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La nueva superpotencia. Cuáles son los gigantes chinos que dominarán el mundo corporativo

Zhong Shanshan es actualmente el hombre más rico de China. Crédtio: The Independent
Zhong Shanshan se convirtió en el hombre más rico de China con su marca de agua mineral Nongfu

Xi Jinping tiene un plan maestro para China. Su meta final es que este país sea la superpotencia dominante del siglo XXI, tan temida como admirada. Las crecientes muestras belicistas de China exhiben el deseo de ser temibles. En cuanto a la admiración, eso debe provenir de la creciente potencia económica y tecnológica. En este caso el plan de Xi involucra remodelar a las empresas privadas chinas.

A primera vista este ejercicio ha sido doloroso para las empresas. Un ataque contra compañías de internet exitosas ha eliminado US$2 billones de su capitalización de mercado colectiva. El 4 de agosto el gigante del e-commerce Alibaba informó su primera caída trimestral de ingresos. Un día antes su rama financiera, Ant Group, reveló una baja de las ganancias. Jack Ma, cofundador de ambas firmas, quizás pronto ceda el control de Ant. Sus fondos netos han caído en más de US$20.000 millones en el último par de años. Los de Hui Ka, fundador de Evergrande, un gigante inmobiliario en problemas, cayeron de US$40.000 millones en 2020 a US$6000 millones. El mes pasado Carlos Tavares, el CEO de Stellantius, un fabricante de autos (cuyo mayor accionista, Exor, es dueña en parte de la compañía madre de The Economist) se retiraría de una joint venture china luego de quejarse de la “creciente interferencia política”.

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Pero si uno lo analiza más de cerca el cuadro es más complejo. Mientras algunas empresas sufren, otras están prosperando en la China de Xi Jinping. Las compañías han acumulado lanzamientos iniciales de acciones por US$58.000 millones en China continental en lo que va del año, según la agencia Bloomberg, comparado con solo US$19.000 millones en Estados Unidos y US$5000 millones en Hong Kong. Ahora se espera que otras 1000 firmas están por cotizar en bolsa. También está emergiendo una nueva cohorte de magnates. Los diez magnates más ricos de China han acumulado US$167.000 millones de valor neto desde comienzos de 2020, según datos de Bloomberg. En las últimas semanas The Economist ha hablado con varios de los nuevos campeones corporativos y su ánimo es sorprendentemente positivo.

En este siglo el sector privado de China ha crecido de ser marginal a convertirse en uno de los más dinámicos del mundo. Según el Instituto Peterson para la Economía Internacional (PIEE, son las siglas en inglés), un centro de estudios en Estados Unidos, para 2020 las compañías privadas representaban más de la mitad de la capitalización de mercado de las 100 mayores firmas chinas listadas en la bolsa, comparado con menos de un décimo una década antes. El sector privado emplea cuatro de cada cinco trabajadores urbanos, alrededor de 150 millones en total. Treinta y dos compañías privadas chinas figuran en el ranking de Fortune 500 de las mayores firmas del mundo de acuerdo a sus ingresos, comparado con ninguna en 2005.

La marcha del maoísmo a los mercados ha sido larga y ardua. Hasta 1992 “los empresarios eran mal vistos”, recuerda Zheng Chunying que por entonces era funcionario del gobierno en la provincia de Lianing. Pero China cimbraba por los comentarios de cambios y su líder enfermo, Deng Xiaoping, acababa de reafirmar el compromiso del gobierno con las reformas económicas. El gobierno local de Lianing comenzó a alentar a funcionarios y miembros del Partido Comunista a crear sus propias firmas. Zheng se convirtió en propietario, con su esposa y hermana, de una pequeña tienda que vendía ropa importada de Hong Kong, y zapatos de Europa. Cuando en 1996 repentinamente se prohibió que los funcionarios tengan negocios, dejó el puesto en el gobierno en vez de cerrar su tienda.

Fue uno de una cohorte que eligió los negocios por sobre la burocracia. Su decisión se vio reivindicada en 2002, cuando se incorporó a la constitución del Partido Comunista permitir a empresarios afiliarse. A partir de allí las empresas chinas se volvieron cada vez más fuertes. Los emprendedores citan los primeros años de la conducción de Xi entre 2012 y 2017 como el punto más alto de la empresa privada. Grupos tecnológicos como Alibaba y Tencent y conglomerados como HNA y Dalian Wanda alcanzaron la prominencia global. Sus fundadores se volvieron nombres conocidos y amasaron fortunas inmensas.

