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En Tel Aviv, los argentinos se paralizan mientras los israelíes siguen su rutina

Dos mujeres se refugian con sus hijos en un negocio de Bat Yam, al sur de Tel Aviv, mientras suenan las sirenas
GIL COHEN-MAGEN

TEL AVIV.– Esta ciudad vivió uno de los peores sábados de los últimos tiempos. Ya no son solo sirenas, también impactaron cohetes que llegaron desde la Franja de Gaza por la violenta escalada con Hamas. Aún así, los israelíes intentan retomar su rutina -”la vida debe continuar”-, mientras a los argentinos, que no están acostumbrados a estas situaciones, les resulta más desconcertante y angustiante.

“Cuando suena la sirena y estoy sola me congelo. No sé adónde ir, no sé qué hacer. Es muy raro: mi cerebro está preparado para otro tipo de realidad como robos u otro tipo de violencia”, cuenta Agustina Kersman, una argentina de 27 años que llegó al país hace ocho meses. Estos días se refugió en la casa de su novio, a 11 kilómetros de Tel Aviv, “porque tiene un búnker en su propio edificio”. A ella, como a otros argentinos, la sorprendió ver negocios abiertos y gente trabajando: “Todo sigue funcionando y la gente sigue en la calle como si nada pasara”, advierte.

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Jéssica Naistat tiene 28 años y vive en Tel Aviv hace un año y medio. Hace cinco días que vive “con miedo, muy alerta y muy atenta”, aunque pudo conservar cierta rutina porque siguió yendo a trabajar. Como sucede en muchos edificios de esta ciudad –que no está preparada ediliciamente con refugios para recibir cohetes–, ella no tiene un lugar al cual ir cuando suena la sirena: “Me refugio en el baño porque es el lugar menos peligroso, porque no hay ventanas”, explica. Siente desesperación y angustia y está más atenta a los ruidos: “Escucho una ambulancia y espero a ver si realmente es eso, o la alarma”, detalla.

El baño donde se refugia Jessica Naistat cada vez que suena la alarma
El baño donde se refugia Jessica Naistat cada vez que suena la alarma


El baño donde se refugia Jessica Naistat cada vez que suena la alarma

Los ciudadanos de Tel Aviv no están acostumbrados a sirenas y misiles, como sí ocurre en el sur del país. La última vez que había sonado aquí una alarma fue en noviembre de 2019, una única vez y sin sonido de explosiones. A los pocos minutos, la vida normal retornó y la gente concurría a bares y restaurantes. Esta vez, en Tel Aviv es diferente: en lo que va de la escalada, cayeron más de 400 misiles, dejando a su paso muertos y heridos. Si bien la última alarma sonó el miércoles a las 13 (hora local), aún la gente continúa alerta, la mayoría de los negocios están cerrados por prevención y solo abren algunos locales durante el día. De noche, el panorama cambia y las calles se vacían. El silencio se apodera de la ciudad, la alarma no suena muy fuerte y escucharla y refugiarse es la clave para sobrevivir.

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“Mi hijo tiene 21 años y está combatiendo cerca de Gaza, hace dos semanas que no sé nada de él, pero yo sé que va a estar bien porque el Ejército es fuerte”, asegura Moshe, dueño de un local de cotillón en Tel Aviv. Su preocupación principal está relacionada con los enfrentamientos entre árabes y judíos: “Es una anarquía y al gobierno no le importa, este viernes tuvimos que cerrar a las cuatro de la tarde porque había rumores de que los árabes iban a venir a romper todo”. Cree que la escalada con Gaza continuará algunas semanas, pero que hay que seguir con la rutina: “Siempre debemos seguir adelante, ellos no pueden controlar nuestras vidas”, dice.

El movimiento de gente, hoy, en Tel Aviv
Michelle Wigdorovitz


El movimiento de gente, hoy, en Tel Aviv (Michelle Wigdorovitz/)

Avia Levi es israelí, tiene 29 años y es originaria de Jerusalén, pero vive hace un año en Tel Aviv. Ella, a diferencia de Jéssica y Agustina, vivió la segunda intifada (“disparaban cada día en mi barrio”) y Tzuk Eitan, el conflicto que se desató en Gaza tras el secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes por parte de Hamas. Sin embargo, vive esta gran escalada “con mucho estrés y muy asustada”.

“Cuando sonó la primera sirena, el martes a la noche, estaba en la calle y filmé todo, mientras corría a un refugio”, recuerda, mientras agradece que exista la Cúpula de Hierro, el sistema de defensa israelí que intercepta los cohetes y que permite salvar tantas vidas. Prácticamente no sale a la calle, y le cuesta comer y dormir, mira todo el tiempo las noticias y las traduce al español –idioma que aprendió sola– “para mostrarle lo que pasa al mundo y a los inmigrantes de América Latina”, con quienes está en constante contacto. Avia narra lo que sucede en español y en hebreo en su cuenta de Instagram @hebreoconavia.

La página de Instagram de @hebreoconavia
La página de Instagram de @hebreoconavia


La página de Instagram de @hebreoconavia

Sobre la diferencia entre lo que puede llegar a sentir un israelí y un extranjero latinoamericano, por ejemplo, indica: “Los que lo viven por primera vez están más asustados, y algunos de los israelíes están ‘acostumbrados’ o más tranquilos frente a esta situación, por eso es importante informarlos y ayudarlos a entender lo que sucede”.

Al igual que Avia, Daniel Cohen, un israelí de 28 años, tampoco está saliendo a la calle: “Los últimos días me asusté mucho y no pude dormir, me sentía deprimido, me daba miedo ser atacado”, cuenta el joven, quien explica que no está acostumbrado a que suene la sirena. No tiene un espacio seguro en su casa, por lo que se refugia en el baño.

Con respecto a cómo cree que seguirá este conflicto, asegura: “Se va a calmar, Hamas tiene un daño profundo, pero vamos a estar tranquilos uno o dos años, y después volveremos a tener escaladas porque es lo normal en Israel”. Sus amigos, cuenta, “siguen haciendo lo que quieren porque la vida continúa”.

Ese es el lema que se escucha en boca de muchos israelíes, no solo de Tel Aviv, sino de todo el país: “La vida tiene que continuar”.