas que llegaron hace años, como el iPhone y las aplicaciones móviles.

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¿Los grandes pensadores del sector tecnológico han perdido el toque?

Esos grandes pensadores no tardan en afirmar que la respuesta es “claro que no”. Pero los proyectos en los que están trabajando son mucho más difíciles que crear una nueva aplicación o alterar otra industria envejecida. Y si miras a tu alrededor, las herramientas que te han ayudado a superar casi dos años de pandemia —las computadoras en casa, los servicios de videoconferencia y el wifi, incluso la tecnología que ayudó a los investigadores a desarrollar las vacunas— han demostrado que la industria no ha perdido sus capacidades del todo.

“Imagina el impacto económico de la pandemia si no hubiera estado la infraestructura —el equipo y el software— que permitió que tantos oficinistas trabajaran desde casa y tantas otras partes de la economía se mediaran digitalmente”, comentó Margaret O’Mara, profesora de la Universidad de Washington especializada en la historia de Silicon Valley.

En cuanto a la siguiente gran novedad, los grandes pensadores aseguran que hay que darle tiempo. Tomemos el caso de la computación cuántica. Jake Taylor, quien supervisó los esfuerzos de computación cuántica para la Casa Blanca y ahora es director científico de Riverlane, una empresa emergente especializada en computadoras cuánticas, mencionó que crear una computadora cuántica podría ser la tarea más difícil de la historia. Esta máquina desafía la física de la vida diaria.

Una computadora cuántica depende de la manera extraña en que se comportan algunos objetos a nivel subatómico o cuando se exponen a un frío extremo, como el metal enfriado a casi 273 grados bajo cero. Si los científicos tan solo intentan leer información de estos sistemas cuánticos, tienden a perder la cabeza.

Jake Taylor, director científico de la empresa emergente Riverlane, quien también supervisó los esfuerzos de computación cuántica de la Casa Blanca, en Cambridge Massachusetts, el 11 de enero de 2022. (Lauren O'Neil/The New York Times).
Jake Taylor, director científico de la empresa emergente Riverlane, quien también supervisó los esfuerzos de computación cuántica de la Casa Blanca, en Cambridge Massachusetts, el 11 de enero de 2022. (Lauren O'Neil/The New York Times).

Según Taylor, en el proceso de construir una computadora cuántica, “todo el tiempo se trabaja en contra de la tendencia fundamental de la naturaleza”.

Los avances no desafían a la física

Los avances tecnológicos más importantes de las últimas décadas —el microchip, el internet, la computadora operada a través de un ratón, el teléfono inteligente— no desafiaban a la física. Y se les permitió gestarse durante años, incluso décadas, dentro de agencias gubernamentales y laboratorios de investigación corporativos antes de alcanzar una adopción masiva.

“La era de la computación móvil y en la nube ha creado muchas oportunidades comerciales nuevas”, comentó O’Mara. “Pero ahora los problemas son más complejos”.

No obstante, las voces que más resuenan en Silicon Valley a menudo hablan de esos problemas más complicados como si fueran tan solo otra aplicación de teléfono inteligente. Eso puede inflar las expectativas.

La gente que no es experta en los desafíos que implica “podría ser engañada por la pompa publicitaria”, opinó Raquel Urtasun, profesora de la Universidad de Toronto que ayudó a supervisar el desarrollo de vehículos autónomos en Uber y ahora es directora ejecutiva de la empresa emergente de vehículos autónomos Waabi.

Las tecnologías como las de los vehículos autónomos y la inteligencia artificial no enfrentan los mismos obstáculos físicos que la computación cuántica. Sin embargo, así como los investigadores todavía no saben cómo fabricar una computadora cuántica viable, todavía no saben cómo diseñar un auto que pueda manejar por sí solo con seguridad en cualquier situación o una máquina que pueda hacer lo mismo que el cerebro humano.

Incluso una tecnología como la realidad aumentada —gafas que ponen imágenes digitales encima de lo que ves en el mundo real— necesitará años de investigación e ingeniería antes de ser perfeccionada.

Andrew Bosworth, vicepresidente de Meta, previamente Facebook, comentó que crear estas gafas livianas era parecido a crear las primeras computadoras personales que funcionaban con ratones en la década de 1970 (el ratón mismo fue inventado en 1964). Las empresas como Meta deben diseñar una manera completamente nueva de usar las computadoras, antes de introducir todas estas piezas nuevas en un empaque diminuto.

Durante las últimas dos décadas, empresas como Facebook han creado y desarrollado nuevas tecnologías a una velocidad que antes no parecía posible. Sin embargo, como dijo Bosworth, en esencia eran tecnologías de software creadas solo con “bits”: pedazos de información digital.

Fabricar nuevos tipos de equipos —trabajar con átomos físicos— es una tarea mucho más difícil. “Como industria, casi hemos olvidado cómo es esto”, opinó Bosworth, quien llamó la creación de las gafas de realidad aumentada un proyecto “único en la vida”.

¿Atraer dinero?

Los tecnólogos como Bosworth creen que a la postre superarán esos obstáculos y son más francos sobre la dificultad que conllevará. Sin embargo, ese no es siempre el caso. Y cuando una industria está presente en cada aspecto de la vida diaria, puede ser difícil separar las falsas promesas de la realidad; en especial, cuando las empresas inmensas como Google y las personalidades famosas como Elon Musk son las que hacen esas promesas para llamar la atención.

Muchas personas en Silicon Valley creen que las falsas promesas son una parte importante para llevar las tecnologías al público en general. La publicidad ayuda a atraer el dinero, el talento y la creencia necesarios para crear la tecnología.

“Si el resultado es deseable —y es técnicamente posible—; entonces, está bien que nos equivoquemos por tres, cinco o los años que sean”, comentó Aaron Levie, director ejecutivo de Box, una empresa de Silicon Valley. “Los empresarios deben ser optimistas, deben crear algo parecido a ese campo de realidad distorsionada de Steve Jobs”, el cual le sirvió para persuadir a la gente de creer en sus grandes ideas.

El bombo publicitario también es un mecanismo para que los emprendedores generen interés entre el público. Aunque se puedan crear nuevas tecnologías, no hay ninguna garantía de que la gente y los negocios las querrán, las adoptarán y pagarán por ellas. Deben ser convencidos. Y tal vez requieren más paciencia de la que quiere admitir la mayoría de la gente dentro y fuera de la industria tecnológica.

“Cuando nos enteramos de una nueva tecnología, nuestro cerebro necesita menos de diez minutos para imaginar qué puede hacer. En un instante, comprimimos toda la infraestructura e innovación que se necesitan para llegar a ese punto”, comentó Levie. “Esa disonancia cognitiva es el reto que enfrentamos”.

© 2022 The New York Times Company

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