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La Sagrada Familia, las Ramblas, el Park Güell... y también las aglomeraciones, el ruido y el inabordable precio de la vivienda. Barcelona atrae cada año a millones de turistas para satisfacción de un sector clave en la ciudad pero que preocupa a los residentes, que reclaman límites.Con unos 170.000 visitantes de media al día, según estimaciones municipales, el turismo representa alrededor del 13,5% del PIB de la ciudad, pero también se ha posicionado como el tercer problema que más inquieta a sus 1,6 millones de habitantes, de acuerdo con el último barómetro municipal. "En Barcelona (...) hay una excesiva dependencia económica del sector turístico", opina Daniel Pardo, miembro de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, quien lamenta que tras la pandemia se ha vivido un "proceso de returistización muchísimo más rápido y agresivo". En los últimos meses, volvieron a verse en la ciudad pintadas de "Tourists go home" o protestas contra la masificación, al igual que en otros puntos de España, país que es segundo destino turístico mundial, por detrás de Francia, y que el año pasado recibió 85,1 millones de visitantes extranjeros.Las de Barcelona dieron la vuelta al mundo por las imágenes de manifestantes apuntando con pistolas de agua a unos atónitos visitantes. Esas acciones fueron rápidamente condenadas por autoridades y empresarios, preocupados por un posible brote de turismofobia."Violencia es que te expulsen de tu barrio, la explotación laboral extrema, que aunque tú te puedas quedar en tu barrio veas cómo tu entorno poco a poco va desapareciendo", rebate Pardo, que considera "anecdóticas" aquellas polémicas imágenes.Este domingo, unas 2.000 personas se manifestaron contra la Copa del América de vela, que disputa estos días sus finales en Barcelona, y en rechazo al actual modelo económico de ciudad. - "Descontrolada" -Contra esa expulsión que, según denuncian, padece la población local luchan los inquilinos de un edificio cercano a la principal estación de tren, enzarzados en un pulso judicial contra la intención del propietario de convertir las 120 viviendas en apartamentos turísticos.Más de una treintena de pisos pasaron ya a esta actividad, mientras se decide el futuro de los demás. "Hemos tenido casos de turistas que han vomitado por encima de un balcón a otro. Problemas de ruido porque montan fiestas, olor a marihuana", explica Pamela Battigambe, quien vive aquí desde hace años y teme verse forzada a abandonar esta ciudad donde los alquileres subieron un 68% en la última década."No estamos en contra del turismo en sí. Estamos en contra de esta forma de turismo descontrolada. No es viable", añade.En un intento por aplacar una preocupación creciente, el alcalde de Barcelona, el socialista Jaume Collboni, anunció en junio su intención de acabar con los alrededor de 10.000 pisos turísticos que hay en la ciudad de aquí a finales de 2028.La asociación de propietarios Apartur, indignada contra lo que considera una "expropiación encubierta", ya anunció reclamaciones por, como mínimo, 1.000 millones de euros, si la medida se consuma. Desde el Ayuntamiento, sin embargo, reiteran su intención de mantenerse firmes en su propósito de gestionar la oferta turística, ante una demanda imparable."Por encima del 13,5% [del PIB municipal] probablemente ya no aporta valor el turismo, con lo cual hemos de buscar distintas estrategias", explica Jordi Valls, teniente de alcalde del área, que aboga por medidas de regulación como la negociación emprendida para reducir las terminales de cruceros, así como por "intentar crecer y desarrollar otras actividades" económicas.- Comercios que desaparecen -Pero con el consistorio partidario del polémico proyecto de ampliación del aeropuerto, estos esfuerzos no parecen suficientes para muchos."No estamos abordando el 'overtourism' desde el decrecimiento o el freno al turismo, sino que estamos intentando dispersarlo en el tiempo y en el territorio", considera Anna Torres Delgado, profesora del departamento de Geografía de la Universidad de Barcelona. "Deberíamos empezar a planificar las estrategias de desarrollo turístico no solo mirando los indicadores económicos, sino también los sociales y los ambientales", asegura. Cerca de la frecuentada Sagrada Familia --que en 2023 recibió 4,7 millones de visitantes-- la mercería de Jordi Gimeno es una de las pocas tiendas tradicionales que aguantan en el barrio."Estos comercios han ido cerrando porque han venido restaurantes o tiendas que venden souvenirs", describe desde este local que abrió su abuela en 1944. A pocos metros de allí, a Jolijn, una visitante llegada de Países Bajos, el paisaje le resulta familiar: "En Ámsterdam tenemos el mismo problema. La gente vive su vida de forma diferente a la de antes, cuando el turismo no era tan grande".rs/mdm/es