Hace cinco años empezó a cambiar el ánimo. Primero vino un rápido ataque a los conglomerados, algunos de los cuales terminaron quebrados (por ejemplo, HNA) o fueron nacionalizados (Anbang, una gran aseguradora). Luego miles de bancos privados en las sombras fueron cerrados.

En los últimos dos años le tocó el turno a los gigantes tecnológicos, a los que se impusieron investigaciones regulatorias, multas y nuevas normas sobre todo, desde el uso de datos de usuarios al tratamiento de los trabajadores y a las firmas inmobiliarias, cuya capacidad de tomar crédito del gobierno comenzó a ser restringida. El año pasado la participación del sector privado en el valor de mercado de las 100 compañías más grandes de China cayó por primera vez.

Shanghái cuenta con su propio Silicon Valley en Shanghái, que es sede de 150 centros de investigación y desarrollo, más de 24.000 compañías y 400.000 trabajadores.
Shanghái cuenta con su propio Silicon Valley en Shanghái, que es sede de 150 centros de investigación y desarrollo, más de 24.000 compañías y 400.000 trabajadores.

Panorama diferente

Pero si uno mira más allá de la tecnología y el sector inmobiliario las cosas son diferentes. Muchas compañías privadas grandes “no solo han evitado el asalto regulatorio sino que se han vuelto más grandes”, dice Huang Tianlei de PIIE. Anta ha construido un imperio de ropa deportiva. Baterías hechas por CAT pueden encontrarse en muchos aparatos del mundo. Zhifei Biological, fabricante de pruebas de covid-19 de la ciudad central de Chongqing, ha salido de la nada para terminar en la lista de Fortune 500. Jala, la firma de Zheng, ahora emplea 8000 personas y es uno de los mayores fabricantes de productos de cuidado para la piel domésticos. Su firma se ha vuelto una parte importante de un parque de desarrollo de cosmética llamado “valle oriental de la belleza”, donde se han alentado a marcas locales a establecer laboratorios y contratar científicos.

Los patrones de estos nuevos campeones corporativos están desplazando a los magnates tecnológicos como los dueños de las mayores fortunas de China, señala Rupert Hoogewerf de Hurun, un compilador de listas de ricos. El hombre más rico de China ahora es Zhong Shansan, que construyó Nongfu, que vende agua embotellada.

Muchos magnates se vieron beneficiados con una ayuda directa de autoridades locales. Un caso es el de Muyuan que ha crecido hasta convertirse en uno de los mayores productores de cerdos del mundo. El Partido Comunista de la ciudad de Nanyang, donde tiene su sede la compañía, tiene el objetivo explícito de colocarla en la lista Fortune 500. A fines de 2021 el partido dijo a los funcionarios que pusieran tierras a disposición de Muyuan y que mejoraran sus varias aplicaciones e inspecciones. La compañía recibirá subsidios para el equipo agrícola e ingenieros locales y otros trabajadores serán conectados con la compañía, según ordena el plan. La fortuna del fundador de Muyuan, Qin Yinglin, ha crecido a US$23.000 millones.

En cuanto a la siguiente generación de emprendedores Xi recientemente los urgió a “atreverse a crear una empresa”. Su mensaje ha sido de soporte sin vacilaciones para las startups siempre que se concentren en las áreas que el gobierno ha priorizado. Estas incluyen computación en la nube, energía verde y manufactura de alta gama. El gobierno central quiere crear un millón de firmas pequeñas y medianas innovadoras entre 2021 y 2025. De ellas 100.000 serán consideradas “nuevas empresas especializadas” y 10.000 serán distinguidas como “pequeñas gigantes”. El Estado sigue teniendo inversiones directas en compañías privadas. Pero están encontrando nuevas maneras de incidir y guiar al sector privado, a menudo con parques industriales y un sistema de estatus determinado por el Estado.

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Las firmas tienen libertad de no participar, pero muchas encontrarán grandes beneficios al volverse parte de estos ecosistemas de talento, capital y acceso al mercado. Designaciones tales como “pequeñas gigantes” son una señal de apoyo y de dónde debería fluir la capital. Estas calificaciones también sirven para “buenas relaciones públicas”, dice Gu Jie, fundador de Fourier, una startup de robótica. Obtenerlas facilita el acceso a lugares como Zhangjiang Robotics Valley en Shanghái, parte de una zona más grande de desarrollo de alta tecnología que es sede de 150 centros de investigación y desarrollo, más de 24.000 compañías y 400.000 trabajadores. El gobierno local es dueño y administra la zona.

