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Los titanes de la tecnología se visten para dar confianza en sus testimonios

El director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, comparece en una videoconferencia como parte de una audiencia de la subcomisión antimonopolio de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, el 29 de julio de 2020. (Vía The New York Times)
El director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, comparece en una videoconferencia como parte de una audiencia de la subcomisión antimonopolio de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, el 29 de julio de 2020. (Vía The New York Times)
De izquierda a derecha: Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Facebook; Sundar Pichai, director ejecutivo de Alphabet, la empresa matriz de Google; Tim Cook, director ejecutivo de Apple, y Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon. Se ve a los cuatro durante la videoconferencia de una audiencia de la subcomisión antimonopolio de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, el 29 de julio de 2020. (Vía The New York Times)

No parecían titanes. No parecían amos del universo. No parecían “emperadores de la economía en línea”, como los llamó el representante demócrata de Rhode Island David Cicilline, presidente de la subcomisión antimonopolio de la Comisión Judicial de la Cámara. Tampoco parecían “ciberbarones”, como dijo Jamie Raskin, representante demócrata de Maryland.

“Ellos” (los cuatro directores ejecutivos de las grandes empresas tecnológicas: Jeff Bezos de Amazon, Mark Zuckerberg de Facebook, Tim Cook de Apple y Sundar Pichai de Alphabet, la empresa matriz de Google, quienes rindieron testimonio en una audiencia del Congreso sobre su dominio del mercado) ni siquiera se veían tan majestuosos.

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De hecho, los cuatro hombres, teletransportados desde sus oficinas en la Costa Oeste debido a la preocupación por el coronavirus, frente a congresistas con cubrebocas y socialmente distanciados entre sí delante de la pared de madera de la sala de audiencias del edificio de oficinas Rayburn de la Cámara de Representantes, más bien lucían como cuatro tipos enfundados en el traje usado en su primera graduación —serios, sinceros, un poco incómodos—, en lugar de como los cuatro jinetes del apocalipsis digital cuyo control planetario es una amenaza para toda la humanidad.

Y, por supuesto, esa era la idea. Bezos y compañía llevaban atuendos que tenían un propósito. Sabían que iban a ser observados y juzgados, no solo por los hombres y mujeres de la sala, sino también por el público. La audiencia se había catalogado como algo posiblemente tan significativo como las audiencias de las grandes tabacaleras que cambiaron la industria de los cigarrillos. Había mucho en juego.

Y aunque la idea de tener que testificar a través de un video en vez de en persona parecía al principio una desventaja, puede que haya funcionado a su favor, ya que sirvió para reducir su presencia a un tamaño humano y les dio todo tipo de oportunidades para la puesta en escena y la construcción de personajes.

Así que Zuckerberg, delante de un fondo blanco que asemejaba al revestimiento de un granero, no llevaba la camiseta gris Brunello Cucinelli ni la sudadera negra con capucha que lo caracterizan, sino un saco azul y una corbata a cuadros azul y blanca ligeramente torcida, como si hubiera metido un dedo para poder respirar profundamente.

Cook, quien suele elegir prendas bastante normales, optó por un saco gris oscuro y una corbata gris claro (el mismo gris de sus gafas); su corbata también estaba torcida hacia un lado. Como fondo, había una larga maceta Zen con plantas totalmente verdes; a su lado había una taza de revitalizante té.

Pichai, cuyo estilo una vez fue descrito por BuzzFeed como de “papá que usa Banana Republic”, también apareció con una corbata gris de estampado sutil, aunque la suya hacía eco de la textura de la obra de arte colgada en la pared detrás de él y combinaba a la perfección con su saco gris, que además hacía juego con su pelo, su barba y con la maceta gris sobre el mueble a sus espaldas, de la cual brotaba una planta saludable y frondosa, que daba la impresión de ser parte de un artístico bodegón minimalista. La mayor parte del tiempo tuvo las manos entrelazadas sobre el escritorio frente a él e irradió una especie de tranquilidad benevolente.

Y Bezos, en su primera comparecencia ante el Congreso, evitó las chaquetas de cuero y las camisas de cuello abierto con corte ajustado que suele preferir últimamente y optó por un sencillo saco oscuro y corbata, lo que contrastaba con sus estanterías de casa en madera clara, en las que había jarrones, unos cuantos libros selectos y otros objetos decorativos; de vez en cuando comía bocadillos que no se veían en la pantalla.

¡Bocadillos! ¿Qué más da que sea el hombre más rico del mundo? En realidad es como cualquiera de nosotros.

Ni los nudos de corbata exagerados de los magnates de los negocios europeos ni el descaro de la doble botonadura son para Bezos y sus compatriotas, como tampoco lo es el rojo del presidente, que pretende llamar la atención y transmitir poder. El estilo perfectamente hecho a medida, en el que ni una sola arruga estropea la tersura de la tela, que prácticamente grita “el dinero no es problema”, tampoco es para ellos.

Así como tampoco lo son las florituras de un pañuelo de bolsillo o un alfiler en la solapa. Tal vez hacían referencia a los hombres con trajes de franela gris de antaño.

Después de todo, si uno está tratando de convencer a un grupo de legisladores de que las palabras con las que lo describen (“dominante”, “poder”, “miles de millones”, “billones”) no cuentan la historia completa, uno no se limita a decir que es la encarnación de la historia del éxito estadounidense, con humildes comienzos y sueños descabellados. Uno no solo menciona su preocupación por los clientes, los usuarios y las pequeñas empresas. Lo que uno quiere es que lo vean como Clark Kent, no como Superman.

Bueno, de cualquier modo, no se verían muy bien en mallas.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company