Las startups se benefician de otra manera. Gu, cuya firma tiene sede en Zhangjiang, señala que obtener los componentes metálicos para los prototipos de Fourier llevan semanas en vez de meses, porque muchos de los proveedores mismos residen en el parque tecnológico. También ha podido recurrir al talento local, contratando a más de 600 ingenieros y científicos en los últimos años. Hacer eso en Silicon Valley u otros centros tecnológicos globales llevaría mucho tiempo y sería prohibitivamente caro.

Fourier ha atraído dinero de SoftBank, grupo japonés de inversión en tecnología, y Aramco Ventures, la rama de capital de riesgo del coloso petrolero de Arabia Saudita. También ha tenido el respaldo de fondos del gobierno chino. Las inversiones del Estado fueron más pequeñas que las de SoftBank. Pero envían un mensaje al mercado respecto de las perspectivas de Fourier. Tales fondos de guía, como se los conoce, están proliferando. Muchos son manejados por gobiernos locales. Otras entidades estatales han tomado los derechos de control de un promedio de 50 firmas privadas que cotizan en bolsa cada año a lo largo de los últimos tres años, comparado con seis en 2017 y 2018, calcula la agencia Fitch.

Fondos guía

Los beneficados de esta generosidad no la ven como el primer paso hacia la nacionalización. Zhou Hanyi, cofundador de Xinzailing, una compañía especializada en la seguridad de levantamiento de carga, lo asemeja en cambio a un préstamo bancario sin fecha fija de vencimiento, lo que comúnmente no genera interferencia del Estado.

La meta del Estado al promover el fondo guía y esquemas como el de “pequeños gigantes” es impulsar la investigación y desarrollo y ayudar a capacitar talento. Si una compañía particular fracasa, su tecnología y fuerza laboral pueden ser absorbidas por otras sin demasiado desperdicio, dice Christopher Fon de Wlkin Capital, una firma de capital privado de Hong Kong, (e inversor en Xinzailing). También empresas más antiguas están optando por sumarse a parques de innovación con respaldo estatal. Zheng que creó Jala sin ayuda estatal ni apoyo del Partido, ha comenzado a trabajar con un gobierno distrital en Shanghái.

Todo esto insinúa que el sector privado ideal de Xi podría parecerse al Mittelstand de Alemania, según Enodo Economics, una firma de estudios. “Un gran establo de pequeñas firmas privadas que son innovadoras, generan empleos de alta para producir bienes manufacturados tecnológicamente avanzados”. Algunos empresarios dicen que se está reduciendo la burocracia en zonas industriales manejadas profesionalmente y que el Estado se está entrometiendo menos en sus operaciones. Y sin embargo hay motivos para el escepticismo.

En términos prácticos la búsqueda de Xi de un crecimiento de más alta calidad es más fácil de lograr en algunas partes del país en otras. Las zonas de startups de Shanghái son máquinas bien afinadas con personal profesional. Algunas emplean a exbanqueros de Wall Street. En contraste, un analista que visitó recientemente un parque industrial en la provincia sureña de Hunan cuenta que semejaba un escenario de cine que buscaba ganarse fama como Hangzhou, un gran centro tecnológico y sede de Alibaba, sin que se estuviera realizando una innovación real.

Cuando las startups reciben la generosidad de los gobiernos locales se atan al destino y los intereses de funcionarios locales. Esto siempre ha sido un riesgo para las compañías pero se está volviendo una preocupación más urgente al volverse más estrecha la participación de las autoridades en las empresas. El año pasado el gobierno local de Hangzhou hizo una revisión generalizada de las tenencias de 25.000 funcionarios y los miembros de sus familias. El jefe del partido de la ciudad, que se cree que tiene vínculos con Alibaba, fue puesto bajo investigación y expulsado del partido.

La visión de Xi se enfrenta a otro desafío más fundamental. Como dice en un reciente informe el Instituto sobre el Conflicto y Cooperación Global, un centro de estudios de la Universidad de California en San Diego, la idea es que las firmas privadas se “agrupen y cubran el resto de la cadena de producción” en torno al sector estatal. Dicho de otro modo, en vez de competir en un mercado se espera que las compañías privadas atiendan, directa o indirectamente, al Estado mismo. Algunas aún pueden tratar de imaginar nuevos productos y servicios que apelen a un público amplio. Pero si más emprendedores encuentran un camino más seguro en acomodarse con el gobierno para llegar al éxito comercial, el sector privado puede perder parte de su dinamismo.

Deng y sus sucesores entendían las fallas del excesivo control estatal. Xi parece decidido a demostrar que se equivocaban. En cuanto a los nuevos magnates al igual que los patrones pragmáticos en todas partes, se adaptarán para prosperar tanto tiempo como puedan.